Para un argentino, Moscú, sin ayuda, es una ciudad imposible. Impactante, desbordante de historia y de historias, transmite algunos mensajes inocultables, inmortalmente comunistas; aunque hoy, en esta ciudad inolvidable, facture hasta Mc Donald’s –escrito en ruso, por cierto–. De puro arbitrario nomás, uno se guía por su experiencia: una habitación en los pisos superiores en el hotel Ucraina regala una vista única de la Casa Blanca (no es un eufemismo; así se llama, también, la sede del gobierno ruso). Pero así como el edificio y los salones son inmensos, las habitaciones harían las delicias del culto japonés al ahorro de espacio. Algo así sucede en muchas partes de la ciudad: los espacios públicos comunes son enormes; el ámbito privado, diminuto.
Y así como disfruto de la ciudad sólo gracias a la ayuda de un chofer llamado Dimitri y de una guía llamada Anastasia, el equipo argentino de Copa Davis necesita cooperación rusa para mantener viva su ilusión de gloria.
Luego del no-partido de ayer (el memorable Nalbandian del viernes jamás llegó al estadio Olímpico para el dobles) da toda la impresión de que la posibilidad argentina es exclusivamente matemática y que, tarde o temprano, Rusia ganará finalmente la Davis en casa propia.
Por lo pronto, habrá que ver cómo impacta en el campamento argentino la paliza de ayer. Pero aun cuando David derrote a Davydenko y nos abra la ilusión de un quinto punto, cuesta imaginar a cualquiera de los otros tres argentinos (dicen que será José Acasuso) superando a Safin en el partido decisivo.
Desde ya que, por la capacidad de nuestros jugadores y por la historia de la Davis –tan llena de misterios y, a la vez, de mensajes cristalinos como la mismísima Moscú– conviene ser tan prudentes como optimistas. Pero un 3 a 2 de la Argentina sería mucho más que nuestra primera Copa Davis: sería un impacto que dejaría patas para arriba la percepción del mundo del tenis que confluye por estos pagos.
La serie en sí, hasta el momento, tuvo un conmovedor clima en las tribunas –pocas veces vi semejante presencia argentina jugando de visitante– y muy poca historia en la cancha. Chela estuvo lejísimos de Davydenko, Safin estuvo lejísimos de Nalbandian y el dobles pareció no haberse jugado. Ojalá el clima de Davis que le falta a la serie se encuentre dentro de la cancha en el quinto punto de hoy.
Para que ello suceda, necesitamos un David parecido al del viernes. No hace falta que juegue tanto para ganarle a Davydenko, quien me parece un número 3 del mundo que llegó para irse pronto de ese sitio. Si Nalbandian no se va de viaje como le pasó en varios partidos del segundo semestre, el cuarto punto sería casi una imposición estética del deporte.
Pero para que Acasuso, o quien corresponda, derrote a Safin (todavía no se confirmó a ninguno de los singlistas de hoy pero parece que jugará Marat) hace falta lo contrario. Pongamos al Chucho en situación: necesita evitar que, quizá por primera vez en el fin de semana, la velocidad de la cancha entre en acción. Esto es, pocos primeros saques del ruso, muchos de José y la posibilidad de convertir el juego lo más parecido al del polvo de ladrillo. No en cuanto a velocidad, pero sí buscando peloteos largos. El misionero tiene problemas similares a los de Marat cuando lo mueven en el fondo de la cancha. Pero es un jugador mucho más consistente en la base y ahí estará el misterio de su ilusión… que es la nuestra.
Les cuento todo esto porque me resisto a la resignación. Quiero ver la parte llena del vaso, que ya no es la mitad. No tendría derecho a abrir la transmisión de tele a centímetros de la copa si no soñara aún con ver a los pibes y al Diego compartiendo una vuelta olímpica. Pero el dobles me dejó dando vueltas como un trompo y expuso casi como una falta de respeto la enorme confianza que sentimos en la sobremesa de la cena del viernes. Fue una hora y media en la cual varias veces me pregunté en qué lugar de mi cabeza nació la loca idea de que el tercer punto era un trámite viable. Ojalá la sobremesa de la cena del domingo rebase de vodka. La verdad, temo que la realidad me obligue a pasar por abstemio.
*Desde Moscú.