COLUMNISTAS

Su enemigo era el tiempo

ENOJADO, Kicillof regresa y revela sus molinos de viento.
| Cedoc

“Los que nos decían que el dólar costaba un peso ahora nos quieren convencer de que vale trece”.
(Axel Kicillof)

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La paranoia fue el actor principal de esta década de kirchnerismo. Para algunos, los Kirchner y sus más convencidos colaboradores la padecen; para otros, sólo aprovechan la paranoia que sufre gran parte de la sociedad argentina.

El caso último de la devaluación parece indicar que la padecerían, porque no aprovecharon como argumento que últimamente todas las monedas de los países del Brics se devaluaron en términos reales (Rusia 11%, India 20%, Brasil 18% y Sudáfrica 20%) como resultado de que Estados Unidos –comenzando a dar por superada su recesión– anunció la reducción de la impresión de dólares en 25 mil millones mensuales. Y al revés, se concentraron en interpretar los efectos de esa disminución de los incentivos monetarios norteamericanos como “un ataque de especuladores a la economía de los países emergentes” (Capitanich), o en acusar al CEO de la filial local de Shell por comprar dólares empujando su cotización (Kicillof).

Y cuando luego el Gobierno buscó otros culpables por los efectos de la devaluación en los precios, la respuesta era tan obvia que hasta Ignacio de Mendiguren lució catedrático al decir que “los empresarios a los que el Gobierno tilda hoy de inescrupulosos son los mismos que estaban en 2005 cuando el país crecía 9% y la inflación era 3%”.

El enemigo del kirchnerismo es realmente un invencible adversario al que nadie puede detener. Pero no son los poderes a los que normalmente responsabiliza, sino uno aun mayor: el tiempo, que a su paso destruye todo aquello que no es sustentable. Y no pocos piensan que lo mejor para el kirchnerismo sería que diciembre de 2015 fuera hoy.

Quien lucha contra enemigos ficticios queda ridículo, pero la paranoia lo tranquiliza porque la máquina simplificadora de su lógica le provee respuestas sin cesar y la presencia del enemigo lo explica siempre todo.

James Hillman, director del Instituto Jung de Zurich y padre de la psicología arquetipal, escribió: “No es seguro que el enemigo exista realmente; lo indispensable para la guerra, la causa de la guerra, no es el enemigo sino la imaginación”. La paranoia es una forma de locura lúcida donde la fantasía delirante se estructura lógica y organizadamente. Es un trastorno razonante que afecta a personas con capacidades intelectivas iguales o superiores a la media.

Presupuesto de base falsificado. En su libro Paranoia, la locura que hace historia, Luigi Zoja, ex presidente de la Asociación Internacional de Psicología Analítica, lo explica así: “La desconfianza no es necesariamente infundada, pero resulta excesiva y distorsionada. Puede suceder que aquel de quien se sospecha sea en verdad un adversario, pero no por eso está complotando para destruir a quien sospecha (...) Se llega así al ‘síndrome de acorralamiento’ y la convicción de ser víctima de un complot. Si el paranoico sufre una ofensa, reacciona de una manera desproporcionada: su réplica es exagerada porque está convencido de que esa ofensa es sólo el comienzo de una persecución”.

“La interpretación paranoica –continúa Zoja– procede así por acumulación: lo que podría contradecirla encuentra una lógica al revés y se convierte en una confirmación, y se activa otra característica de esta enfermedad, el autotropismo: una vez puesta en movimiento, la paranoia se alimenta por sí misma. El paranoico atribuye su propia destructividad al adversario, justificando así la agresión y aliviando el sentimiento de culpa si la agresión tiene lugar”.

El paranoico tiene una asertividad que parece resultado de haber recibido “una iluminación interpretativa”, de características similares a una revelación religiosa.

“Los procesos mentales del paranoico –explica Zoja– están dominados por la rigidez. Su mundo interior está petrificado. Su identidad depende por completo del exterior. Esto implica también fragilidad: no puede permitir cederles un palmo a los adversarios, porque tendría la sensación de no existir. Sobre la base de premisas erradas, la paranoia constituye un autoengaño originario. Existe una coherencia absurda (...) es la única forma de pensamiento que funciona eliminando verdaderamente la autocrítica”.

La paranoia de los individuos no resulta objeto de estudio para Zoja: apenas 0,03% de la población la sufriría, pero la paranoia en la política y la paranoia en las masas son mucho más frecuentes. Cita a Nietzsche: “La locura en el individuo es algo raro, pero en los grupos, en los partidos, en los pueblos, en las épocas, constituye la regla”. Y a Napoleón: “El gobernante debe sospechar de todo”. Es una afección que no reconoce ideologías: “Muchos enemigos, mucho honor”, afirmaba el eslogan fascista. “Ser atacados por el enemigo no es una cosa mala, es una cosa buena”, sostenía Mao Zedong.

La activación de la desconfianza. La paranoia como epidemia psíquica colectiva es más común en sociedades que pasaron por repetidas experiencias traumáticas (la paranoia del sobreviviente) y precisan un desahogo en apariencia racional a sus frustraciones. “Para la masa que lo sigue –escribe Zoja–, el líder paranoico no es sólo el jefe de una secta o un grupo político. En un nivel más profundo, es un maestro de defensas psíquicas. Les enseña un nuevo orden interior a personas comunes que no lo tienen. Cada miembro del grupo delirante encuentra un equilibrio temporario atribuyéndole su desequilibrio a otro grupo”.

Zoja critica no sólo a los gobernantes, sino también al periodismo por la falta de educación autocrítica: “Los medios de comunicación masiva, populistas por naturaleza, no alientan un examen interior que lleve a asumir la responsabilidad, sino que inducen a buscar culpables en el exterior”.

La paranoia nace de la loable necesidad universal de encontrar justificaciones (el paranoico no es amoral, como el psicópata), pero también de la pereza por preferir aquellas que requieren menor esfuerzo. El kirchnerismo, en este punto, tampoco sería una excepción.