Fueron tan sólo dos palabras, siete letras que sintetizaron todo lo que habíamos vivido en la imponente sala del Tribunal: Nunca más. La voz de ese hombre afable y sencillo sonó sin estridencias. No había ni jactancia, ni prepotencia. No era un hombre desafiando al futuro ni haciendo gala de la trascendencia de su gesto. Tal vez, ni él mismo imaginó el lugar que la historia le reservó. Con el poder militar intacto, pero humillado por la aventura de una guerra perdida, nadie podía asegurar que la democracia iba a permanecer. Sin embargo, el miedo que sentíamos todos, no lo amedrentó. Cumplió y honró su función de fiscal, pero sobre todo, contribuyó a condenar el Terrorismo de Estado. Nunca antes se había juzgado y condenado la violencia política. Nunca antes se habían sentado en el banco de los acusados los jerarcas de la muerte. Y nos llenamos de orgullo por haber ido más lejos que nadie. Sin embargo, Julio Strassera junto a Luis Moreno Ocampo y un grupo de jóvenes abogados comprometidos realizaron una labor ciclópea, sin la ayuda con la que cuentan hoy los jueces que juzgan los delitos de lesa humanidad. La sociedad vivía la euforia de la democratización, pero no acompañó de cerca lo que se iba revelando cada día con el testimonio dramático, dolido, por momentos insoportable, de los que habían sobrevivido a las desapariciones pero recuperaban la voz jurídica para reconstruir esa maquinaria de muerte en la que se había convertido el Estado que utilizó el mismo terror que decía combatir. A no ser Jorge Luis Borges que escribió en cuarenta líneas en una crónica memorable lo que ninguno de los periodistas, allí presentes, conseguimos, nunca apareció por el Tribunal un dirigente político destacado. Nunca vi a los intelectuales consagrados de la época. Nunca vi alguna celebridad. Tan sólo las víctimas, sus familiares y muchos abogados. Como los periodistas teníamos prohibido ingresar con un grabador, ninguno de nosotros pudo con palabras propias describir lo que había escuchado de las voces directas de los que padecieron. En la televisión, tan sólo aparecían las imágenes. Sin la voz de los testigos. De modo que aquel juicio que fue publico, nació con la voz tapada, el sonido vedado. La divulgación quedó en nuestras manos, los periodistas que nos amontonábamos en una de las galerías del Tribunal. Nos dominaba la desconfianza, ya que veíamos “services”, espías del Estado. Y no nos equivocamos. Hoy lo sabemos... A lo largo de más de seis meses, configuramos con los jueces y los fiscales una extraña cofradía, cuya amistad y cariño fue creciendo en proporción a las dificultades de la democratización. Es lo que me sucedió con Julio Strassera, con quien me fui encontrando en cada una de las expresiones en las que fuimos manifestando nuestra preocupación por la utilización política partidaria de los derechos humanos y la configuración de un régimen que condena la dictadura pero descree de la democracia.
En la medida que nos fuimos separando de aquel tiempo del Juicio a las Juntas se fueron agregando nuevas generaciones para las que el Nunca más se llenó de nuevos significados. Muchos ignoran la totalidad de la Historia. Por ejemplo fue Carlos Somigliana, el dramaturgo quien mucho tuvo que ver con el texto del alegato final del Nunca más; que la sentencia de los jueces en su punto treinta alteró la estrategia de pacificación de Raúl Alfonsín y mandó a procesar a todos los que habían sido denunciados por torturas, muertes o secuestros, lo que generó miles de juicios y los levantamientos militares que le arrancaron la amnistía a la democracia naciente. Un proceso que nos pertenece a todos. Sin banderías. De modo que la mejor forma de honrar a Julio Strassera es tornar audible ese grito de esperanza del Nunca más: los argentinos merecemos otro destino colectivo, sin violencia política, sin enfrentamientos entre hermanos, sin impunidad. Un Nunca más al autoritarismo y la intolerancia, virtudes que sólo viven y anidan en la democracia ya que la historia enseña dramáticamente que toda cultura de poder desemboca en totalitarismo.
Julio Strassera contribuyó a condenar el terror y así la democracia nació bajo el auspicioso fin de la impunidad a los crímenes de la violencia política. Gracias Julio Strassera. Descanse en paz, ese valor que los argentinos comenzamos a apreciar y nos falta honrar, tal cual Usted hizo.
*Senadora de la Nación.