Parece haberse alcanzado por fin un acuerdo acaso unánime acerca de esta cuestión medular: que está mal, absolutamente mal, patear entre ocho la cabeza de uno que está caído y ya no se defiende, hasta matarlo. Numerosas voces se alzaron para impartir insistentemente esta pedagogía airada a la sociedad en su conjunto: que está mal, absolutamente mal, que es un proceder aberrante, inadmisible, cobarde, digno de todo repudio. No es que no hubiese grados distintos al interior de estas expresiones. En una radio, por ejemplo, escuché a un periodista decir que las peleas a la salida de los boliches podían admitirse porque “todos lo hemos hecho”, pero que había que saber cuándo parar (infiero que la idea es parar antes de provocar la muerte); en tanto que otros, que al parecer no integraban ese todos del “todos lo hemos hecho”, se oponían a esas peleas en general. No obstante, en el núcleo principal del planteo, que es que ese acto criminal está mal, absolutamente mal, que es aberrante, inadmisible, cobarde y digno de todo repudio, se alcanzó por fin un acuerdo acaso unánime.
Se diría que en la sociedad argentina están más divididas las opiniones acerca de otros delitos, como por ejemplo los asesinatos, si es que los comete un recluso contra otro recluso dentro de una penitenciaría, o los abusos sexuales agravados, si es que son intracarcelarios. Hubo quienes (y no fueron pocos) aprobaron, y hasta reclamaron, que se cometieran estos homicidios y/o estas violaciones, las pidieron casi con ansiedad o las festejaron por anticipado. Y hasta hubo medios de prensa (y no fueron pocos) que dieron cabida a estas voces, las validaron y las amplificaron. Incluso ese rechazo general a que entre ocho le pateen la cabeza a uno hasta matarlo encontró impensadamente una excepción, que es que a algunos eso ya dejó de parecerles mal si ese uno al que patean antes ha sido uno de ocho pateadores. Un convicto, desde una cárcel, profirió ciertas amenazas al respecto, y hubo un diario de importancia (este mismo en el que ahora escribo) que accedió a divulgarlas, es decir, a contribuir en su eficacia.
Lo que llama la atención, en todo caso, es que, mientras la palabra “justicia” se invoca hoy en todas partes y en todo momento, haya tantas y tantas formulaciones tan contrarias a la justicia, al menos la de la era moderna, toda vez que la venganza es lo otro de la justicia, tanto en sus formas como en sus principios. Y lo que la justicia argentina establece para la punición de delitos (aun de los más aberrantes) es la privación de la libertad, no la pena de muerte ni el abuso sexual de escarmiento.
¿Cómo puede ser que alguien suponga que interponer estos reparos implica “defender a los rugbiers”? Presumo que se debe a esa fuerte tendencia de época por la cual se considera que quien está en contra de una cosa está entonces a favor de la otra. O tal vez de esa otra tendencia de época, también fuerte, que es la de comentar lo que otro dijo sin haberlo para eso ni leído ni escuchado.