Parece que todos los días existiera una nueva forma de ser. O de desear. Orientación sexual e identidad de género proliferan en sus nominaciones. Cada vez se agregan letras al colectivo LGTB, diversificando el “más”. Son maneras de nombrar lo no establecido. Bienvenidas sean, aunque se presten a confusión. Es cierto que a veces las conversaciones parecen cifradas, una presentación por etiquetas, pero también eso afloja lo estipulado. Hay más cartas sobre la mesa, no siempre se nace como a uno lo determinan. Si bien estos nuevos términos tardan en asentarse, vale festejar su diversidad semántica.
Muchas veces lo estanco del lenguaje refleja posiciones rigidizadas. Como si la ausencia de nombre invalidara voluntades. El problema es que todo ensanchamiento parece incubar rechazos. Y no se trata de brecha generacional; la juventud recicla los mandatos, como si a la genética se le sumara la herencia discursiva. Una bella novela que ilustra la recaudación de los escuchado se titula precisamente Léxico familiar. Su autora, Natalia Ginzburg, da cuenta de la pregnancia de los dichos familiares poniéndolos entre comillas como si fueran marcas que condicionan la existencia de los distintos miembros, al mismo tiempo que les permiten reconocerse unos a otros. Qué distinta sería una novela titulada de la misma manera, escrita en nuestra época.
Es posible que los mandatos se inviertan; hoy en día también les hijes renuevan el léxico. Recién anoche me enteré de una orientación sexual que podría corresponderme. Se trata del término “demisexual”. Por supuesto cuando me fue dicho (no podía ser otra que mi hija, de quien acepto sin displicencia sus atribuciones), dudé acerca del nombre que me asignaba. Primero pensé que “demi” refería a “medio”. No dije nada, pero fue extraño considerar que me consideraban “medio sexual”. ¿Qué estaría diciéndome mi hija, o más bien, qué advertiría de mí como para determinar mi “media sexualidad”? Por suerte me aclaró el significado antes de que yo divagara en mis afectaciones, tratando de discernirlo. El lenguaje en estos tiempos, más que representar una realidad, parece funcionar como espejo de la misma. Me miré entonces en la palabra. Según mi hija, se trata de “las personas que necesitan de un vínculo afectivo para mantener relaciones sexuales”.
Secretamente, me fijé en Wikipedia. La definición es bastante más aburrida, “los demisexuales son quienes experimentan atracción sexual secundaria (después de saber más sobre la persona que solo su apariencia).” Prefería la versión de mi hija, dentro de lo pacato, un poco más canchera. Inmediatamente después, me mostró las declaraciones de una de las integrantes del nuevo Gran Hermano, que con más de 23 puntos de rating algo refleja de todos estos dichos. “La bisexualidad me da un poco de asquito”. Qué retraso. Evoqué entonces los carteles fachos que algunas librerías francesas exponen en sus vidrieras en contra de Annie Ernaux. La diversidad lamentablemente no llegó sin nuevas discriminaciones. Aunque las palabras habiliten distintas maneras de pronunciarse.