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Sobre alas alemanas

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Aunque sólo sirva como especulación literaria, las relaciones causales entre ficción y realidad o, mejor dicho, el potencial de adivinación que la ficción ejerce sobre la realidad, es –si bien manipulable– por lo menos fascinante. La cultura ha desplegado millones de recursos (académicos o no) para reflexionar sobre cómo la realidad influye sobre las ficciones (en tanto producto de mentes inmersas en esa realidad), pero son pocos, poquísimos, los momentos de la vida en los que una ficción precede a un argumento real.

El avión estrellado de Germanwings y la primera secuencia de la película Relatos salvajes, de Damián Szifrón, parecen tener más de un punto en común. Probablemente sabremos poco a ciencia cierta de la catástrofe aérea, pero cuando los medios nos alimentan con información a cuentagotas, el cerebro conecta modelos parecidos, con categorías verbales preexistentes, con impactos ya aprendidos.

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Los peritajes de hoy (mañana esto será papel para el asado) indican que el copiloto, Andreas Lubitz, aprovechó un momento en el que el piloto salió de la cabina para cerrar la puerta con una llave complicadísima (un sistema antiterrorista que debe ser también copia de alguna ficción calcada sobre la realidad luego del 11 de septiembre) y que luego hizo descender el avión a propósito, en dirección a Montabaur, donde Lubitz vivía con sus padres. El choque se produjo en las alturas de los Alpes, claro, así que lo de estrellar el avión literalmente sobre la casa de sus padres es pura mala intención mía (y un trazado tendencioso de líneas rectas sobre el mapa). Es eso, y además es imaginación prestada de una ficción sobre otra. En la película de Szifrón, Darío Grandinetti encarna al primero de la lista en una larga serie de ex victimarios de un tal Pasternak a punto de convertirse en sus víctimas cuando éste logra reunirlos a todos en un avión que él mismo estrellará sobre la casa de sus padres. La idea es notable, inmediata, grotesca. Otras secuencias de la película candidata a los Oscar parecen –en sentido inverso– tomar prestados de la realidad algunos conflictos sociales, humanos y éticos. Pero esta historia, la más desaforada, no parecería ser deudora de ningún caso parecido. ¿Hasta ahora?

La identidad de Andreas Lubitz comienza a ser un misterio urgente. ¿Cómo se traza el perfil de un asesino de esta calaña? ¿Lo fue? ¿O se descompuso súbitamente sobre los controles y nosotros jamás sabremos de su inocencia? ¿Qué lleva a un Pasternak a querer vengarse así de la raza humana, a concebir un plan semejante de eliminación masiva, comenzando por sí mismo? La terminología de la pericia es extraordinaria. Cuando le preguntan a Brice Robin, que lleva adelante la causa, qué podría haber conducido a Andreas Lubitz a cometer suicidio, el fiscal remarca: “Yo no usé la palabra ‘suicidio’”. La aerolínea declara que tanto el piloto como el copiloto fueron entrenados según los estándares de Lufthansa, que vaya uno a saber cuáles son pero que difícilmente dejen pasar terroristas o maníacos depresivos en sus filas.

Así que las motivaciones vuelven a su lugar más misterioso, más individual, más humano: si Andreas no formaba parte de ninguna célula terrorista, entonces su equívoco accionar se debe a debilidades interiores, a profundísimas miserias, a descomunales abismos, invisibles para el resto de sus amigos, compañeros, familiares. En el club de vuelo de Montabaur, del cual Andreas formaba parte, publicaron un post poco elocuente: “Andreas se hizo miembro del club de muy joven para cumplir su sueño de volar. Cumplió su sueño, el sueño que ahora ha pagado tan caro con su vida”. Digamos que no parece el epitafio de unos amigos que lo tuvieran por un maniático. Pero también en la película de Szifrón las preguntas más elementales sobre Pasternak se nos escabullen. ¿Qué sabía –intuía– Szifrón sobre el mundo real cuando eligió para su personaje un apellido alemán, y no uno de esos cualquiera que Coca-Cola nos pone en sus botellas familiares? Nada, seguramente. Las rimas son casuales y hay que estar loco para creer que lo uno determina lo otro. Probablemente esta trama horrible se desate esta semana cuando aparezcan más pruebas de verdad. Mientras tanto, me preocupan las pruebas de ficción. Porque a veces siguen la misma lógica que las otras.