CULTURA
premio nobel de literatura 2022

La escritora francesa Annie Ernaux se quedó con el Nobel y enseguida despertó polémica

En pleno auge de la tecnología, se podía suponer que la Academia Sueca premiaba a uno de los últimos autores analógicos, quien vive al margen de los centros de validación cultural, como es la capital francesa. Pero no, el premio cayó en medio de una grieta en que se dirimen cuestiones políticas y culturales, como la imposición de las costumbres radicales islámicas. Nacida en Lillebonne, 1º de septiembre de 1940 (acaba de cumplir 82 años), sus libros, amliamente traducidos al español, instalaron lo que se dio en llamar “auto-socio-biografía”: una autora que solo habla de sí misma.

Annie Ernaux
Annie Ernaux. | AFP

El pasado jueves a las 8 de la mañana, la Academia Sueca dio a conocer que el Premio Nobel de Literatura 2022 se adjudicó a la autora francesa Annie Ernaux (nacida como Annie Duchesne), de 82 años, “por el coraje y la agudeza clínica con la que descubre las raíces, los extrañamientos y las restricciones colectivas de la memoria personal. En sus escritos, Ernaux, de manera consistente y desde diferentes ángulos, examina una vida marcada por fuertes disparidades en cuanto a género, idioma y clase. Su camino hacia la autoría fue largo y arduo”. 

A los pocos minutos, Hubert Bouccara, el librero a cargo de Librairie La Rose de Java, ubicada en el nro. 11 de la rue Campagne Première de París, colocaba un cartel en la vidriera con la siguiente leyenda: “No hay necesidad de perder el tiempo preguntándome si tengo algún ‘libro’ de Annie Ernaux. No ofrezco libros de colaboradores antisemitas, histerofeministas, indigenistas, racistas y todo lo relacionado con el hedor del movimiento woke”. Sorprende que un premio de estas características tenga una respuesta tan contundente desde lo real. Por la trayectoria literaria de Ernaux, en pleno auge de la tecnología, se podía suponer que la Academia Sueca premiaba a uno de los últimos autores analógicos, quien vive al margen de los centros de validación cultural, como es la capital francesa. Pero no, el premio cayó en medio de una grieta en que se dirimen cuestiones políticas y culturales, como la imposición de las costumbres radicales islámicas.

Ernaux proviene de un entorno social modesto, la primera en tener educación superior

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La frase final del cartel, en francés –et tout ce qui est en liaison avec la puanteur woke!– era una clara referencia política, motivo por el cual consultamos al lingüista argentino Marcelo Sztrum, radicado en París hace más de treinta años, quien aclara: “Puanteur, es mal olor. Woke es el movimiento de origen norteamericano supuestamente antirracista, pero “racislista”, racista antiblanco, anti-Occidente y antimasculino, expresado en la cultura de cancelación y la gansada infame de la escritura inclusiva. En eso –también antisemita de la forma “políticamente correcta” antiisraelí– están Annie Ernaux, Jean-Luc Mélenchon y sus siniestras amigas neofeministas”. Mélenchon es diputado por la izquierda en la Asamblea Nacional francesa y fue candidato a presidente en las recientes elecciones en las que ingresó como tercero.

En mayo pasado, el periodista Yann Barte (en Twitter @YannBarte) publicó en el “periódico hebdomadario” Franc-Tireur un perfil de la escritora, donde advierte que la estrella literaria visitaría el Festival de Cannes con su hijo David para el estreno de la película Los años del Super 8 y con sus posturas políticas radicales como un problema y además: “Annie Ernaux no está perdiendo los estribos. Ella dice estar “siempre sublevada”. “No puedo quedarme callada”, admitió nuevamente el año pasado. “En uno de mis cuadernos, hay esta frase: Escribiré para vengar a mi raza”, por clase social, por supuesto. En su obra híbrida, que algunos han llamado auto-socio-biografía, el yo da paso a la demanda siempre tiránica de un nosotros colectivo, muy marcada por la sociología bourdieusiana y la lucha de clases. No puede perdonarse este cambio de clase que todavía vive, a sus más de 80 años, como una traición. Hija de trabajadores que se han convertido en pequeños comerciantes, no habrá tenido que proletarizar sus orígenes como hacen muchas personas de forma a menudo irrisoria. (…) Annie Ernaux proviene de un entorno social modesto. La primera en su familia en tener una educación superior, se convirtió en profesora asociada y escritora. No es de extrañar entonces que Édouard Louis viera allí a su madrina literaria. Y no solo eso, otro admirador de su obra es el más que ególatra y autorreferencial Emmanuel Carrère, preferencia que no la favorece.

Barte también subraya que en 2019, la reciente Premio Nobel se refirió al velo para mujeres musulmanas como “el orgullo de los humillados”. Y, otra vez, lo real vino a conspirar con la llegada del premio. “El domingo pasado, durante la reunión en la Plaza de la République de París, hombres y mujeres iraníes allí presentes les enseñaron una gran lección de laicismo. Al decirle a Madame Rousseau que no era bienvenida, lo dejaron claro a todo el mundo: no se puede apoyar al mismo tiempo el velo en París y defender a los que queman su velo en Teherán. Al silbar a Madame Manon Aubry, se referían a que en 2019 un partido no puede caminar con islamistas y en el 2022 apoyar a las víctimas de la República Islámica de Irán. En resumen, nos mostraron que no se puede ser comunista y universalista al mismo tiempo. Hay una elección que hacer.” 

La escritora francesa Annie Ernaux, ganadora del Nobel de Literatura 2022
La escritora francesa Annie Ernaux, ganadora del Nobel de Literatura 2022. (FOTO: AFP)

Esta descripción es parte del discurso que esta semana brindó el senador Claude Malhuret  ante la Asamblea Nacional y las mencionadas pertenecen al ámbito político de Mélenchon. Así, la invasión rusa a Ucrania y la rebelión femenina contra el régimen iraní colocaron en un lugar muy incómodo y contradictorio a la izquierda champagne. Tal vez este Nobel es una forma de resarcir el pasado reciente del premio, su suspensión por tráfico de influencias y abuso sexual, una forma en que los catedráticos suecos dan reconocimiento tardío a los movimientos radicales de minorías, con una cierta nostalgia por el socialismo perdido y que hoy, claramente, de sueco no tiene nada. 

Entonces, ¿a qué literatura nos lleva todo esto? ¿Se trata de un realismo pobre o de la consagración de la pobreza de un realismo tardío que huele a humedad por abandono culposo? Y, justamente, esto trae el recuerdo del dudoso antecesor de Ernaux, el militar del Ejército Popular Chino, Mo Yan, galardonado hace diez años. Es que la temática de la francesa y su prosa fría, medida, calculada en frases cortas sin recursos lingüísticos ni poéticos, mera cirugía entre antropología y sociología, resulta un círculo sobre sí. Lo que brinda es un tedio sospechoso de resentimiento, como si lo real que invoca fuera un laboratorio entomológico donde el otro –y lo otro–, debe encajar en la teoría o concepción ideológica. ¿Será esto efecto colateral de un determinismo post soviético afrancesado? Puede el lector corroborar esta duda con el fragmento adjunto de su autoría.

Pero tiene, eso sí, una escritura correcta, sin complicaciones. Ernaux recibió varios premios, entre ellos Renaudot y el Maillé-Latour-Landry de l’Académie Française, 1984; el Marguerite-Duras, 2008; el François-Mauriac, 2008; el Strega Europeo, 2016; el de la Academia de Berlín, 2019; el Premio Formentor de las Letras, 2019 (desde siempre neto antecesor del Nobel). ¿Esto habla bien de ella o mal de estos premios? De eso se trata este Nobel, del reconocimiento y su fatalidad irreversible: la obra publicada del escritor que se vuelve contra él y lo desmiente, acaso como esa ficción en la que inscribe la realidad empecinada en conjeturarlo. 

Annie Ernaux
NOBEL. (FOTO: Twitter @NobelPrize)

‘La vergüenza’

Annie Ernaux*

Mi padre intentó matar a mi madre un domingo de junio. Fue a primera hora de la tarde. Yo había ido como de costumbre a misa de doce menos cuarto y después a comprar unos dulces a la pastelería del centro comercial de la ciudad, un conjunto de edificios provisionales construidos después de la guerra. Cuando volví, me quité la ropa de domingo y me puse un vestido de estar por casa. Después de que los clientes se marcharan y de que echáramos el cierre del colmado, empezamos a comer. Seguramente teníamos la radio encendida, pues a esa hora emitían Le tribunal, un programa de humor en el que Ives Deniaud interpretaba el papel de un pequeño delincuente al que un juez de voz temblorosa acusaba una y otra vez de haber cometido unas fechorías absurdas y le condenaba a penas ridículas. Mi madre, que estaba de muy mal humor, no dejó de discutir con mi padre durante toda la comida. Una vez que hubo recogido la vajilla y pasado la bayeta por el mantel de hule, continuó dirigiendo reproches a mi padre, sin dejar, como siempre que estaba contrariada, de dar vueltas por la minúscula cocina, encajonada entre el café, el colmado y la escalera que conducía al piso de arriba. Mi padre permanecía sentado, sin responder, con la cabeza vuelta hacia la ventana. De pronto empezó a temblar de forma convulsiva y a resoplar. Se levantó y le vi agarrar a mi madre y arrastrarla hasta el café gritando con una voz ronca, desconocida. Corrí al piso de arriba, me tiré encima de mi cama y metí la cabeza debajo de la almohada. Después oí a mi madre dar alaridos: “¡Hija!”. Su voz provenía de la bodega, situada junto al café. Corrí escaleras abajo gritando “¡Socorro!” con todas mis fuerzas. En la mal iluminada bodega pude ver cómo mi padre agarraba con una mano a mi madre, no sé si por los hombros o por el cuello, y cómo en la otra tenía el hacha para cortar leña que había arrancado del tajo donde se encontraba normalmente... Lo único que recuerdo de aquella escena son los sollozos y los gritos. En la siguiente escena nos encontramos otra vez los tres en la cocina: mi padre está sentado al lado de la ventana; mi madre, de pie junto al fogón, y yo, sentada al pie de la escalera. Lloro sin poder contenerme. Mi padre todavía no había vuelto a la normalidad, temblaba y seguía teniendo aquella voz desconocida. Repetía: “¿Y tú, por qué lloras? A ti no te he hecho nada”. Recuerdo que dije: “Vais a volverme loca”. Mi madre decía: “Vamos, ya ha pasado todo”. Después nos fuimos los tres a pasear en bicicleta por el campo de los alrededores. Al volver a casa, mis padres abrieron el café como todos los domingos por la tarde. Nunca más se volvió a hablar del asunto.

Aquello ocurrió el 15 de junio de 1952, la primera fecha concreta de mi infancia. Hasta entonces, el tiempo solo había consistido en un deslizarse de días y de fechas escritas en la pizarra y en los cuadernos.

A partir de entonces, les he dicho a varios hombres: “Cuando yo estaba a punto de cumplir doce años, mi padre intentó matar a mi madre”. El hecho de haber necesitado decírselo demuestra lo unida que me sentía a ellos. Sin embargo, todos se quedaron en silencio después de oírlo. Y yo me daba cuenta de que había cometido un error, de que no estaban preparados para escucharlo.

 

* Extracto de La vergüenza, Tusquets 1998, traducción de Mercedes y Berta Corral.