En tiempos de fotos y, sobre todo, en momentos en que las selfies (autofotos) van adquiriendo su mayor auge, se han desarrollado y perfeccionado infinidad de aplicaciones que logran alterar nuestras caras. Los clásicos programas que quitan arrugas, aportan filtros, máscaras y retoques.
Podemos, a través de estas tecnologías, rejuvenecer, envejecer, dar movimiento a imágenes antiguas, mezclarnos con otros rostros, ser caricaturas, y así hasta el hartazgo.
La metamorfosis es una novela de Kafka, pero también es la mutación de algo o alguien en otra cosa.
El trabajo, como actividad, ha vivido, en el último siglo, transformaciones a las que les estamos respondiendo con instituciones y organizaciones que no logran seguirles el paso.
En la propia OIT (Organización Internacional del Trabajo) no participan, como empleadoras, las grandes empresas tecnológicas (Microsoft, Apple, Amazon, Google, Facebook, Alibaba), siendo las más poderosas, pero permaneciendo ajenas a la discusión de las dificultades y desigualdades que, muchas veces, ellas mismas generan, al igual que los unicornios y las empresas de plataformas.
Es el monopolio de información y datos que acaparan estas empresas pero, además, podemos señalar a sindicatos que no prestamos atención, más allá de nuestros “territorios”, al trabajo como problema global, regional y nacional, o a los empresarios que buscan, a cualquier precio, prebendas mezquinas, o a políticos que las otorgan, achicando cada vez más las economías y dejando afuera cada vez a más personas.
Si hoy tuviéramos que elegir un rostro para ponerle a la selfie del trabajador/a, necesitaríamos una aplicación prodigiosa que disimulara tantas inequidades y dolores.
Una selfie de hoy puede tener la cara del trabajador/a de la salud, con las huellas del cansancio, las muecas de la pena propia o las de la impotencia ante el dolor ajeno.
O puede ser el rostro de quien trabaja en lo que le gusta y dibuja una sonrisa, sin olvidarse de tantos que la pasan mal.
O, tal vez, lleve las arrugas reales de los jubilados, no solo nacidas de la edad sino también de tanto fruncir el cejo ante las injusticias acumuladas y postergaciones que no traen esperanzas en vidas que se agotan y que ya dieron mucho.
Quizá traiga puesta la máscara de los corruptos, de los especuladores y los indiferentes, maquillada por palabras mentirosas y seductoras, y nuevas promesas que ya no cumplirán.
O los rasgos de los desocupados, de los trabajadores precarios, de los que viven en la pobreza, de los que buscan su primer empleo, de los que están suspendidos o de los despedidos ayer.
O la de dirigentes que conducen a la nada y provocan que los trabajadores se peleen con otros trabajadores.
O las caras planas de los que teletrabajan y nos dicen que algo nuevo ocurre en materia laboral.
O los semblantes desorientados de los chicos que ven la escuela como algo lejano e inaccesible, y los vamos condenando a injusticias presentes y futuras, al mismo tiempo que les enseñamos, con nuestras acciones, que no hay otro, ni tenemos que compartir, ni dialogar.
O los ojos de los trabajadores, realmente esenciales, que miran incrédulos a los que por “viveza partidaria” consiguen permisos, vacunas y otros privilegios, saltando, con desafiante impunidad, derechos de los demás.
Pero el 1° de Mayo es el día del trabajador/a. Trabajar es una posibilidad de aprender solidaridad, compañerismo, integración, desarrollo. Y así como hay aplicaciones que nos permiten reconocer nuestro rostro en fotos ajenas, pongamos, una vez más, en cada realidad, nuestra generosidad, nuestro corazón, nuestros oídos y brazos, nuestra imaginación. Vamos por pan, encuentro y trabajo. Saludos.
*Secretario general de la Asociación del Personal de los Organismos de Control (APOC), secretario general de la Organización de Trabajadores Radicales (OTR-CABA), presidente de la Fundación Éforo.