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que hay detras del ataque k

Scioli, el blanco perfecto

El kirchnerismo usa a Hugo Moyano como ariete contra el gobernador, que cada vez cae menos simpático en Olivos.

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La reunión tuvo lugar hace unos días en el despacho del intendente de Malvinas Argentinas, Jesús Cariglino. Además del anfitrión, participaron del encuentro otros siete intendentes peronistas de la provincia de Buenos Aires: Pablo Bruera de La Plata, Sandro Guzmán de Escobar, Sergio Massa de Tigre, José María Eseverri de Olavarría, Joaquín De la Torre de San Miguel, Gilberto Alegre de General Villegas y Luis Acuña de Hurlingham. El temario principal tuvo que ver con la situación interna del justicialismo bonaerense: los intendentes expresaron su preocupación y disgusto ante la situación de virtual intervención que se vive en la provincia. Esto es producto de la decisión de Néstor Kirchner de ejercer un control estricto y directo sobre el distrito. Es que tanto el ex presidente en funciones como su esposa están convencidos de que una de las causas de la derrota electoral que sufrieron el 28 de junio de 2009 fue la traición de varios jefes comunales que priorizaron sus realidades y proyectos personales por sobre las ambiciones del matrimonio presidencial. Son los traidores de los que tanto se habló y aún se habla en la Babel de Olivos. El ejecutor principal de esa virtual intervención impuesta por Néstor Kirchner no es otro que Hugo Moyano, cuya asunción de la presidencia del PJ bonaerense disparó las alarmas. La incursión de Alicia Kirchner haciendo campaña en la Provincia fue otro signo que provocó la inquietud de los jefes comunales arriba citados.

La figura de Moyano produce rechazo dentro de la mayoría de los intendentes. La asociación con Hugo Moyano es un asunto de alto valor estratégico para Néstor Kirchner. En consecuencia, los espacios de poder del secretario general de la CGT se vienen ampliando. A esto ya aludió, en su momento, la ex ministra de Salud, Graciela Ocaña, para cuya descripción acuñó el término “Moyanolandia”.

En la reunión de marras, los intendentes acordaron lo siguiente:

Reclamar la unidad del PJ.

El desarrollo de elecciones internas con reglas claras y transparentes.

La refundación del peronismo con Néstor Kirchner como límite.

Insistir en sus críticas a Moyano y ver la manera de frenar su creciente influencia en los municipios.

En este contexto se produjo la brutal humillación a la que Néstor Kirchner sometió a Daniel Scioli. No fue la primera vez que ocurre. Seguramente no habrá de ser la última. Para el ex presidente en funciones, hacerlo le cuesta poco y le importa menos. Sabe que Scioli es capaz de aguantar eso y cosas aún peores. Tiene estómago para todo. Cuando el Dr. Kirchner pronunció la frase crucial –“le pido al gobernador que diga quién le ata las manos”–, mandó un mensaje muy claro por el que demostró sentirse aludido ante la expresión del gobernador bonaerense reveladas por el esposo y el hermano de Carolina Píparo. Hay que recordar que hicieron conocer esto en el momento en que salieron a expresar su indignación por la actitud del oficialismo de no dar quórum para el tratamiento en Diputados del proyecto de ley de salideras bancarias al que, una semana después, terminaron aprobando. En pos de completar la crónica, hay que señalar que a esa sesión, que tuvo lugar el miércoles último, Néstor Kirchner, una vez más, faltó.

La realidad es que el tema de la inseguridad ha comenzado a inquietar a Néstor Kirchner. Esto es el producto no tanto de la convicción sino más bien de la necesidad, ya que esta cruda realidad, por la que todos los días muere gente, figura a la cabeza de las preocupaciones de la sociedad en cualquier encuesta seria. El asunto tendrá, indiscutiblemente, peso electoral. Por lo tanto, del día a la noche, la inseguridad se hizo presente en sus discursos. Y dicha presencia se hizo al mejor estilo K. Es decir que lo que antes era bueno, ahora se ha transformado en algo malo. Por ende se ha pasado de la defensa del garantismo al vilipendio público de los así llamados jueces garantistas. La inseguridad, entonces, ha dejado de ser un asunto enraizado con la exclusión social para ser el resultado del accionar de malos magistrados garantistas. La derivación de esto es que Kirchner ha comenzado a consultar a otros dirigentes acerca de cómo encarar la búsqueda de soluciones. Mientras tanto, lo cierto es que la figura del actual ministro de Seguridad Bonaerense, Ricardo Casal, ha comenzado a ser esmerilada desde los círculos cercanos a él.

Ante este panorama, en la intimidad del poder, además, se exhiben sentimientos poco gratos para Daniel Scioli. Al gobernador le endilgan incapacidad para llevar adelante la gestión provincial. Cierto es que hay allí decenas de falencias pero, en verdad, lo que más malhumora a Néstor Kirchner es que su imagen esté varios puntos detrás de la del gobernador. Por eso es que dentro del justicialismo mismo se interpreta la humillación del ex presidente en funciones como el comienzo de la escalada destinada a obstaculizar el proyecto de Daniel Scioli de ser reelecto gobernador.

El ataque a los jueces es más de lo mismo que se ha venido produciendo cada vez que el Gobierno se ha topado con fallos que le disgustan. Los fallos adversos que el Gobierno ha cosechado en estas últimas semanas eran harto previsibles. Fueron consecuencia de gruesas debilidades argumentales. La respuesta K ha sido la furia de la descalificación. Si los veredictos de los jueces son los que el Gobierno quiere, tales magistrados son elogiados y considerados ejemplos de probidad. Por el contrario, cuando las sentencias no son las que el oficialismo espera, son consideradas el producto de las conspiraciones y presiones de Clarín, las corporaciones empresariales y hasta el mismísimo demonio. La atención está puesta ahora sobre la definición que la Corte debe dar sobre el controvertido artículo 161 –el de la desinversión– de la Ley de Medios. Lo que el Gobierno viene escuchando desde el Palacio de los Tribunales lo ha perturbado.

Finalmente, un párrafo para la tragedia del boliche Beara con su luctuoso saldo de dos muertes. La investigación ha permitido saber que existían allí problemas de control sobre la utilización del lugar, cuyo funcionamiento había dado pie a quejas de vecinos nunca adecuadamente atendidas. Esto es una demostración más de que la Argentina sigue siendo República Cromañón. Mauricio Macri, cuyo partido tanto utilizó esa tragedia como instrumento de acción y de campaña en contra de Aníbal Ibarra, deberá ahora asumir la responsabilidad política de esa realidad que cuesta vidas.


Producción periodística: Guido Baistrocchi