Les pagan para estudiar El Rey León.” “Un país con 27% de pobres no debería destinar recursos a las ciencias sociales.” “Que se dediquen a curar el cáncer.” Estas afirmaciones reaparecen todos los años y reflejan discusiones sobre una pregunta fundamental en políticas públicas: cómo distribuir recursos. ¿Cuánto dinero debería destinar el Estado a la investigación científica? ¿En qué áreas debería concentrarse esa investigación? ¿Ciencias exactas, biológicas, agrarias o sociales? En 2017, el Estado argentino destinó 0,3% del Producto Bruto Interno a ciencia y tecnología. La institución que ejecuta gran parte de la financiación estatal de ciencia y tecnología es el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet). Todos los años, mediante un concurso abierto, selecciona tanto becarios doctorales como ingresantes a la carrera del Investigador Científico y Tecnológico. En 2016, de los 10.036 investigadores del Conicet, el 30% trabajaba en el área de ciencias biológicas y de la salud, 22,7% en ciencias exactas y naturales, 22,4% en ciencias sociales y humanidades, 21,5% en ciencias agrarias e ingeniería, y 3,7% en tecnología.
Aunque menos de un cuarto de los investigadores y las investigadoras de carrera se dedican a las ciencias sociales, estas concentran la mayor parte de las críticas. Esto no es sorprendente. Los conceptos en ciencias sociales, como “familia”, “democracia”, “poder” y “trabajo”, son “construcciones de segundo grado, o sea, construcciones de las construcciones elaboradas por quienes actúan en la escena social, cuya conducta debe observar y explicar el especialista de acuerdo a las reglas del procedimiento científico”, según explica el sociólogo y filósofo austríaco Alfred Schütz. Mientras el mundo natural no “significa” nada para átomos, moléculas y electrones, el mundo social tiene significado para las personas, y es esperable que recurran a esos significados para interpretar y criticar el trabajo de antropólogos, economistas, sociólogos y otros especialistas. Lejos de presentar un problema para los investigadores, este diálogo es enriquecedor: muchos eligen trabajar con personas o grupos sociales porque les interesa qué hacen y qué piensan.
El Conicet es un ente autárquico que se financia con fondos públicos, pertenecientes a todos los argentinos. Si bien los recursos destinados al Conicet son ínfimos comparados con otros tipos de inversión estatal, los ciudadanos en una democracia deben poder controlar y supervisar las instituciones, incluyendo el sistema científico. Esto no significa que los ciudadanos juzguen específicamente qué preguntas de investigación deben ser planteadas, con que métodos se debe intentar responderlas y qué conclusiones derivar de los hallazgos, pero sí implica que los ciudadanos interesados tienen derecho a saber en qué se está invirtiendo y organizarse para pedir cambios en esa distribución de recursos.
Para que los ciudadanos puedan participar, es esencial que estén informados. Es responsabilidad del Conicet y los investigadores difundir qué trabajo están haciendo y por qué es importante para la sociedad. El Conicet publica datos sobre cantidad de investigadores, áreas de trabajo, sueldos, subsidios a investigaciones, participación en conferencias y trabajos publicados en journals internacionales. Otras organizaciones, como El Gato y la Caja y Revista Anfibia también trabajan para difundir conocimiento producido en la Argentina sobre áreas tan diversas como genética, sociología de las religiones o criminología. Cada vez más, investigadores individuales difunden su trabajo y el de sus colegas a través de las redes sociales.
Somos 44 millones de argentinos y argentinas, como sabemos gracias a las estimaciones que realizan en el Indec sociólogos, economistas y demógrafos, entre otros cientistas sociales. No es fácil recolectar las opiniones de todos sobre a qué áreas deberíamos destinar recursos. ¿Cómo conocer y aplicar a políticas públicas las preferencias de los ciudadanos? Las ciencias sociales recolectan y analizan datos sobre actitudes y opiniones como parte de su trabajo habitual. Se podrían hacer encuestas, focus groups, observación participante de interacciones entre científicos y ciudadanos. Puede que los argentinos prefieran no destinar recursos a ciencias sociales, pero solo una investigación en ciencias sociales nos ayudaría a contestar ese interrogante.
*Directora de la Licenciatura en Comunicación de San Andrés.