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Sentirse sola

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Cómo llegamos a estar tan amargadas que no encontramos salida? ¿Cuáles de las cosas que nos pasan responden a un contexto político y económico, y cuáles tienen que ver con una desigualdad de género tan transversal e histórica que impacta en la vida de nuestros afectos, vínculos, decisiones? ¿Por qué estamos en soledad aun estando acompañadas? La soledad nos une a todas por igual y al mismo tiempo refleja la desconexión de nuestras miradas, la necesidad de la vuelta a la complicidad, al código de rescate, a nuestro propio salvavidas. Es la clave, la contraseña, las letras que desbloquean la verdad dentro de la verdad y hacen luz ante las preguntas. ¿Cuándo sentimos soledad? ¿Cómo la vivimos? ¿Por qué socialmente no se percibe una solidaridad entre las mujeres? (...)La soledad es parte de la vida de las mujeres, estemos solas o acompañadas. Se siente, se percibe, la soledad del corazón, del desasosiego y de las dudas que nos avergüenza plantearnos. La soledad que nos habla también de la locura, del miedo, de las voces internas que no paran.

Elegí comenzar este capítulo con una frase de Frida Kahlo, ya que sus autorretratos representan la soledad hecha colores y también crudeza. Allí está ella, impávida, inmutable ante el tormento que sufría su cuerpo. Frida contrajo poliomielitis de niña y las sucesivas operaciones y los momentos de dolor la hicieron transitar una infancia y una vida adulta con adversidades, pero, sobre todo, en soledad. Cuando pensamos en Frida, imaginamos que fue feminista o cuestionamos por qué se obsesionó con Diego Rivera. Miramos sus fotos, sus ojos tristes, sabemos de sus enfermedades, amores y desamores. La conocemos poco como revolucionaria, la conocemos más como una amante triste y a la espera. Frida es la proyección de nosotras mismas, de esa soledad que atornilla nuestra columna y nos estanca en el piso más frío. Tenemos muchas mujeres en la historia que representan al feminismo, pero la imagen de Frida quedó anexada no porque realmente haya hecho de los derechos de las mujeres una causa propia, sino por la identificación que sentimos con una mujer que amó mucho, que amó ante el dolor, que soportó y que esperó. Frida fue una mujer que amó demasiado.

Cuando planteo que las mujeres estamos solas no me refiero solo al sentimiento de soledad. Me refiero a eso que muchas veces no tiene un nombre y esconde una explicación, me refiero a la presión entre nuestros deseos y una vida que nos enfrenta a limitaciones relacionadas con nuestro género. Esa soledad es la lucha diaria, tener que batallar por el hecho de ser mujeres, y dar esa batalla solas. Batallamos solas en nuestros trabajos cuando nos piden el “cafecito” y no podemos decir que no, batallamos solas cuando nos negamos a levantar los platos en el almuerzo del domingo, pero vemos que son otras mujeres las que los levantan. Sentimos la soledad cuando no podemos hablar de deseo sexual en la adolescencia, cuando nos tenemos que masturbar a escondidas y con miedo, cuando nos niegan información y nos aíslan. Estamos solas las madres cuando criamos y recibimos opiniones de todo el mundo. Está sola la que hace malabares para volver al trabajo. Está sola la que se queda en la casa. Está sola la que tiene que exigir alimentos a la Justicia patriarcal. (...)

Transitamos este mundo con una cantidad enorme de mandatos y barreras de los que no somos conscientes. Como no somos conscientes, no los podemos poner en palabras, y como no los podemos poner en palabras, se quedan ahí, obstaculizando nuestro camino, sin ser vistos, sin ser reconocidos. En cambio, se transforman en pensamientos y comportamientos que van en contra de nosotras. (...)

La soledad son nuestras vergüenzas, nuestros llantos en el baño del bar, son las lágrimas que derramaba Tita, la protagonista de Como agua para chocolate, en cada receta cocinada para su familia. Nuestra soledad son los secretos, la impotencia misma que grita y nos enferma, la falta de entendimiento, la hostilidad, el deber ser.

Las mujeres estamos solas incluso estando acompañadas, y estamos cansadas. Estamos hartas y confundidas. Sin embargo, aguantamos, aguantamos porque nos enseñaron desde niñas que las mujeres aguantan, que las mujeres se enamoran y aman intensamente. Nos enseñaron que las mujeres pueden ver a través de la maldad del otro y nos engañaron diciendo que dentro de esa bestia hay un príncipe necesitado de ser amado. Nosotras queremos ser rescatistas, aunque eso signifique nuestra desdicha. Las mujeres buscamos salvar todo el tiempo, buscamos que nuestro amor salve y borre el maltrato, la violencia disfrazada de chiste, el cansancio y a veces los golpes. Las mujeres reímos porque preferimos creer que fue sin mala intención o reímos por querer agradar siempre. Sorteamos el miedo al descrédito, al maltrato, a la vergüenza “pública” para sostener el deseo de ser amadas, de cualquier forma.

La soledad es nuestra condición como mujeres. En cambio, los hombres no están solos por ser hombres. Estarán solos por alguna condición económica adversa, pero así y todo entre ellos hay una solidaridad de género, un pacto entre caballeros, construido en su historia más primaria. Pero nosotras sí, estamos solas, nosotras sí tenemos quebrados nuestros diálogo y código como mujeres. Por esta razón molestan tanto las mujeres organizadas, porque los grupos de mujeres, en cualquier parte del mundo, cambian la fórmula del éxito del patriarcado: logran no sentirse solas, porque se sienten respaldadas. La soledad son los agujeros negros en nuestra historia, es no saber qué nos trajo hasta aquí.

*Autora de Solas (aun acompañadas), editorial El Ateneo (fragmento).