Si había que elegir una manera de consagrarse, de salir campeón, era ésta: con una exhibición de fútbol, con un gol al minuto del partido, un defensor –González Pírez– que corta, amaga y da una asistencia exquisita, un delantero –Beltrán– que define cruzado de volea y un estadio para el fondo de pantalla del celular o de la compu: repleto de hinchas, el humo que apenas dejaba ver y los fuegos artificiales en la retina. River campeón es esto: una perfección estética, una postal soñada.
La vuelta más grande de la historia millonaria, con 86 mil personas en el Monumental, se dio luego de un partido soñado, a la altura de lo que había sido casi toda la Liga Profesional. ¿O acaso el 3-1 contra Estudiantes de anoche no sintetiza lo que es este River? Presión europea, un desgaste físico que neutraliza a casi todos los rivales, asociaciones entre mediocampistas y una calidad individual muy superior a la de todos sus rivales domésticos. La tabla habla: en 25 fechas, el que está más cerca es Talleres y se encuentra a nueve puntos. Y de Boca, su rival eterno, lo separan 22 puntos.
El primer tiempo fue abrumador. Estudiantes estaba anulado y asfixiado. Había sospecha de goleada histórica, porque al gol de Beltrán al minuto se le habían sumado uno de Nicolás De la Cruz a los 18 minutos y otro de Barco, de penal, a los 33. En poco más de media hora River goleaba a Estudiantes 3 a 0. El Pincha estaba rendido y River, que saboreaba el festejo de campeón, más agrandado que nunca.
El entretiempo funcionó como una represa, una contención para que el resultado no se desbordara. Un poco porque River reguló, otro poco porque Estudiantes se paró mejor en la mitad de la cancha. El descuento de Mendez, tras un pase de Godoy, decoró un resultado que ya no importaba. Solo importaba festejar, ver la bandera que se desplegó en la Sivorí baja –“Gracias por esta alegría”–, escuchar el dale campeón y detenerse en la alegría de Martín Demichelis.
¿Es alegría o felicidad? Porque probablemente sean esas horas llenas de felicidad, la que se busca toda la vida y solo se consigue en pequeñas dósis, en momentos breves como éste: volar de felicidad.
Probablemente Demichelis soñaba con esto cuando decidió volver al club que lo formó. Él dijo que soñaba con dirigir un equipo que llene la cancha. Su River lo logró hace rato.
La emoción en su cara en los minutos finales lo demostraba. Esos minutos deberían durar menos porque todas las personas, todos los jugadores, todos los hinchas solo quieren que llegue el pitido final y gritar lo que tanto anhelan. En este caso, gritar River campeón.