Hoy paso el tiempo demoliendo hoteles, mientras los chicos allá en la esquina, pegan carteles”, arranca Charly García. El domingo pasado Jair Messias Bolsonaro demolió el sistema de partidos brasileño al que nos habíamos acostumbrado en los últimos 30 años. Bueno, al menos una de sus mitades. Y sí, se llama Messias. Sorpresa.
El efecto del huracán se sintió en el electorado de centroderecha. El principal partido que había dominado ese espectro ideológico, el PSDB de Fernando Henrique Cardoso, se desplomó. Perdió casi 30 millones de votos a nivel nacional (30%) y pasó de ocupar los primeros dos lugares de la competencia de manera ininterrumpida desde 1994 a un cómodo cuarto lugar. De hecho, no perdía tanto porcentaje de votos desde la primera victoria del PT con Lula da Silva en el año 2002. Cimbronazo.
El otro gran perdedor nacional de la elección fue el MDB, heredero del PMDB que supo balancear todas las coaliciones de gobierno que se formaron desde la caída de Collor de Mello a fines de 1992. Primera vez que compitió con candidato presidencial propio desde 1989. Apostaron, perdieron y les fue peor en este segundo intento: 1,20%. Una decisión estratégica.
El votante no es rencoroso, pero de algunas no se olvida. Todos los partidos más importantes con representación en el Congreso perdieron bancas. PSDB y PMDB fueron los principales impulsores del juicio político contra Dilma Rousseff (PT) durante 2016. Luego de una reestructuración del gobierno, liderado por un verdugo y apoyado por el otro, la continuidad del mandato presidencial a cargo de Michel Temer tambaleó más de lo que hizo pie.
El Lava Jato que vino después de Rouseff arrastró a la clase política brasileña en su conjunto. Y Bolsonaro llenó ese vacío.
Jugadas las cartas, los desafíos están en el futuro. Es altamente probable que Fernando Haddad, heredero lulista y última esperanza de los demócratas, no logre revertir el resultado en la segunda vuelta. Trabajos académicos como los de Aníbal Pérez Liñán y Daniel Chasquetti muestran que son magras las posibilidades. En caso de que se respete esta lógica, Bolsonaro tiene que formar un gobierno. Tiene que negociar. Y tiene que gobernar.
¿Cómo podrá? Sergio Abranches y Octavio Amorim Neto muestran que la clave de la gobernabilidad brasileña radica en la formación de gobiernos de coalición. Los partidos políticos en el congreso prestan su apoyo al presidente a cambio de cargos en el gabinete, repartiéndose funciones de gobierno e intercambiando apoyos por recursos políticos. Esto es necesario en un país con uno de los niveles de fragmentación legislativa más alta del mundo. Bolsonaro necesitará de este intercambio: tiene 10% de los diputados y el 5% de los senadores. Hay olor a Collor.
Pero esto dependerá de tres factores centrales. Primero, de los acuerdos electorales que se generen en estos días pre-ballottage entre los partidos de derecha y el victorioso novato presidencial. Segundo, la disposición a negociar (y moderarse) del propio Bolsonaro. Tercero, del conocimiento que él mismo tenga sobre las herramientas institucionales de que dispone un presidente brasileño para disciplinar legisladores.
¿Qué podemos esperar nosotros acá en el sur? En un escenario donde la integración regional está siendo cuestionada, los intercambios comerciales se han reducido a causa de la recesión y la inestabilidad golpea la puerta a diario, el futuro solo parece más oscuro. El espejo para mirar es el impacto que sufrimos con la victoria de Donald Trump en EE.UU. Las dos principales economías aliadas de la Argentina tienen como líderes políticos a innovadores defensores de la seguridad a toda costa, detractores de la heterogeneidad social y amantes de las economías cerradas. Con quién vincularse será un desafío de campaña para las coaliciones argentinas de 2019.
“Yo que crecí con los que estaban bien, pero a la noche estaba todo mal”, cierra Charly.
*Coordinador Académico de la Licenciatura en Gobierno y Relaciones Internacionales de UADE.