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Calculando la vida

Felisberto Hernández 20221001
Felisberto Hernández | Wikipedia.org

Cuanto más se sabe de la biología y del planeta, más difícil parece “vivir la vida”. Lo urgente se vuelve argumento, los discursos prosperan y, extrañamente, los abusos también. Unos van por los carriles de la palabra, otros por el accionar irracional. Quizá la idea de que el saber sea la única verdad lo convierte en un problema. No hay donde depositar la fe, la ilusión; la aceptación de la finitud. ¡Justamente en tiempos donde se busca achicar la distancia entre la prevención y lo imprevisible! Logaritmos, nanotecnología, genética molecular, todo apunta al cálculo, y ya que estamos, a lo evitable. ¿Pero hasta dónde llega la evitabilidad?  ¿La anticipación exacerbada no acorrala la dicha en el cuadrilátero del temor? Como si el azar fuera posible de interceptar, y la felicidad una emoción garantizada. Hasta un novelista como Murakami escribe todo un libro sobre cómo correr tantas horas por semana para mantenerse en buen estado. ¿Cuál sería el mal estado? ¿Por qué medir el paso del tiempo como un estrago, el final de esta vida con la decrepitud? ¿Y si en lugar de empeñarse en domar la realidad tratando de reducir sus amenazas uno se metiera de lleno en la incertidumbre, navegando en lo indeterminado?  Felisberto Hernández, fantástico escritor, de quien este mes se cumplen los 120 años de su nacimiento, escribió un libro “sin tapas”.  Literalmente se titula Libro sin tapas, o sea abierto, sin límites, compuesto de fragmentos de una prosa lanzada al espacio, con textos que hablan tanto del universo, como de las pequeñas cosas. Gestos mínimos, costumbres, flirteos. Comienza diciendo: “A la última religión se le termina la temporada”. Y sí, ya queda poco en qué creer. Nos acercamos cada vez más a Tlön, el territorio imaginado por Borges regido por leyes humanas y no divinas. Prepárense…

El sentir de los sentidos

Pero siguiendo con Felisberto –felizmente rioplatense–, en su Libro sin tapas cuenta la historia de un muerto rebelde que observa la vida de los hombres y de manera cómica va enumerando los porqués de su existencia. Primero se pregunta: “¿Por qué los hombres tienen que no aburrirse?”. Luego se ocupa del porqué del progreso. Según Felisberto, el progreso se inventó para evitar el dolor. Por eso era un porqué provisorio, puesto que el dolor es inevitable. Cuando el personaje muerto consigue detener la avalancha de los porqués, se da cuenta de que “la Tierra es maravillosa, un juguete ingeniosísimo; la encontraba parecida a esos sonajeros de los niños que es necesario que los muevan para que suenen: la Tierra se movía y por eso los hombres tenían acción”. Junto con el “muerto observador”, Felisberto crea otro personaje legendario, “Fulano de tal”, que monologa a la manera de un loco a punto de fingir cordura: “Y me quedé loco de no importárseme el porqué de nada. Los que están por volverse locos y buscan el porqué del cosmos están a punto de no entretenerse”.

Este escritor uruguayo fue pianista y compositor, y, en su primera vida, durante muchos años, trabajó de pianista acompañante en la proyección de películas mudas. Vaya tarea para un futuro escritor: estar en una sala oscura, mirando transcurrir una historia sin voces y ser el encargado de musicalizar las interlocuciones mudas, los estados de ánimo, los tropiezos. O sea, inventar con las teclas un texto. Así también, su prosa, inclasificable, se escucha. Jugando a los porqués nos propone una felicidad inquietante. La única posible.

Un autor británico, redescubierto por César Aira y Luis Chitarroni, llamado Denton Welch, ciclista empedernido, pero también víctima de un accidente lentamente fatal, es otro que advierte mucho de la vida en sus cuentos, a través de una prosa que revela al ser humano en su íntima cotidianidad, añorando sentimientos que se desarman por miedo a la inermidad. En su libro La palabra odiosa, recién publicado, introduce personajes que apuntalan la vida, escudriñando lo amenazante. Así, uno de ellos se las arregla dando lo que nadie espera: “Me parecía lo más maravilloso del mundo dar todo el tiempo: cosas que no eran solicitadas, expresiones que nadie se molestaría en entender, sonrisas que nadie vería y canciones que nadie escucharía”.

Quizá lo gratuito es lo que falta en este mundo, antídoto de lo calculado.