La maldición fue más fuerte. Daniel Scioli no pudo quebrar el estigma de los gobernadores de la provincia de Buenos Aires: no llegan nunca a presidente.
Los entendidos llaman al hechizo “La Maldición Dardo Rocha”. Rocha fundó la capital bonaerense, hizo de La Plata ese damero prolijo, con varios ejes de simetría, que ha tolerado el paso del tiempo y de los hombres. En la Argentina, eso es mucho. Pero no llegó a ser presidente. Rocha gobernó la provincia entre 1881 y 1884 y pudo ser el sucesor de Julio A. Roca que tenía otros planes, entre ellos, inaugurar el nepotismo al que el país es tan afín: Roca hizo presidente a su cuñado, Miguel Juárez Celman, y se cargó los logros, algunos dudosos, de la Generación del 80.
Marcelino Ugarte también gobernó a Buenos Aires y dos veces: entre 1902 y 1906 y entre 1914 y 1917, pero jamás arañó la presidencia. Y lo mismo le pasó al conservador Manuel Fresco que fue gobernador entre 1935 y 1940, años de la década infame (que esto de ponerle apellido a las décadas no es nuevo) y se hundió en las rencillas irremediables del conservadorismo de la época.
Otro que quiso y no pudo fue Domingo Mercante, un coronel que gobernó la provincia en los años del peronismo inaugural. A Mercante lo llamaban “El corazón de Perón”, un tipo leal y lúcido en el que, tal vez, Perón vio a un sucesor en potencia: lo borró del mapa. Las lealtades férreas pagan ese costo en la política. El General puso el dedo y reemplazó a Mercante por otro militar, Carlos Aloé, apodado “El Caballo” y no por pertenecer al arma de caballería.
Oscar Alende hizo un gobierno brillante, recordado aún pese al medio siglo que pasó, en los años del frondicismo, 1958 a 1962. Pudo ser presidente si el golpe de marzo de 1962 no hubiera terminado con Frondizi. En 1973 fue candidato a ocupar la Rosada, derrotado por el aluvión camporista. Y diez años y una gran tragedia después, el “Bisonte” Alende fue arrastrado por la marea alfonsinista.
Tras la derrota peronista de aquel 1983, Antonio Cafiero se lanzó a reformular el peronismo y renovar sus huestes malheridas por la debacle electoral. En 1987 recuperó la provincia para el PJ: Buenos Aires estaba en manos del radicalismo alfonsinista y de Alejandro Armendáriz, que, como otros gobernadores, ni siquiera aspiró a la presidencia. Cafiero juntó el ímpetu y los votos para ser candidato a la Rosada en 1989. Se le ocurrió, en nombre de la renovación peronista, ir a una interna partidaria y dejar de lado en su fórmula al sindicalismo peronista. Le ganó Carlos Menem y la historia fue otra.
Eduardo Duhalde, vice de Menem entre 1989 y 1991, gobernó la provincia entre 1991 y 1999. Dejó el cargo para ser candidato a la presidencia ese año, con Ramón “Palito” Ortega de compañero, frente a la Alianza que postulaba a Fernando de la Rúa y a Carlos Álvarez. No llegó. Duhalde sí sería presidente durante un año y cinco meses, entre enero de 2002 y mayo de 2003, pero por la Ley de Acefalía aplicada después de la crisis de 2001 y de los cinco presidentes en una semana.
Así no vale. La maldición habla de llegar con votos. Y hasta ahora, nadie pudo. Tal vez Scioli haya estado cerca. Pero en su bote no remó nadie a favor de la corriente.