El film Jerry Maguire, protagonizado en 1996 por Tom Cruise, cuenta la historia de un representante comercial de deportistas que, tras una crisis espiritual, se propone llevar una vida más virtuosa. Dará mejor servicio, tendrá menos clientes y le preocuparán menos sus ganancias.
Cuando da a conocer su nueva ideología a sus colegas, lo echan del puesto. Armará su propia agencia, pero sólo podrá convencer a un solo cliente (un jugador de fútbol americano de los Cardenales de Arizona, interpretado por Cuba Gooding Jr.) y a una sola empleada (Renée Zellweger) para que lo sigan.
Dirigido por Cameron Crowe, el film es legendario por su guión, que incluye la famosa petición Show me the money! (¡mostrame la plata!), una manera acuciante de reclamarle “efectividades conducentes” a alguien.
En la Argentina hay gente poderosa y resuelta que se la pasa ordenando Show me the money! y algún día habrá que ponerlo negro sobre blanco. Será cuando se convierta en concepto aceptado una verdad hoy apenas sugerida: la caja es el centro clave de los afanes nacionales.
La disputa en la CGT, las pujas por los poderes provinciales y municipales, la rapiña en torno de los cargos universitarios, los arañazos en las internas partidarias, reportan a la misma ansiedad.
La pelea más argentina es el maratón por meterle mano a la caja.
Lo que San Vicente gatilló, además de los balazos de los pistoleros de Hugo Moyano, fue el relanzamiento por la conquista de la CGT.
Desde siempre, dominar el comando sindical de la calle Azopardo ha sido tarea prioritaria de los gremialistas. Hoy, cuando el pacto explícito entre Kirchner y los actuales gerentes de la CGT resiste el embate de la facción que se quedó afuera, las razones de la riña se hacen más rotundas que nunca.
Kirchner armó un paquete importante e inteligente.
Por primera vez en la historia del poder político reciente de la Argentina cerró un contrato inteligente y pragmático.
Supo que sólo importaba tener “adentro” a los artífices de las huelgas y arregló con los camioneros, el aparato sindical que desde los años 90 ascendió a la cúspide del poder disruptivo y terminó por quedarse con el manejo de la CGT.
Kirchner eligió a Moyano como su partner clave. Con el camionero adentro, armó un paquete centrado en la compra de la benevolencia del sector transportista.
Camioneros y colectiveros tienen la posibilidad de parar (o no) el país. ¿El precio? Centenares de millones de pesos en subsidios y prebendas, tan diversas y variadas como la imaginación oficial para prodigar recompensas.
¿Qué gana el Gobierno al mantener dentro del corral al puñado de sindicalistas que le responde? La aplicación plena de las prestaciones de Moyano y sus amigos en materia de disciplina social.
Con subtes, colectivos, taxis y micros funcionando, ¿qué apriete disfrazado de medida de lucha pueden intentar gremios blandos, como mercantiles, sanitarios y los hoy devaluados ferroviarios?
El paquete de camioneros, taxistas y colectiveros se ató con el aporte central de los empleados públicos, el sindicato que fuera baluarte del gobierno de Menem en sus años de esplendor y uno de los primeros en firmar un pacto de mutuas prestaciones con Kirchner.
La caja, entonces. Dominar el comando de la CGT supone recibir un chorro monumental de dinero. Se trata de fondos oficiales, entregados por el Gobierno y blanqueados por un Congreso adicto incapaz de cuestionarles una coma a las decisiones de la Casa Rosada.
La caja es también el eje central de muchos enjuagues partidarios con los que se procesan selecciones de candidatos y alianzas entre fuerzas.
En partidos fuertemente vaciados de tonalidad ideológica, la única racionalidad operativa es aquella que explica adhesiones y rechazos en función del poder administrativo que se puede capturar.
Poder administrativo es acceso a partidas, a presupuesto, a asignaciones, a cargos, a nombramientos.
En Santa Fe, por ejemplo, un fragmento del radicalismo, sin cuyo aporte masivo Hermes Binner no podrá ganar los históricos comicios de 2007, en los que el peronismo perdería por primera un poder provincial que domina desde 1983, coquetea y negocia en función del pedazo que le toque en el reparto de posibilidades de caja.
Le retacean al astuto médico socialista facultades para elegir al mejor compañero de binomio, porque apuestan a posicionarse en el centro de la administración futura. Saben que el nuevo gobierno progresista de Binner tendrá que designar más de 5.000 cargos políticos y no quieren quedarse afuera.
¿Acaso los militantes trotskistas que hace más de cinco meses mantienen jaqueada a la Universidad de Buenos Aires procuran algo más que caja?
Es obvio que no: con el sello “FUBA” en sus manos, los admiradores de Lev Davidovich Bronstein aprendieron a pujar por el control de la caja universitaria y van por ella.
Nombramientos, cargos docentes, investigaciones, programas, posiciones en las oficinas del rectorado, acceso a financiamientos: ésa es la razón central por la cual se afanan los cuadros del trotskismo, a partir de la que, con la estratégica simpatía del Gobierno, que alega no querer “intervenir” en la Universidad, mantienen acéfala y descabezada la mayor casa de estudios del país.
El manejo de la caja fue, claro, lo que condenó al secretario de Hacienda Guillermo Nielsen en la purga municipal porteña consumada esta semana por el jefe de Gobierno Jorge Telerman.
Lejos de argumentaciones técnicas y al margen de consideraciones administrativas serias, lo que define el destino de las asignaciones y el dominio del sistema para ejecutarlas es controlar los botones que permiten captar dinero.
Gran dispensador automático del cash nacional, “la” caja domina, señera y excluyente, como razón final de las ansiedades domésticas.
Sindicalistas, dirigentes partidarios, activistas revolucionarios y piqueteros disciplinados, todos la adoran y la codician.
Ella se deja. Está lubricada para que se pueda acceder a sus servicios. Sólo se trata de comprender cuánto cuesta hacerse de las claves.
Si se paga el precio, la caja tributa. Aunque a veces, no alcanza. Es cuando ocurren, por ejemplo, casos como el de Misiones, donde la gente tomó el dinero y cacheteó enseguida a quienes lo entregaban. Fue cuando la caja perdió.
¿Preanuncio de una revaluación de la adelgazada dignidad civil de los argentinos? Capaz que sí, pero todavía habrá que ver.
Por ahora, ella, la caja, domina todo y a casi todos. Es una foto de la calaña del país.