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Sentido y sensibilidad

06-11-2021-logo-perfil
. | Cedoc Perfil

“Maleficencia, fuente infalible del goce, siendo el dolor un agridulce que jamás harta”, proclama William Hazlitt, escritor inglés de principios del siglo XIX, en su breve ensayo El placer de odiar. El autor se sirve de un ejemplo sencillo, desplazado; el miedo y la repulsión del hombre en relación a los insectos. Alguien encuentra a una araña construyendo hábilmente la tela sin molestar a nadie, pero expuesta su labor. El testigo de la meticulosa tarea sofrena el impulso de interrumpirla. Quizá no osa matar a la araña. En ese instante de abstención, el escritor argumenta: “Aprendemos a doblegar nuestra voluntad y a conservar nuestros actos públicos dentro de los límites de la humanidad. Renunciamos a la demostración exterior, a la violencia explícita, pero no logramos librarnos de la esencia o principio de la hostilidad. No aplastamos de un pisotón al pobre bicho (cosa que nos parecería bárbara y reprobable), pero lo miramos con una especie de místico horror y de repugnancia sagrada”. 

El ensayo de Hazlitt es imperdible. Sobre todo en épocas agrietadas. Demuestra con el placer –ya no del odio sino del texto–, cómo las personas piensan el mal, el posible mal del otro. No lo proclaman, pero aguardan que suceda. Es terrible pensar que el enaltecimiento de algunos se sostenga del derrumbe de otros. En distintos planos: económico, moral, sentimental. Un crecimiento destructivo, fatuo.

El actual debate político y el discurrir de las redes suele manifestarse de esa manera. Como si las  ideas propias se nutriesen del desacato de las ajenas. ¿Responde al placer del odio, referido por Hazlitt? ¿O resulta de un intercambio empobrecido? 

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El furor de la invectiva le gana a la disposición de la escucha. Como si el placer de la destrucción (del otro) respondiese más al sinsentido que a la sensibilidad. Lo cierto es que aunque vivamos en un mundo diagramado en dígitos, y corramos con enorme ventaja con respecto a otras épocas, se extrañan las buenas maneras de las palabras. Sin condescendencia pero con suavidad. The milk of human kindness, como la llamaba Shakespeare, “la leche de la ternura humana”.  

De otro modo, nos quedamos con la sugerencia sardónica de Hazlitt: “Que cada uno se divierta como pueda y vaya hacia el diablo por su propio camino.”