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Testigos xenófobos de Poe

Edgar Allan Poe
Edgar Allan Poe | Domino Público

Quisiera llegar a la última frase de un cuento de Edgar Allan Poe. Y no se trata de un relato fantástico de su producción más tenebrosa –que bien podría ilustrar algunos de los episodios de nuestra realidad–, sino uno de sus cuentos “del raciocinio”, aquellos que combaten la argucia con la razón, el engaño con la sencilla evidencia.

El cuento cuyo final en cuestión es de una actualidad espeluznante, inaugura el género policial en la historia de la literatura: “los crímenes de la calle Morgue”. Y con él aparece también el primer detective, el bibliófilo y amante de la noche Auguste Dupin. La última frase que éste le espeta al prefecto de policía, luego de haber resuelto un caso verdaderamente inhumano, es una sutilísima denuncia de los discursos institucionales. Vacuos e insustanciales. De la euforia verbal que, como la maquinita de producir billetes, aglutina palabras, las devalúa y se ampara en la negación para seguir propagándose, sin otro objetivo ni logro que la justificación de su propia emisión. 

Dupin, –protagonista sólo de tres cuentos que alcanzaron para darle a su breve paso por la ficción la eternidad de la literatura– establece una diferencia fundamental entre el “ingenioso” que avanza en la vida con promesas, “fantasías y cálculos”, basándose en “creencias” y “el razonador creativo”, que sustenta su búsqueda en el “análisis”, para luego, con la ayuda de la “imaginación”, “inventar” una solución. Todos los entrecomillados dan cuenta de las palabras elegidas por Edgar Allan Poe para diferenciar no sólo maneras de proceder sino también posicionamientos personales. De un lado, el “ingenioso”, provisto de “fantasías y cálculos”, en función de sus “creencias”.  Y del otro “el razonador creativo”, que “analiza” de la mano da la “imaginación”, en busca de una “solución”. ¿No les resultan palabras en desuso, tan necesarias para el desenvolvimiento humano: “razonador”, “imaginación”, “análisis”, “solución”? Pero Dupin no se conforma con discernir un método de aproximación a la realidad, también contempla la reacción de la gente, su involucramiento en los pequeños acontecimientos de la vida cotidiana que revelan la trama de la humanidad. Atiende a los efectos del discurso, cuando la dificultad de discernir tiende a la cerrazón. 

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Tips de la eternidad

Por si no recuerdan la escena del crimen de este cuento perfecto, retomo el momento en que el detective recauda el testimonio de las personas que escucharon los terribles alaridos de las víctimas (madre e hija), y del bestial causante de las muertes atroces. Esto supone un material interesante para nuestro detective: varios testigos auditivos de la escena del crimen. La simultaneidad entre la escucha y los sucesos. Lo que la oreja puede testimoniar. Y ahí entramos en el terreno también de lo que las personas pueden decir acerca de aquello que escuchan… Sobre todo cuando la emisión es confusa, no del todo fácil de discriminar sus partes. Es un momento muy particular del relato que no suele tenerse en cuenta, y al que Poe le otorga varias páginas. Todos los que estuvieron allí “mientras” sucedían los crímenes, –inteligentemente elegidos por el autor de distintas nacionalidades– no sólo discurren sobre las posibilidades de lo acontecido según lo que han escuchado sino que también agregan sus propias deducciones, completamente fútiles y prejuiciosas. Cada uno de ellos, sin saber del todo lo que escuchó, sospecha de la lengua que no es la propia. La lengua del otro. Así, un francés, sin entender lo que dice el supuesto culpable, está seguro de que éste no es francés porque “tiene la impresión de que hablaba en español”; al inglés le parece que se trata de la voz de un alemán, luego de admitir que no comprender ni una palabra de alemán; el italiano piensa que el culpable es un ruso, pero “confiesa que nunca habló con un nativo de Rusia”. 

Más allá de quién es el autor del crimen, Poe demuestra que el que escucha es tan peligroso como el que habla, cuando de acusaciones se trata. Lo trata de “gazmoño”, palabra que cuidadosamente Cortázar eligió para traducir este cuento, y que refiere al fingidor de escrúpulos… Y así llegamos a la frase prometida, cuando Dupin, luego de resolver el enigma –y encima liberar a un inocente de la falsa acusación– señala (e irónicamente denuncia) el modo que tiene el prefecto de la policía de “negar lo que es y de explicar lo que no es”.