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Asuntos internos

Tabucchi en la Bombonera

16-4-2023-Logo Perfil
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La experiencia nos lleva a colocar ciertos acontecimientos en la columna del “nunca”, aunque en realidad deberíamos colocarlos en la del “casi nunca”. Adverbio más, adverbio menos, nunca o casi nunca ocurre que las cosas inolvidables ocurran en el momento y el lugar apropiados: a la genialidad le gusta moverse.

El 25 de marzo de 2012, a los 68 años, Antonio Tabucchi moría en Lisboa. El azar o la necesidad quiso que ese mismo día desembarcara en Buenos Aires Alessandro Baricco, venido desde Turín, entre otras cosas, para asistir a un partido de fútbol. No es que lo hubiera elegido especialmente, pero para esa fecha jugaba Boca con Lanús en la Bombonera, y Baricco tenía una promesa que debía ser cumplida: asistir a un partido que fuera relatado por Víctor Hugo Morales.

Un par de años antes, un domingo, el propio Víctor Hugo lo había invitado a que presenciara un partido a su lado, desde la cabina, como un privilegio concedido a muy pocos. Pero Baricco volvía a casa ese mismo día, y el encuentro se pospuso. Dos años. Naturalmente, Víctor Hugo no había olvidado la invitación, de manera que cuando Baricco dijo voy para allá, Víctor Hugo se dispuso a recibirlo.

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Y el mismo día que Baricco llegó a Buenos Aires murió Tabucchi. Y era difícil no sentirse desolado. Cualquiera que lo hubiese leído se sintió desolado ese día cuando recibió la noticia, pero debe de ser muy feo subirse a un avión con Tabucchi vivo y enterarse al bajar que Tabucchi está muerto. No solo la desolación es mayor, sino que es mayor el desconcierto. Desolación y desconcierto se combinan para crear el dolor, y lo único que queda frente al dolor es el sufrimiento. Baricco sufría.

Pero no podía faltar a la cita. De modo que fue al encuentro con Víctor Hugo. Una vez dentro de la cabina de transmisión, el relator invitó al escritor a tomar asiento a su lado. Baricco comprende a la perfección el español pero es incapaz de decir una frase. Habla muy bien el inglés y el francés, pero no logra hablar en español. Es decir, podría, pero una exagerada sensación de pudor y un respeto desmesurado por la lengua le impiden proferir una frase que sabe de antemano que saldrá de su boca repleta de errores. Tradujo una vez un poema de César Vallejo (Espergesia, ese que empieza diciendo: “Yo nací un día que Dios estaba enfermo”), pero nunca se atrevió a más (tal vez deberíamos decir que nunca se atrevió a menos). En cualquier caso, la conversación entre Víctor Hugo y Baricco, que tenía lugar en plena emisión radial, al aire, estaba obstaculizada por la traducción, que siempre es un obstáculo: lo que Baricco decía, Víctor Hugo lo traducía. Y los temas oscilaban dentro de los márgenes de la normalidad, que en una transmisión futbolística es justamente el fútbol. Baricco informó que era hincha del Torino, y luego se explayó en la historia de ciertos cracks, y en aquel desastre aéreo del 4 de mayo del 49 en el que murieron 31 personas, incluido todo el plantel del Grande Torino, que volvía de jugar un partido en Lisboa contra el Benfica. Y como una palabra lleva a otra, y dado que la desolación permanecía en Baricco, pronunciar Lisboa le hizo recordar a Tabucchi, a quien naturalmente Víctor Hugo había leído, y entonces, en la previa de un Boca-Lanús de aquel 25 de marzo de 2012, Tabucchi se hizo presente en la Bombonera. Mejor dicho, no se hizo presente: no se corporizó su espíritu, su alma no sobrevoló el campo de juego; lo que ocurrió fue que durante diez largos minutos dos hombres conversaron amigablemente sobre otro que había muerto ese día. En la previa de un partido de fútbol. En la Bombonera. Las cosas inolvidables nunca ocurren en el momento y el lugar apropiados.