Analizar similitudes y diferencias de políticos puede resultar un ejercicio para esclarecer quién es quién. Los datos de encuestas de opinión pueden conferir apoyo empírico a tal propósito.
Como posibles similitudes entre el gobernador Daniel Scioli y el candidato a diputado Sergio Massa puede señalarse: son políticos jóvenes, son peronistas, han compartido el espacio kirchnerista, han evidenciado cierta diferenciación respecto de la pureza ideológica de tal espacio, han expresado tener sus propias ambiciones personales, en algún momento han sabido jugar una cierta ambigüedad oscilante entre amagues de autonomía para luego relegarlos a la indefinición.
Ese juego fue suficiente para generar en la ciudadanía antioficialista la ilusión de un liderazgo emergente competitivo, casi inversamente proporcional a la atribución de traición sostenida por simpatizantes cristinistas.
Un juego de indefiniciones que, a la postre, imponía una especie de taponamiento inmovilizante del escenario electoral.
Pero tanta similitud parece haber virado en diferencias cuando Sergio Massa decidió dar el salto en una acción quizás más coherente con lo que dejaba entrever. Reacción que, en contraposición, determinó que el gobernador Daniel Scioli resolviera ir por el camino contrario: profesar compromiso hacia ese movimiento que nunca termina de asimilarlo, pero tampoco de prescindir de su figura.
La pregunta obvia es: ¿Quién gana y quién pierde con el nuevo escenario? Lo cual conduce a otros interrogantes: ¿Quién gana ahora?, ¿Quién sacará ventaja en el largo plazo?
Lo primero puede bosquejarse con mayor facilidad. Lo segundo atañe quizás al orden de lo especulativo.
Dicho con crudeza, el intendente de Tigre, Sergio Massa, parece haber realizado la acción más exitosa. En efecto, los bonaerenses tienen hoy una mejor imagen de él que de Scioli; lo perciben con mayor capacidad para resolver los problemas de inseguridad, inflación, pobreza y lucha contra la droga y el narcotráfico; consideran que sería un mejor presidente, y le conferirían mayor caudal de votos para ese cargo en 2015. Así lo revelan, en principio, los resultados de la encuesta que se desglosa en los artículos que acompañan esta columna de opinión.
Adicionalmente, los bonaerenses consultados evalúan que el gobernador Daniel Scioli permanece dentro del espacio kirchnerista más por conveniencia que por convicción y, además, que aún no ha roto por temor a represalias presidenciales o a la espera de un tiempo que permita discernir mejor el dilema que se bifurca entre irse o quedarse.
Tal valoración resulta compatible con que casi la mitad de la ciudadanía que otrora confió en el gobernador hoy manifieste sentirse defraudada. Al tiempo, se siente menos motivada a votar a un Daniel Scioli oficialista que a uno capaz de tener un gesto definitivo y saltar a la vereda de la oposición al kirchnerismo.
Podría conjeturarse que aquella recurrente actitud sciolista de amortiguar embates presidenciales ante atisbos de independencia, que le permitiera forjar esa formidable imagen de conciliador estoico, se transformó –cual efecto boomerang– en su talón de Aquiles. Determinar cuánto contribuyó a ello la actitud antitética de Sergio Massa resulta tan fácil de intuir como difícil de demostrar.
Conjeturar que la ciudadanía tiende a premiar a quienes se juegan mientras que castiga a quienes dudan es una atendible hipótesis de trabajo.
No obstante, es sabido que el tiempo y los resultados tendrán la última palabra. Palabras que podrían sentenciar si lo que habrá de prevalecer es el valor del riesgo o el de la prudencia.
O, más simplemente, qué sabiduría popular habrá sido la más adecuada: la que reza que “el que no arriesga no gana” o la que asevera que “soldado que huye sirve para otra batalla”.
* Director de la firma Federico González y Cecilia Valladares, Consultores de Marketing Político.