Mortificados por su desastrosa dirigencia, abundan argentinos que idealizan las actualidades de los vecinos. Aunque desconozcan las angustias interiores de los países ponderados.
El desfile de los países considerados serios lo encabeza, invariablemente, Brasil. Secundado por la admirable previsibilidad de Chile. Hasta por el institucionalismo de Uruguay, que ofrece al mundo.
A través de la visión ejemplar del vecino, se especifica la devaluación interna. Es la manera indirecta de castigar la catastrófica conducción que se padece. De los Kirchner.
Brasil es catapultado, arbitrariamente, como el líder indiscutible de América latina. Merced a la declinación económica y asombrosamente intelectual de la Argentina, es casi unánime el convencimiento instalado. Brasil es el “país serio”. Una “nación” con “proyecto”, con mandato histórico. Mantiene las “políticas de Estado” patrocinadas por Itamaraty. Es, precisamente, el dilema.
Desde el punto de vista de la extensión territorial, y sobre todo del poder empresarial y militar, la cuestión del liderazgo es ampliamente irrebatible. Sin embargo, para semejante facilidad interpretativa, debe dejarse de lado cualquier aspecto relativo a la inteligencia política. La potencia suele ser antagónica de la razón. En tal carencia, es donde Brasil más se asemeja a los Estados Unidos.
En materia geopolítica, perseguir la estrategia de Brasil es algo más que una indigna capitulación. Es un error. Implica la aceptación de la Argentina como un territorio situado, geográficamente, a los efectos de ser identificado, al sur del Brasil. País –la Argentina– poblado por eternos desencontrados. Concatenación de imbéciles que se traicionan y estafan entre sí. Que no encuentran la fórmula, administrativamente viable, de entenderse. De convivir. Ni siquiera para explotar las múltiples posibilidades que, sistemáticamente, se desperdician. Es la teología del fracaso.
Brasil dista de encontrarse en condiciones de asumir la conducción subcontinental. La discreta intrascendencia de su diplomacia, resulta ineficaz para intermediar en el conflicto regional que les atañe. La expansiva Venezuela bolivariana, que se encuentra, felizmente, en el camino, con el obstáculo de Colombia. Chávez se topa, en Colombia, con el principal obstáculo para la expansión de la viruela revolucionaria. Al respecto, en la región, Brasil se destaca por la magnitud de las carencias. Las propuestas de Itamaraty son sucesivamente desairadas por Chávez. Como el asesoramiento para una Comisión de Fronteras. Para administrar las tensiones.
Pudo percibirse la atrocidad diplomática de Brasil en el episodio grotesco de Honduras.
La clásica chirinada, cívico militar, fue legitimada –en la versión golpista–, por la decisión de evitar que el presidente Zelaya condujera, al barrio de Honduras, hacia la fanfarria bolivariana.
El error hiperactivo de Brasil consistió en erigirse como artífice del regreso del presidente Zelaya. Brasil ocupó el lugar que le correspondía, en todo caso, a México. Para terminar con el disparate de alojarlo, a Zelaya, en la residencia del embajador.
Fue positiva, después de todo, la suerte de acción de gracias, medularmente inofensiva, encarada por el ex presidente Oscar Arias, de Costa Rica. La palomita blanca de la América Central.
Arias mostró que merece ser el candidato clavado, para ganarse todos los premios del pacificacionismo existente. Ayudó, empero, a contener a los dos virtuales guapos del barrio, Zelaya y Micheletti. Amparados en sendas interpretaciones de la legalidad.
Para destrabar la chirinada, la solución electoral, aparte de ser posible, fue la más justa.
Obama, hoy vilipendiado por las encuestas y la señora Hillary Clinton pudieron entenderlo pronto. La base norteamericana de Palmerola, situada a cien kilómetros de Tegucigalpa, la capital de Honduras, pudo haber colaborado sustancialmente con el esclarecimiento decisorio. Sin embargo, Obama y Clinton deben enfrentar el hostigamiento de los países radicalizados que participan del realismo mágico.
*Extraído de jorgeasisdigital.com.