La historia argentina de los últimos cuarenta, o mejor, 86 años, es un girar en círculos. 1930/83: de un golpe militar a un gobierno electo, sin que ninguno logre acabar su mandato –salvo el primero del general Perón– hasta la dictadura 1976/83.
A partir de 1983, de un gobierno democrático liberal a uno populista. Los partidos radical y justicialista, que antes habían apoyado a las distintas dictaduras militares cuando éstas derrocaban a su rival, pasaron a alternarse o entremezclarse en gobiernos democráticos y a compartir unos pocos aciertos y numerosos extravíos y desaguisados económicos e institucionales.
Lo único estrictamente positivo que puede extraerse de este período es que no hubo golpe militar, aunque sí asonadas “carapintada” y hasta un ataque guerrillero a un regimiento. Pero fue un último suspiro; el régimen democrático se estabilizó y pasó a ser lo que es actualmente: el reflejo de la manera en que la sociedad argentina se gobierna a sí misma. Y los resultados que obtiene.
Hiperinflación en 1989, al cabo del gobierno radical de Raúl Alfonsín; “primeros años” en los que hubo el ejemplar Juicio a las Juntas. Una docena de paros nacionales orquestados por la CGT peronista, esencialmente a causa del proyecto de Ley de Asociaciones Profesionales de Alfonsín: un proyecto moderno, republicano; o sea un disparo bajo la línea de flotación de la corrupta, eternizada dirigencia sindical.
Hiperendeudamiento, indulto a las Juntas, corrupción rampante y privatización fraudulenta de las grandes empresas del Estado –energía, Aerolíneas y hasta el régimen de jubilaciones– durante el gobierno del peronista Carlos Menem. Ningún paro nacional. Colofón en 2001: gravísima crisis económico-financiera, que provocó masivas manifestaciones en todo el país y concluyó con la fuga en helicóptero del presidente radical Fernando de la Rúa. Su vicepresidente, el peronista Carlos Alvarez, había renunciado poco antes, por un escándalo de coimas en el Senado de la Nación, que presidía, a causa de “la falta de apoyo del gobierno en la investigación”.
El Congreso eligió en una semana a tres presidentes sucesivos, hasta que el último, el peronista Eduardo Duhalde, consiguió estabilizarse, tomar una serie de medidas atinadas que recompusieron pasablemente la economía y llamar a elecciones, que ganó en 2003 el peronista Néstor Kirchner, sucedido en 2007 por su peronista esposa Cristina Fernández, acompañada por el radical Julio Cobos.
Y aquí estamos. ¿Hace falta siquiera sintetizar el balance del kirchnerismo? En Justicia, “se salva” Néstor Kirchner, por las condiciones en que asumió y el “paquete” con que se encontró. Pero el balance de los dos períodos de Cristina, un personaje político que suscitó esperanzas y acabó siendo calamitoso y esperpéntico, pone a la sociedad frente al espejo. El “kirchnerismo”, que obtuvo grandes apoyos, ha puesto al país en la senda de otros como Venezuela, que presentan un panorama de grave corrupción y deterioro económico, institucional, político y social. También, como México, se encuentra ahora “penetrado” institucional y económicamente por el narcotráfico. “Argentina pasó de ser un país de tránsito a uno de consumo y producción” (de drogas ilegales), según el papa Francisco, argentino y peronista.
Y ahora, “cambiamos”. Algo pasó. Tenemos al primer presidente electo que no es radical ni peronista. Un liberal que propone lo que viene fracasando, o durando poco, en todo el mundo. Los precios de las materias primas están por el suelo; el capitalismo está en crisis. Malo para mi gusto, pero como no soy populista, sino socialdemócrata a lo Engels o a lo Palacios, hoy por hoy no tengo casi con quién hablar.
Pero “algo” ha cambiado, o está cambiando, en la sociedad y en la política argentinas; en la manera de discutir y entenderse. Hasta el populismo parece tomar nota.
¿Saldremos, o empezaremos a salir, esta vez? Vamos con el “optimismo de la voluntad”…
*Periodista y escritor.