Tras dos días de pendencias que causaron no menos de 75 muertos y más de mil heridos, el 8 de abril el Gobierno de Confianza Popular de Kirguistán autoproclamó nueva presidenta –la ex ministra de Exteriores, Roza Otunbáyeva– en reemplazo de Kurmanbek Bakíev, se propuso llamar a elecciones en seis meses, reiteró que Rusia es el aliado estratégico y puso particular cuidado en respetar el acuerdo con Estados Unidos sobre el uso de la base aérea de Manas. Kirguistán es un país clave en la guerra que libra Estados Unidos contra los talibanes en Afganistán.
A 65 kilómetros al norte de Bangkok, Tailandia, el Frente Unido para la Democracia y Contra la Dictadura (conocido como Camisas Rojas, enfrentado al primer ministro tailandés Abhisit Vejajjiva) irrumpió el viernes en las instalaciones de la estación de comunicaciones por satélite de Thaicom, exigiendo el reestablecimiento de la señal de la cadena People Channel (PTV, People TV), cortada el jueves por orden del gobierno. Los Camisas Rojas entregaron la semana pasada a la embajada de Estados Unidos una carta en la que denunciaron los enjuagues del primer ministro, Vejajjiva, y sostuvieron que agradecerían la comprensión de Estados Unidos frente a la conmoción política vernácula.
Dentro del cambio profundo que está sufriendo el mundo, aquel rancio lugar común de los “neocons”, consistente en afirmar que Washington es objeto de la envidia y el resentimiento de muchos por la relación existente entre el porcentaje de la población mundial que vive en América del Norte y el de riqueza que atesora, no es suficiente para entender cabalmente lo que sucede con la política exterior norteamericana en los lugares más dispares.
La tragedia de Kirguistán, el tembladeral de Tailandia, el rol mundial de los Estados Unidos y la exageración de fórmulas interesadas frente a la carencia de nuevos paradigmas consistentes, obligan a una mirada esmerada sobre lo que está ocurriendo entre Estados Unidos y China, primera potencia exportadora a nivel mundial en 2009, al acaparar el 9,6% del total de las exportaciones, y tercera economía del mundo, a punto de superar a Japón y de convertirse en segunda. Dentro de veinte años, acaso, sea la primera. Lo que sucede y suceda entre ambos es importante para los dos países, pero por lo anotado también para el resto de un mundo cada vez más interrelacionado.
El 2 de abril, el presidente chino Hu Jintao y su homólogo estadounidense Barack Obama mantuvieron una conversación telefónica de aproximación, durante la cual trataron asuntos de seguridad nuclear, incluidas las sanciones a Irán, cosa –esta última– importante, porque Beijing y Moscú han venido siendo los principales respaldos de Teherán frente a Washington. El telefonazo tuvo lugar luego del nuevo round de diferencias entre Estados Unidos y China, que comenzó a principios de año con la propuesta de la Administración Obama, remitida por la Agencia de Cooperación de Defensa y Seguridad del Pentágono a Taiwán, para la venta de 6.400 millones de dólares en material bélico, lo que provocó un enérgico reclamo chino.
Promediando febrero, Obama recibió al Dalai Lama. Aunque la reunión no se realizó en la litúrgica Oficina Oval, Beijing pataleó reiterando que, a su juicio, el líder espiritual es un peligroso separatista que fomenta la agitación en el Tíbet. Promediando marzo, se supo que China había disminuido su cuota de deuda de enero con los Estados Unidos en 5,8 billones de dólares, la tasa más baja en los últimos ocho meses, lo que aumenta la desconfianza en la fortaleza del dólar, habida cuenta de que China es el mayor suministrador de crédito a Washington.
Si todo esto pareciera ser suficiente para preocuparse por el desarrollo de estos vínculos, inmediatamente diluviaron renovados problemas asociados al comercio y la moneda chinos. El yuan, a juicio de los expertos, está entre el 20 y el 30% por debajo de su valor, lo que hace decrecer el precio de sus exportaciones y proporciona una ventaja, no sólo sobre otros exportadores a los Estados Unidos sino –como lo ha subrayado el especialista Peter Zeihan– sobre los propias manufacturas domésticas. El economista Paul Krugman se quejó en el New York Times: “La política monetaria china contribuye decisivamente a los problemas de la economía mundial”.
A partir del próximo 15 de abril, el Departamento del Tesoro de Estados Unidos podría comunicar si, a su juicio, China protege o no su moneda mediante “manipulación”, lo que probablemente conllevaría el endurecimiento en materia arancelaria para productos de dicho origen.
La conversación de Obama y Hu puso árnica sobre las extremidades maltratadas; pero un golpe de teléfono en esas alturas nunca acaece porque uno de los interlocutores siente una repentina inclinación por discar un número. Además de la tarea infatigable de funcionarios, legisladores y “amigos de ambas partes”, se suman otros ingredientes.
La estabilidad en el largo plazo del sistema económico chino depende de la posibilidad de mantener un sistema político que pueda exhibir índices bien acicalados, regular el cambio de moneda, disponer ajustes de salarios a la alta o a la baja y despedir trabajadores sin indemnización, como lo ha hecho notar el Informe N° 130 de Perspectivas Microeconómicas. Por su parte, es evidente que bajo la administración de Obama, se están considerando modernizaciones al sistema financiero global para reducir las posibilidades de futuras crisis. Los cambios que persigue Washington no favorecen a China, porque buscan modificar el medio ambiente en el cual los chinos llegaron a ser lo que son. Por otra parte, es difícil que Obama se salga rápidamente con la suya, y para eso basta echar una ojeada a las prácticas financieras post crisis, tan parecidas a las anteriores.
En consecuencia, lo más probable es que en los próximos 36 meses, China siga exportando en estampida, el yuan se aprecie en un porcentaje mucho menor al 20/30% y Estados Unidos se abisme a una nueva contrariedad sistémica, según pasan los años. “Tienes que acordarte de ésto” dice la canción de Casablanca, la famosa película con Humphrey Bogart e Ingrid Bergman: “Un beso sigue siendo un beso / un suspiro es apenas un suspiro / las cosas fundamentales tienen valor / según pasan los años”.