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Tenis 20230203
Tenis | Unsplash | Renith R

“Voy a usar términos técnicos, pero la gente me va a entender”. Se lo escuché decir, la otra tarde, en radio La Red, a Guillermo Salatino. Lo dijo y a continuación pasó a detallar, de manera notable, ciertos aspectos muy específicos de la manera de jugar al tenis de Novak Djokovic. No se redujo a apabullantes estadísticas ni se distrajo con opiniones muy probablemente inciertas sobre políticas sanitarias en el mundo; se detuvo a explicar determinadas características (y de ahí el lenguaje técnico) del tenis de Djokovic.

Siempre me pareció que los periodistas de tenis (no sólo ellos, pero ellos en especial) resolvían admirablemente bien el problema de la divulgación general de saberes especializados. Porque no es nada sencillo, por cierto, hacerlo sin incurrir en fatales simplificaciones, sin aplanar, sin trivializar, sin empobrecer con vulgata esa divulgación pretendida. Tampoco resulta fácil, por lo visto, hacerlo sin subestimar a los potenciales receptores; hacerlo sin suponer que les cuesta mucho entender, que no pueden con lo complejo, que son por definición limitados. Procediendo un poco como esa gente que, no se sabe bien por qué, utiliza palabras tontas, abusa de los diminutivos y deforma la pronunciación cuando está hablando con niños.

Un entredicho

En un tramo del volumen El compromiso social en literatura y en arte, Bertolt Brecht se pronuncia con acidez contra esa clase de menosprecio, el que lleva a hablar “desde arriba hacia abajo”, el que lleva a presumir que los lectores comunes o los espectadores comunes no habrán de comprender lo que no sea rigurosamente liso, estrictamente superficial, dicho con un vocabulario ramplón (esa especie de idiota implícita que presuponía Bernardo Neustadt bajo la denominación de “Doña Rosa”).

Los periodistas de tenis se cuentan, según creo, entre aquellos que mejor encaran esta cuestión. No desisten de la complejidad de lo específico para abrirla a un público más amplio. Y no solamente presuponen saberes en sus interlocutores, también se los exigen. Les exigen, así sea de manera tácita, un esfuerzo de interpretación, un esmero de curiosidad para indagar y para aprender aquello que se desconoce.

Gracias a las nuevas tecnologías, se ampliaron fabulosamente las posibilidades de quienes prefieren no mantenerse en las áreas protegidas de los campos de especialización. Sólo habrán de fracasar con quienes gustan de comentar textos sin antes haberlos leído o escuchado con cierta atención, raro hábito que, sin embargo, según parece se extiende.