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Sí, quiero

Con la agudeza y la socarronería que lo caracteriza, el Sr. Fogwill declaró públicamente hace algunas semanas que yo habría salido “precozmente” del mismo armario donde, en estos días, esconden a Gabriela Michetti y a su silla de ruedas plegada, para lucir mi “pluma inteligente” y mi “plumaje vocacional”.

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Con la agudeza y la socarronería que lo caracteriza, el Sr. Fogwill declaró públicamente hace algunas semanas que yo habría salido “precozmente” del mismo armario donde, en estos días, esconden a Gabriela Michetti y a su silla de ruedas plegada, para lucir mi “pluma inteligente” y mi “plumaje vocacional”.

El señalamiento no puede ser más oportuno y yo, que como el Sr. Fogwill he sido siempre un hombre de familia, no puedo dejar de reconocer su acierto: del armario se sale sólo para pronunciar votos matrimoniales y, no siendo universal esa posibilidad en la Argentina, yo podría haber seguido cultivando no diré el secreto (porque nada es tan evidente para todos como lo que uno cree estar callando) sino la ambigüedad festiva. Pero en el final de esta primera década del milenio se anuncia ya el enlace Di Bello-Freyre, que no sólo me quita la posibilidad de ser el princeps de los votos, sino además el eco del nombre familiar de mi consuelo. Menos gallego que el mío, el Alejandro Freyre que acaba de ser autorizado en sede jurídica para unirse matrimonialmente con su pareja inaugurará una larga lista de... digámoslo: necesarias equivocaciones en las que incluso yo incurriré.

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La autorización del matrimonio para las personas del mismo sexo que deseen subordinar a la ley su vínculo no hace sino universalizar un derecho y, por lo tanto, no admite discusión ni retroceso. Otro asunto es la discusión sobre el sentido de la institucionalización de una forma de vida.

Con un grupo de amigos con los que suelo intercambiar fluidos corporales, queremos demandar, ahora que lo otro ya está hecho, el derecho a la unión civil entre más de dos personas, con total independencia del género y la sexualidad.