COLUMNISTAS

Tiempos felices

Es la época de Cannes, es decir la quincena hot en el mundo cinematográfico. Hoy el festival está en su apogeo y el lector ya estará enterado de lo bien que les fue a las películas argentinas exhibidas hasta ahora. Es que siempre les va bien a las películas argentinas: ya estar en Cannes es un triunfo y la etiqueta prohíbe decir lo contrario. Este año, además, hay muchas películas argentinas en Cannes y los cronistas presentes tienen motivo para entusiasmarse.

Quintin150
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Es la época de Cannes, es decir la quincena hot en el mundo cinematográfico. Hoy el festival está en su apogeo y el lector ya estará enterado de lo bien que les fue a las películas argentinas exhibidas hasta ahora. Es que siempre les va bien a las películas argentinas: ya estar en Cannes es un triunfo y la etiqueta prohíbe decir lo contrario. Este año, además, hay muchas películas argentinas en Cannes y los cronistas presentes tienen motivo para entusiasmarse. Los ausentes, por su parte, contagiados por tanta euforia, festejan las películas que tampoco fueron a Cannes y se quedaron con ellos en Buenos Aires. El nido vacío de Daniel Burman, por ejemplo, a la que la crítica recibió como una obra maestra. O casi como a una obra maestra, porque Burman es discreto, pudoroso, esmerado. El cine argentino es multifacético. A veces, como en este caso, reemplaza al viejo teatro burgués como atracción para los matrimonios de mediana edad y les cuenta un cuento que les permita identificarse y los tranquilice. El protagonista de la película es, justamente, un dramaturgo. No se considera un artista, sino alguien que tiene un oficio, un hábito productivo creo que llama a su trabajo, aunque cuando lo dice, otra voz asegura que es un arte, pero en el sentido aristotélico de la palabra. Una tercera voz dirá más tarde que el crecimiento de la Argentina en los últimos cinco años es milagroso. También es milagroso el crecimiento en el precio de la entrada: acaba de subir de nuevo y en el multiplex de Palermo, ahora cuesta 20 pesos (15 pesos los días rebajados). Por eso, en parte, los espectadores del film de Burman se parecen tanto a sus personajes.
Mientras tanto, en una sección paralela de Cannes que se llama la Quincena de los realizadores (la misma en la que se presenta Liverpool de Lisandro Alonso) hay una película cuyo título es El cant des ocells, que en catalán significa El canto de los pájaros, aunque a su director no le gusta “pájaros” y prefiere traducirlo como “aves”. El director es catalán y está loco. Se llama Albert Serra y hace dos años debutó con una película llamada Honor de cavallería, una versión del Quijote con dos actores de su pueblo que no saben actuar ni leyeron el Quijote. Esta vez, los mismos actores hacen de Gaspar y Melchor o de otro par de Reyes Magos, junto con un tercer actor del pueblo. La nueva película de Serra es sobre el viaje de los Reyes Magos a Galilea. El crítico canadiense Mark Peranson, gran admirador de Honor de cavallería, fue elegido para hacer de San José, el carpintero. Su papel fue simple, contó: debía pararse en el desierto, hablar en hebreo y decir un texto que aprendió de chico en la escuela judía. Para Serra, con eso está. A su vez, Peranson filmó una película sobre el rodaje de la película de Serra. Se llama Esperando a Sancho. Es que al actor que hacía de Sancho Panza, ahora todo el mundo lo llama Sancho. El rodaje en las Canarias parece muy tranquilo. Serra le hace decir a una actriz, que tampoco es una actriz, algunas frases bíblicas. La repite cien veces hasta que le sale igual que antes pero la da por buena. Es el método de Bresson. Bueno, tal vez sea el método de Bresson. El rodaje en las Canarias transcurre tranquilamente gracias a Montse, la productora y encargada de equilibrar a Serra. Serra dice que sólo quiso mostrar “cómo se mueven esos tres tipos, cómo caminan, cómo dicen las cosas”. Y agrega: “Podría mostrarlos en el bar, pero así es mejor, haciendo de los Reyes Magos aunque no saben nada de la Biblia.” El fin del cine de Serra es el mismo que el de Burman: provocar la felicidad. Pero no la felicidad de la sonrisa ocasional de la platea o la conformidad con un final edulcorado. No, Serra se ocupa de la felicidad en grande, de la felicidad inocente de un mundo que empieza de nuevo, como con el cristianismo y los Reyes Magos. O con el cine. Esa idea tiene Serra del cine. Está loco.