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Si hay tormenta que no se note

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. | imagen de tv

“¡Saquen a ese pobre hombre de ahí! ¡Va a salir volando! ¡Hagan algo ya mismo!”
Estoy solo, en mi oficina, sentado en un sillón, frente a la televisión, siguiendo todas la alternativas de Florence, el huracán que está azotando el sur de los Estados Unidos. Grito como un desesperado.
En realidad, el huracán va destruyendo distintos lugares del Mar Caribe. Como Trinidad y Tobago, por ejemplo. Pero la noticia sigue siendo el daño causado en los Estados Unidos.
“¡Se va a ir volando! ¡Por favor cuiden a Josecito!”, imploro a los gritos, mientras veo la imagen en la pantalla de Josecito, el enviado especial de TN, a punto de salir volando. El viento pega muy fuerte y la lluvia no para de caer. Da la sensación de que el cronista entra en órbita en cualquier momento.
“¡Se lo lleva la tormenta! ¡Josecito se vuela! ¡Se vuelaaaaaa!”. Sigo gritando frente al televisor, gesticulando con los brazos, indignado, cuando entra a mi oficina Carla, mi asesora de imagen.
—¿Qué hacés? –pregunta Carla.
—Estoy mirando por TN la transmisión en directo del huracán Florence –respondo.
—Mirá vos, parecés el Tano Pasman de los fenómenos meteorológicos –dice Carla–. ¿No tendrías que estar escribiendo tu columna política de PERFIL?
—Justamente, me estoy informando de lo que pasa en el país –digo con la ironía y el orgullo de quien por primera vez logra tomarle un poco el pelo a Carla.
—¿Informando de qué? No entiendo. ¡Estás viendo una tormenta en los Estados Unidos!
—Exacto –continúo–. ¿Qué dijo el presidente Macri que nos había pasado?
—Cosas –dice Carla.
—Y luego atravesamos…
—¿Tormentas?
—¡Exacto! –exclamo–. Hay tormentas y sube el dólar. Entonces dije: tengo que ver qué pasa con las tormentas en los Estados Unidos. Y acá estoy.
Carla se queda en silencio, pensando en lo que acabo de decir, sin entender nada. Me da la sensación de que no logra dilucidar si soy un genio o un estúpido. O eso me parece a mí. Tal vez esté siendo un poco optimista. Sí, me parece que cree que soy un estúpido.
—Pensaba que estabas diciendo una pavada absoluta, pero tal vez tengas razón –dice, finalmente–. Hay algo de fascinación por las tormentas que algo debe tener que ver con la elección del presidente Macri para hablar de la economía.
—Hubo en los últimos tiempos un boom de la meteorología –agrego–. Sensación térmica, alerta naranja. Caen dos piedras de granizo, abollan el capó de un auto y ya es noticia en todos los noticieros…
—Y los huracanes –sigue Carla–. Entiendo que tienen varios atractivos: la destrucción que causan en los Estados Unidos, esa cosa de que por un momento a ellos también les va mal. Y además, tienen nombre. Eso les da muy buen marketing.
—Además, aparecieron celebridades del tiempo, como Sol Pérez…
—Y echarle la culpa a la tormenta es hacernos creer que las cosas no suceden por errores humanos, sino porque así lo quiere la naturaleza –agrega Carla–. Aunque hay que reconocer que a veces la mano del ser humano es indisimulable.
—¿Por ejemplo?
—La profundización de la grieta que estamos viviendo. Es brutal. Nunca vi algo así.
—¿La grieta en la sociedad? –pregunto.
—No, en MiDaChi –responde Carla–. ¿Cómo sigue esto? ¿A dónde más va a llegar esta grieta? ¿A Les Luthiers? ¿Al Coro Kennedy? ¡Paremos un poco la mano, por favor!
—¿Y hay más errores humanos que parecen tormentas pero no lo son?
—Por supuesto –sigue Carla–. Lilita Carrió dijo que el dólar iba a bajar. Y no es que dijo: “Hay un 20 por ciento de posibilidades de que el dólar baje”. No, dijo que iba a bajar, así, directamente.
—¿Y vos qué pensás?
—Que tiene menos consistencia que un “mañana empiezo la dieta”.
—¿De Lilita? –pregunto.
—O tuyo, es igual.
—Mirá que sos cruel, eh –me quejo.
—Ahora salió Domingo Cavallo a decir que la Argentina estaba dolarizada hace tiempo. Y que había que diferenciar dolarización de convertibilidad.
—Eso nos deja más tranquilos, ¿no?
—Obviamente –dice Carla–. Primero habló Duhalde, después Cavallo. Sólo falta que aparezca la enfermera rubia y gordita que sacó a Maradona de la cancha en el Mundial de Estados Unidos 94. Y ahí sí, no nos para nadie.
—¿Será ella la que llevó al Diego hasta Sinaloa? –pregunto.
—Puede ser –concluye
Carla–. Más que al éxito, parece que estamos condenados a Sinaloa. Y eso si no hay tormenta.