ELOBSERVADOR

“Hacer memoria para construir”

Ese fue el pedido de José Ignacio López en el último plenario de la Academia Nacional de Periodismo, que recibió a sus nuevos miembros. Un encuentro en el que se abordó el recuerdo de quienes ejercieron la profesión en la dictadura, y el desafío de hacerlo hoy tras la revolución tecnológica que cambió por completo el escenario.

Diplomas de la academia nacional de periodismo 20220519
Entrega de los diplomas de la academia nacional de periodismo. | Pablo Cuarterolo

“El 13 de diciembre de 1979, en plena dictadura militar el hoy académico, José Ignacio López, en una conferencia de prensa en el Salón Dorado de la Casa Rosada, preguntó a Jorge Rafael Videla por los desaparecidos. “Desaparecidos”, una palabra que no se mencionaba de manera pública en aquel momento.

José Ignacio López: Presidente. Quiero volver sobre algo que ya tocó. El último domingo de octubre, el Papa Juan Pablo II se refirió a la Argentina en la plaza San Pedro. De distintas maneras, pero entre otras cosas habló de un problema que ya ha sido tocado aquí, como es el problema de los desaparecidos y de los detenidos sin causa, sin proceso. Le quiero preguntar si usted, que muchas veces se ha dirigido al Papa, le ha contestado reservadamente a esas expresiones de Juan Pablo II. Y si hay algunas medidas en estudio en el gobierno sobre ese problema más allá de la del tiempo a la que usted hizo mención recién. 

Jorge Rafael Videla: Por lo pronto el Papa cuando habla en esa circunstancia habla al mundo, no le habló a la Argentina y habla su condición de pastor, y habla ejerciendo más que un derecho, una obligación que tiene por ser cabeza de una Iglesia que hace del amor el eje en el cual sea su creencia, que es justamente el amor al prójimo fundado en la dignidad del hombre. No tiene otra forma más que decir que hay que preservar la dignidad del hombre. De no haberlo dicho, en esa u otra circunstancia, yo diría que hasta falta en su deber de Estado. Creo que quedó una parte final a su pregunta: qué más, qué más se va a hacer.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

JIL: Sí yo le preguntaba si había algunas otras medidas que pudiera estar estudiando el gobierno, porque el Papa en esa ocasión hizo algunas solicitudes más allá de la referencia que usted hizo al tiempo como factor para solucionar este grave problema. 

JRV: Frente al desaparecido, en tanto esté como tal, es una incógnita el desaparecido. Si el hombre apareciera, bueno, tendrá un tratamiento X y si la desaparición se convirtiera en certeza de su fallecimiento tiene un tratamiento Z. Pero mientras sea un desaparecido no puede tener ningún tratamiento especial, es una incógnita. Es un desaparecido, no tiene entidad, no está y ni muerto ni vivo: está desaparecido. Frente a eso, frente a lo cual no podemos hacer nada, atendemos, sí, a la consecuencia palpitante, viva, de esa desaparición, que es el familiar. Y a ese sí tratamos de cubrirlo en la medida de lo posible, no tenemos más que eso pese a ello. Si se le ocurre alguna idea mejor la aplicaríamos. Por ahora no es más que eso. 

Desde la Academia Nacional de Periodismo pensamos que ese 13 de diciembre es otro día del periodista en homenaje a la valiente pregunta de José Ignacio López”.

La cita anterior corresponde a un video documental proyectado el pasado 19 de mayo de 2022, en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Allí, la Academia Nacional de Periodismo realizó una reunión especial de carácter plenario y público, anunciando la incorporación como miembros de 15 nuevos académicos. La entrega de los diplomas fue demorada por restricciones de la pandemia y correspondieron a Ernesto Tenembaum, Hinde Pomeraniec, Hugo Alconada Mon, Beatriz Sarlo, Santo Biasatti, Fernando Bravo, Daniel Dessein, Gustavo González, Héctor Guyot, Marcelo Longobardi, Norma Morandini, María O’Donnell, Fernando Ruiz, Fernán Saguier y Eduardo van der Kooy. 

Pero el homenaje a José Ignacio López también incluyó a Magdalena Ruiz Guiñazú. En palabras de Jorge Fontevecchia: 

“1979 fue un año de cambio de ciclo y me toca a mí hablar en este momento, porque creo que de la Academia soy el que queda de los que estuvo detenido en un campo de concentración. En mi caso fue el 6 de enero de 1979 en que yo fui detenido en el Olimpo. Es un año que cruza al tema del periodismo y los derechos humanos. En junio de ese año Robert Cox se tiene que ir de la Argentina, previamente lo habían secuestrado. En septiembre de ese año se crea la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en la OEA.Y en septiembre de ese año viene al país una misión de la Comisión Interamericana y poco después José Ignacio López hace esa pregunta que quedó marcada en la historia del periodismo: le pregunta a Videla por los desaparecidos. Entre muchos académicos pensamos que, por este hilo de hechos, por ejemplo, cuando vino la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, empezaron a cerrar todos los campos de concentración. De hecho, el Olimpo fue el último campo de concentración de la dictadura. Habían juntado otro previamente, y lo habían mantenido en el Olimpo. En el Olimpo hubo 750 personas y mataron a 700 solo en marzo. Entonces, fíjense la concatenación de estos hechos que, como broche, cierra el increíble José Ignacio López con esa pregunta única sobre los desaparecidos, obligando a Videla a tartamudear, a referirse a que los desaparecidos no están.

Hay varios académicos que piensan que hay que cambiar el día del periodista, y no es que Mariano Moreno no haya sido importante, sino porque aquel periodismo fue de revolución, militante, era un periódico distinto. Y lo que hizo Nacho ese día no solamente honra a la Academia Nacional de Periodismo, sino a todo el periodismo. Y conjuntamente con eso, a Magdalena Ruiz Guiñazú, por la actitud que tuvo no solo durante la dictadura, sino en el proceso de los últimos años, en la comisión que creó Alfonsín. Yo tengo el recuerdo de lo mucho que hizo. Salí al exilio y volví cuando ganó Alfonsín, y recuerdo perfectamente a Magdalena al frente de la comisión, llevando al cabo Raúl Villarino, que era el cabo de la ESMA, el primero que hizo la denuncia respecto de la tortura que se producn en la ESMA. Era una persona que venía de denunciar en la revista La Semana y me acuerdo perfectamente a Magda solita atendiendo a su caso y yo con un torturador, que las cosas que decía mejor no recordarlas. Así, la Academia decidió hacer un reconocimiento tanto a José Ignacio López como a Magdalena Ruiz Guiñazú por la defensa de la libertad de expresión en el peor momento de la historia de la Argentina y del periodismo.”

Pero la dimensión de los homenajeados también incluye, en ese mismo video, el testimonio de la ex diputada, senadora y ministra de la Nación Graciela Fernández Meijide: “Con Magdalena Ruiz Guiñazú, y a instancias de ella y de Marshall Meyer, se organizó el primer testimonio filmado, el primer documental filmado con familiares de desaparecidos, hablando y dando su denuncia. Eso se pasó por Canal 13. Ahí estaban con Marta Lamas como productora, la que siempre acompaña a Magdalena. Y ya no me acuerdo que más se estaba organizando, pero estuvimos presentes todos los miembros de la Conadep y cuando lo pasaron por Canal 13 les tiraron lo que se llamaba un caño. 

(…) En un momento que habían recorrido varios lugares de la Escuela de Mecánica de la Armada. Magdalena se da cuenta de que había un fotógrafo que obviamente no era del equipo y que supuso, y con razón, que lo habían puesto ahí los marinos. Y lo interpeló. Y le dijo: ¿usted qué quiere, una foto nuestra? Porque estaba fotografiando, como a escondidas. Y ahí le dijo: bueno, ahora nos ponemos todos acá y nos saca todas las fotos que quiera. Le hizo sacar la foto a todo el grupo y después le dijo: y ahora váyase. ¿Y a dónde se fue? A ningún lado, si era de ellos, le habían encargado las fotos los mismos marinos. No sé, creo que lo hicieron para intimidar o para demostrar el poder. 

Hay una cosa que quisiera agregar y es que durante la dictadura no teníamos acceso a los medios. Era muy difícil, salvo en el diario inglés que se publicara algo, al Buenos Aires Herald me refiero; que se publicara que había habido desaparecidos o que habían desaparecido, o lo que fuere. Pero yo visitaba todas las semanas a Joaquín Morales Solá en Clarín e intercambiábamos información. Yo le contaba lo que sabía y él no podía publicar nada. Sin embargo, yo sentía que él me estaba escuchando con un oído amigo. Y para cuando fue el tiempo en que pudimos publicar solicitadas, que nos cobraron, Joaquín hacía todo lo posible para que nos cobraran lo menos posible en el diario.”

“Vivimos haciendo memoria para seguir peleando”, lamentó José Ignacio López

Justamente, interviene Jorge Fontevecchia respecto a este recuerdo de Meijide: “Quiero hablar de Joaquín, que fue injustamente maltratado durante el primer y segundo gobierno kirchnerista Está acusado con una foto totalmente fuera de lugar en Tucumán, de no haber tenido una actitud ética durante la dictadura militar totalmente injusta. Compartí en ese momento con Joaquín el triste privilegio de ser blanco de Néstor Kirchner. Así que el testimonio de Graciela Fernández Meijide viene a hacer honor a eso. Estoy muy agradecido y muy feliz de ese reconocimiento también a Joaquín, que fue injustamente tratado en ese momento, nada más que eso.”

Para Ernesto Tenembaum, su historia personal con el periodismo se enlaza con un ejemplo: “Me refiero a una anécdota de cuando yo era adolescente. Un adolescente es una persona que está molesta con sus padres, que es incómodo, injustamente lo es. Me levantaba a la mañana con un ruido que era mi papá en el baño mientras se estaba afeitando, abría muy fuerte, haciendo un ruido insoportable, la canilla, o sea, se dedicaba a afeitarse con un fuerte chorro de agua. Pero como le gustaba escuchar noticias sobre el ruido de esa canilla, escuchaba la radio más fuerte todavía, y yo odiaba eso. Cierta vez escuchaba a Magdalena, abre la puerta del baño y me dice: mirá lo que está diciendo, está hablando de los desaparecidos. Y yo ni soñaba con ser periodista, tenía 13 años, tal vez más que eso. Y mi viejo marca: mirá lo que está diciendo. Mi viejo no era un combatiente, era una persona con sus convicciones, politizada y valiente, pero destacaba a quien decía algo que otros no decían, con lo cual Magdalena estaba dando una noticia. Seguro que sabía la noticia, seguro que sabía que se estaba jugando, pero al mismo tiempo estaba dando un ejemplo que marcaba de tal manera a un chico de 13 años. Su papá le estaba mostrando lo que ella hacía como un ejemplo de periodismo.”

A su vez, José Ignacio López agradeció el reconocimiento enfatizando: “sigamos haciendo memoria para construir, que es lo que yo digo que nos hace falta. Porque vivimos haciendo memoria para seguir peleándonos. Para profundizar las grietas que tenemos. (…) Esta nueva composición de la Academia nos ha permitido mantener diálogos de una sinceridad, de una apertura, de una disposición a la autocrítica que me parece que estamos construyendo un espacio que la Argentina su periodismo necesitan, un espacio para revisar lo que hacemos y cómo lo hacemos, para auto criticarnos y encontrar respuestas a dilemas que son nuevos, que tienen que ver con la verdad o la mentira, con la honestidad o con la corrupción. Y que ahora están agigantados por los tweets, por internet, por las redes sociales.”

La crisis del periodismo en el siglo XXI. De esta manera aparece la problemática que abordó la reunión en el discurso de cada uno de los designados: el paradigma de la información en un contexto de propagación tecnológica en tiempo real, desde cualquier lugar y circunstancia, convirtiendo al lector periodístico en rehén de una cuantiosa invasión de datos. Por ello el presidente de la Academia, Joaquín Morales Solá, señaló líneas obligatorias para el ejercicio del periodismo: “Tenemos el deber de chequear la información antes de publicarla. La información debe ser cierta o no es información y para eso debemos consultar con todas las fuentes, aunque estas no nos gusten. Si los periodistas consultaran solamente con las fuentes que les son simpáticas, dejaríamos de ser periodistas. Tenemos el deber de respetar un límite moral. El respeto a la vida privada, salvo cuando la persona pública hace de su vida privada una cuestión pública. El deber de respetar la vida y la muerte. Y el respeto a la verdad, o lo más parecido a ella que nos podamos acercar. Creo personalmente, y espero que algunos lo compartan, que los periodistas tenemos el derecho a criticar, pero no a ofender. Tenemos el derecho a disentir, pero no a difamar. Tenemos el derecho a una opinión propia, pero sin desconocer que existen otras opiniones distintas de las nuestras. Tenemos el deber de respetar los hechos y las palabras, el verdadero significado de las palabras.”

“Los periodistas tenemos el derecho a criticar, pero no a ofender”, afirmó Morales Solá

A su vez, Hugo Alconada Mon leyó un texto de Héctor Guyot, en el que destaca: “El periodismo vive una etapa de crisis. Está en pleno proceso de adaptación al ecosistema que impuso la revolución tecnológica. Hoy lo que escribimos en un diario, lo que decimos en radio o televisión, convive en la dimensión virtual con una multiplicidad de voces. Y todas esas voces luchan por captar la atención cada vez más escasa de una audiencia saturada de estímulos. En la dimensión felizmente democrática de Internet. Todo se mide en términos de cantidad. El peligro, entonces, es que la búsqueda de rating o de clics vaya relegando los presupuestos de calidad. Esto crearía un escenario aún más propicio para las fake news, para que acaben igualados lo verdadero y lo falso, y para enfrentamientos mediáticos que exacerban las emociones y polarizan a la sociedad. El deterioro de la convivencia democrática aquí y en otras partes del mundo tiene relación con este nuevo ecosistema del que los periodistas formamos parte. Por último, en momentos en que la información se confunde con el mero dato aislado de contexto, en una cultura donde hay cada vez menos tiempo y paciencia, me gustaría reivindicar el arte de contar historias, es decir, de enlazar los hechos a través de una cadena de causas y consecuencias para dotarlos de sentido. Los periodistas somos en esencia narradores y si no aportamos sentido a lo que hacemos, nos sumamos a la confusión general.”

Para Gustavo Gonzalez, presidente de Perfil, la materialidad del problema periodístico se pone de manifiesto en el tipo de argumentación predominante y sus secuelas, por ello refiere: “En las clases de periodismo me preguntan sobre algún tema más acuciante para nuestra profesión, yo menciono el tema del sentido crítico. Me parece que en la Academia Nacional de Periodismo tenemos una misión que puede ser fecunda, para alimentar y profundizar el sentido crítico de los periodistas. La pérdida del sentido crítico en el periodismo derrama falta de sentido crítico en la sociedad. La falta de sentido crítico en la sociedad genera dirigentes acríticos. Y creo que hay una relación entre la pérdida de sentido crítico de los periodistas, de la sociedad y de los dirigentes con cierta pérdida del sentido de la realidad. La relación es que en ambos casos se construyen edificios imaginarios, delirantemente perfectos, donde cada ladrillo sirve para acumular una certeza sobre otra y hacerlo inexpugnable ante cualquier duda. Las dudas son tratadas como un virus para el cuerpo humano. La pérdida del sentido crítico lleva a que preguntar y repreguntar, por ejemplo, en lugar de servir como herramientas para investigar pueden generar confusión en ese mundo imaginario en el que se pierde el sentido de la realidad. Entonces se evita hacerlas o rechequear información.

“Hoy surgen algunos episodios que vemos en el periodismo masivo, donde aparecen personajes que prácticamente deliran y que construyen oraciones totalmente irracionales, pero que son analizadas como si fueran lógicas por ciertos sectores de nuestra audiencia y también por nosotros mismos. Y no puedo dejar de pensar en la responsabilidad que tenemos los periodistas en cuanto a esa pérdida del sentido crítico. Pérdida del sentido crítico en cuando a no tomar la distancia suficiente de nuestras fuentes, de las noticias, de los sujetos noticiosos y, fundamentalmente, de no tomar la distancia necesaria de nuestras audiencias. Yo sé que es muy difícil porque las audiencias nos dan de comer y alimentan nuestros egos. Las audiencias son las que nos aplauden cuando decimos lo que quieren escuchar o nos repudian cuando decimos lo contrario. Y nos aplauden de pie y a los gritos, cuando lo que decimos coincide con lo que ellos piensan y lo decimos de pie y a los gritos. Sé que es difícil tener esa independencia de nuestras audiencias, mantener ese sentido crítico, especialmente de ellas. Pero creo que una de las misiones del periodismo no es solamente generar nuevas audiencias, sino también mejorar las que ya existen.”

Según Marcelo Longobardi la crisis del periodismo tiene una expresión global en una situación política generalizada: “Entre la misión y propósitos que tiene la Academia está obviamente la defensa de la democracia, de la República, de la libertad de expresión y del periodismo. Y ustedes saben que la preservación de esos valores son, hoy en día, el tema más importante del mundo. No hay ningún asunto más importante en el debate mundial que la preservación de los valores que exhiben y defiende la democracia, que, por tanto, es para nosotros un desafío casi dramático. Ayer, y luego de un debate extraordinario que comenzó con una exposición súper interesante de Eduardo van der Koy y todos terminamos discutiendo sobre el periodismo. Joaquín dijo una frase que quiero leer textual, porque es una frase que nos convoca a todos sobre algo muy interesante. Él dijo: hay que hacer algo y no sabemos qué. Esa fue la frase exacta. Escribí eso inmediatamente, porque esa frase nos convoca a todos a un desafío absolutamente estimulante que es el de pensar el futuro. Estamos todos en un problema. La democracia está en un problema. La libertad es un problema. La autocracia es un fenómeno que amenaza a todos los países, inclusive a la Argentina. Y esa frase de Joaquín es el desafío más estimulante y más extraordinario al que me he sentido convocado.”

La invasión tecnológica, que la sociología bien propone como Caballo de Troya de la globalización, también modificó la dimensión de la lectura hasta cuestionar su esencia. O peor, cuestionar la capacidad de discernir de lo que convenimos como audiencias. Durante la transmisión en directo de la Guerra del Golfo a 1993, con la intervención del procesador como triunfo de los efectos especiales en Terminator II, correlato de ficción que tuvo en su manifestación en lo real el uso de algoritmos para la digitalización de las artes gráficas, se desmontaron los procesos de las agencias de publicidad convirtiendo a cada sujeto en una isla creativa. En dicho campo de prueba ligado a la producción periodística, donde se exhiben sus piezas, se produjo una condensación del saber y el trabajo, con la secuela de un aislamiento real, disgregación de especialización, así como precarización laboral. De esta manera las redacciones periodísticas se transformarían, poco a poco, en amplios espacios tabicados, silenciosos, como las oficinas de cualquier empresa multinacional. Cada puesto de trabajo, entonces, ligado a una computadora.

“El periodismo debe generar nuevas audiencias, pero también debe mejorar las que existen”, señaló Gustavo González

Pero será con la transmisión en vivo de la caída de las Torres Gemelas, el 11 de septiembre de 2001, donde la crisis del periodismo toma una nueva dimensión: la imagen casera da una perspectiva nueva, allegada a las personas, más verosímil y venal, incluso irrefutable. La posterior llegada de los teléfonos móviles con cámara y su vínculo con la red de redes, internet, plantea la paradoja de la presencia de un testigo, de un testimonio en primera línea (como oposición a la cruda indiferencia de las cámaras de seguridad). Es aquí donde la competencia de la palabra (o su plena incompetencia), recibe un cuestionamiento fáctico: cualquiera puede ser cronista, cualquiera periodista. A esto debemos sumar qué significa la red social (Facebook, Twitter, TikTok, Instagram y demás ámbitos), cómo interviene en la formación de opiniones y conceptos, junto con el uso político, catástrofe consagrada en la toma del Capitolio norteamericano por fanáticos agitados en teorías conspirativas desde las redes. Ya en la pandemia reciente, el testimonio desde distintos puntos del planeta confluye en la transmisión on line de sujetos validados como testimoniales, especie casera de informante, entrevistado al aire y en vivo. Esto reduce aún más el campo: el intermediario es un simple elemento tecnológico manual, portable, que transmite en vivo. La cadena informativa, toda, invierte su estructura y difunde su antítesis. Este fenómeno, de índole cultural, no solo influye sobre la supervivencia del periodismo y las herramientas tradicionales que definieron su existencia, también multiplican la oferta que puede evaluarse como una saturación, esa misma a la que hacíamos referencia en un principio: demasiados datos y poca, o nula, interpretación de los mismos, desplazando la noticia al lugar de novedad, en el orden de lo instantáneo.

La complejidad del campo simbólico así configura una escena de confusión, donde leer es un acto breve (incluso acelerado, como alguna aplicación hoy brinda esa función para los audios), y el tiempo del receptor adquiere una inmediatez llamativa y alarmante. Porque a la decisión de qué recibir se suma el acto de corte, de censura, que es un incentivo a la comprensión simple, irreflexiva, basada en un acto de intuición más que de pensamiento. Atado a esto, a la fugacidad, se encuentra la memoria, que la tecnología ya ubicó por fuera de la física de los cuerpos: existe una nube en la red donde todo puede ser guardado y, también, borrado. Lo que lleva a una pregunta: ¿a qué se reduce la experiencia sensible de la humanidad?

Las figuras simbólicas de la crisis periodística. La vuelta a la democracia en la Argentina produjo una verdadera sed por comunicar, indispensable para dejar atrás años de control y censura. Es aquí donde las carreras universitarias de comunicación y humanísticas adquieren un rol preponderante, pero a su vez lo hacen en un mercado periodístico que se contrajo cada vez más. Con los años, se produce un fenómeno interesante: hasta el nicho más pequeño de la administración pública tiene un agente de prensa, una función de comunicación. Concejales, intendentes, subsecretarios, cuentan con algún asesor para comunicar. Hasta ocurrió con la familia de una condenada por asesinato, había contratado a un comunicador como única voz válida ante el juicio. De hecho, es un llamativo desplazamiento de la acción política o personal, por la manipulación alevosa de lo que se debe decir de ella. Espacio donde hace eclosión la intervención de los medios estatales en la difusión de sus líneas políticas y acciones. Estos espejismos informativos operan en detrimento de la tarea periodística, porque no solo la obstruyen sino que posponen la posibilidad de opinión.

Y aquí es donde las palabras de Beatriz Sarlo adquieren un valor significativo: “voy a mencionar la palabra con la cual yo me calificaría si estuviera escribiendo una nota sobre mí. Yo soy un infiltrado en el periodismo, absolutamente, una infiltrada. Y más todavía me cae la culpa de esa infiltración, porque tuve la oportunidad de ser verdaderamente periodista. Hace muchos años, cuando Jacobo Timerman volvió a tener un diario, me llamó, no me conocía. Yo fui, por supuesto me tuteó, yo lo trataba de usted, por supuesto, y me dijo bueno, quiero que vengas a trabajar y era el comienzo de la democracia. No sé por qué tenía esa idea loca Timerman, pero siempre su originalidad estaba en tener esas ideas que podían ser grandes equivocaciones o grandes pegadas. Y yo le dije: mire, yo le agradezco muchísimo, pero yo estoy entrando en la Universidad Buenos Aires y yo hace 20 años que me llevo en esto, desde que me gradué. Y ahí Timerman me mostró qué es un verdadero Timerman. Y me respondió: no, no, no, no te preocupes, yo hablo con Delich y te lo arreglo. (Risas) Francisco Delich, que era el rector de la universidad en ese momento. Bueno, yo tenía que pagar mi deuda como los americanos dicen, con mi alma mater, tenía que pagar mi deuda con la universidad y cometí ese error, el de decirle que no a Timerman. Ahí sí hubiera podido, todavía tenía edad, todavía era joven y ahí sí me hubiera podido convertir en una verdadera periodista, cosa que hoy envidio cuando veo a aquellos periodistas que admiro. Pero bueno, tuve suerte, escribí en varios diarios y todavía no prescindieron de mis servicios. Y debo decir que estoy estoy muy cómoda porque voy a voy a contar dos secretos. El primero es que si hay una actividad que yo necesito cotidianamente es escribir. O sea que si no escribo para un diario, para afuera, no sé qué haría. Y que esa actividad me vincule de algún modo con la esfera pública, ése es el segundo rasgo. Y por supuesto qué otra cosa sino a través del periodismo. Por tanto, soy una infiltrada que estará para siempre agradecida de aquellos secretarios de redacción, los directores del diario, directores de sección que me llamaron y me sostuvieron, me aguantaron, me sostuvieron durante mucho tiempo.”

De manera solidaria, Sarlo justifica esta intervención textual, porque también soy un intruso. Y aquí es donde la historia adviene: para la misma época, estuve en esa redacción que dirigía Timerman en La Razón. Por interpósitas personas, me entrevisté con el editor de la sección Espectáculos, el crítico uruguayo Homero Alsina Thevenet, a quien presenté originales de textos para trabajar como crítico de cine. En sí, terminamos en una discusión irreconciliable sobre mi baja estima sobre el cine argentino, motivo por el que Timerman, a través de su editor, me dijo que no. Y hoy sigo sosteniendo esos mismos principios estéticos y reconozco que me correspondía esa negación al periodismo, que sin dudas benefició a mi inquietud intelectual. Por eso hoy, a fuerza de publicar en Perfil Diario sobre temas culturales, tal vez sin tomar plena conciencia, ejerzo el oficio periodístico con el apoyo de los editores, quienes confían en esta manera de pensar en qué escribir. 

“Si hay una actividad que yo necesito cotidianamente es escribir”, dijo Beatriz Sarlo

Pero el fenómeno cultural del editor, más allá de las negaciones o elecciones, no solo sufre la catástrofe de la invasión tecnológica, sino que comparte el desprestigio de lo inmediato. Algo que también se manifiesta en las editoriales de libros, por la falta de intervención en los textos, en la corrección y orientación de los escritores. Así la crisis, en las expresiones que siguen de Hinde Pomeraniec es donde aparece el ejercicio de la profesión periodística y la transmisión de saberes prácticos en la relación con esa figura fundamental, y también en riesgo, el editor periodístico: “siempre hablo del periodismo como proceso y no como una profesión. Posiblemente porque me gustaba, y aún me gusta, rescatar el costado artesanal de nuestro trabajo. Y también porque por entonces no nos hacíamos periodistas en las universidades, sino en las redacciones o en los estudios de radio y de televisión. Podíamos llegar cada uno con su enciclopedia y a veces con su título a cuestas. Pero si nos convertíamos en profesionales no era por el acceso a una matrícula, sino por la voluntad de trabajar con la información desde una ética a la que se sumaba la capacidad y el talento de cada uno. Para escribir, para contar, para hablar de y sobre las noticias. Todos los que estamos acá tuvimos editores que nos enseñaron a trabajar, de eso hablábamos ayer. Todos tuvimos maestros de quienes aprender. Hablar de periodismo profesional, entonces, no era pensar en una carrera de grado, sino en el resultado de un trabajo intenso y bajo la supervisión de aquellos que sabían más que uno y se disponían con más o menos paciencia, con más o menos voluntad, a compartir ese conocimiento. 

Comencé a trabajar en periodismo cuando la opinión pública tenía a los periodistas en alta consideración y hasta esperaba de nosotros lo que no obtenía de la justicia. Hoy no ocurre eso y cuesta adaptarse a esa desconfianza en lo que hacemos cada día. Una desconfianza abonada por el error, errores propios y por la constante operación de desprestigio sobre nuestro trabajo, que llega desde diferentes espacios del poder político y económico. Hace tiempo que dejé de pensar que podemos ser independientes de lo que pensamos para ejercer el periodismo. La independencia no puede ser exigida como credencial de neutralidad, porque más que un hecho concreto es siempre una idea por alcanzar, una meta. Sin embargo, sé que podemos ser decentes e intelectualmente honestos, que es posible hacer buen periodismo manteniendo el espíritu crítico, como decía recién Gustavo González y sin apelar a la exasperación y a la indignación como insumo capital de nuestro trabajo. 

Al menos ese es el periodismo que me interesa para informarme y el que me propongo hacer cada día. Me gusta pensar que desde la Academia y con las bienvenidas diferencias que podemos tener entre los integrantes de la institución, podemos reflexionar y debatir sobre los desafíos que se imponen, como los avances tecnológicos, las fake news y la competencia de las redes sociales en materia de información. O como el radical cambio en el modelo de negocio y la consiguiente precarización laboral de los periodistas que, necesariamente, se traslada -y no para x|bien- al resultado de los productos en los que intervenimos.”

La encrucijada cultural del periodismo también enfrenta el medio en que sobrevive, conformado por sujetos de autoridad, me refiero a los lectores. Es donde toma relevancia el tipo de mirada que debe tener esta profesión, en palabras de Eduardo van der Kooy: “Parece que nos debemos, más allá de repasar claramente lo que hacemos nosotros en nuestro trabajo cotidiano, me parece que no nos debemos dar un paso más a veces, y no solamente creer que debemos interpelar al poder y a la clase dirigente, también debemos interpelar a la sociedad y a veces nos cuesta hacerlo, porque sé que es algo incómodo, porque es como mirar adentro de uno mismo.”

Y aquí es donde retorna la experiencia personal que se basa en el reconocimiento del otro. Cerca de la esquina de Viamonte y Maipú, en Buenos Aires, por 2008, reconocí a Oscar Raúl Cardoso y me acerqué para decirle: “Le agradezco sus intervenciones como cronista, como periodista, su trabajo en política internacional siempre fue un ejemplo para mí.” El hombre, sorprendido, no solo me agradeció, sino que mencionó que tal reconocimiento en la calle jamás le había ocurrido. Hoy, con una amenaza nuclear inmanente por una guerra insólita de tanques obsoletos, como la de Rusia persiguiendo nazis ucranianos ficticios, se extraña la mirada de Cardozo. Para él y su obra dedico este artículo, tal vez periodístico.

*Escritor y periodista.