Su necesidad y su contenido terminan siendo secundarios en relación a la forma con que se intenta imponerla y el momento de la relación entre el Gobierno y la sociedad.
Una elección que infringió una derrota, un Parlamento ya electo que haría imposible esa propuesta y una confrontación donde las pasiones superan con creces los objetivos.
Derrota, enojo y ley como consecuencia, como si los medios fueran los culpables del resultado electoral, como si el Gobierno descubriera de pronto que convivía con el mal.
Si enfrentar al campo llevó a dilapidar una enorme masa de votos, hacerlo con los medios permite incrementar el aislamiento.
Un humor transformado en ideología, como si mi causa surgiera como mera consecuencia de la elección de mi enemigo. Dueños de la verdad, eterna referencia a la dictadura, en la que cuesta encontrar sus actos heroicos, su supuesta lucha personal.
Una idea del poder, una visión de propiedad de la verdad y un conjunto de funcionarios que acompañan como mayoría silenciosa.
El proyecto es un típico trabajo universitario, una mirada desde la teoría y en especial con muy poca experiencia en sus propuestas.
Nos cuentan que pasaron por decenas de debates, es cierto, salvo que eran convocados por los medios chicos y los que están al margen del sistema, que tanto merecen nuestro respeto como resulta absurdo pensar el conjunto desde un sector, y mucho menos desde los heridos del pasado.
Y los monopolios, son demasiados años gobernando para descubrir ahora la dimensión de los medios con los que convivimos.
Un tercio para el Estado, otro para los sin fines de lucro, reducimos lo comercial a un solo tercio de los medios, una concepción de la realidad tan romántica como impracticable.
Los medios son de los económicamente pudientes y suelen reflejar su pensamiento, hasta ahora nunca les permitieron ganar elecciones; de lo contrario, conservadores y liberales serían el partido más representativo de la Argentina.
El Estado necesita medios, de calidad y no en cantidad. Esto termina en muchos micrófonos sin audiencia, en audiencias concentradas y voces dispersas, en el error de todo estatismo sin proyecto, justificando futuras privatizaciones.
Tenemos los diez años que este mismo gobierno concedió en 2007, la cantidad de juicios y presencia de los jueces que sin duda promete esta propuesta y la revisión cada dos años, que necesita de demasiadas explicaciones como para dejarla vigente.
Una ley que aparece como un nuevo gesto de que el equivocado era el otro, un intento de matar mensajeros, de ocupar la ofensiva y aumentar el sectarismo.
Difícil de entender la agresividad que los llevó a la derrota y a la que responden exasperando el defecto.
Si ayer fue contra todo el campo, hoy es contra todos los medios y contra el resultado electoral.
La ley es bandera de lucha y se disfruta como una nueva excusa para la confrontación.
Parece que lo que importa es la actitud, la idea de ir por todo, de los dueños de la verdad a los que nada amedrenta, ni la opinión de los otros ni los votos de hoy.
No vale la pena estudiar y debatir la ley, aceptemos que no se está dispuesto a escuchar ni modificar nada, concibiendo a los demás como al mal, a la negociación como gesto de debilidad y a la agresión como valor revolucionario.
Hablan de “la ley de la dictadura”, y ésa es la que impone la idea del enemigo y la división de la sociedad, la esencial que debemos modificar.
A los que disentimos nos queda el lugar del silencio o la condena. Me duele en lo personal que después de tanto camino recorrido haya quien se anime a tildar de traidor al que piensa distinto, o simplemente al que piensa.
Ni la agresión es virtud de los revolucionarios ni la verdad soporta el fanatismo. Nadie niega que hay mucho por hacer, y lo más prioritario es respetarnos entre nosotros.
La ley que se propone es discutible y mejorable, la actitud con que se lo hace no soporta el camino de enriquecerse con el diálogo.
Y ésa es la ley que necesitamos modificar con urgencia.
*Militante justicialista.