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opinión

Tiempos modernos del periodismo

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Biblioteca nacional. Nacho López, Graciela Fernández Meijide, Morales Solá y Fontevecchia. | ACADEMIA NACIONAL DE PERIODISMO

Continúa de ayer: 

“Controversias en el Día del Periodista”

 

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
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A los habituales llamados de atención que los organismos empresariales o gremiales de medios y periodistas, locales o regionales, como la Sociedad Interamericana de Prensa, realizan a los gobiernos por distintas formas de ataques reales o simbólicos a la libertad de prensa, nobleza obliga a reconocer que el periodismo también es atacado por la mala praxis que podemos hacer de él quienes tenemos el privilegio de tener “el mejor oficio del mundo”, como lo bautizó García Márquez.

En la columna de ayer sobre el Día del Periodista y la ceremonia en la Biblioteca Nacional con la entrega de la Pluma de Honor, se subrayaron siete de los veinte mandamientos inmutables para el ejercicio del buen periodismo que la Academia Nacional de Periodismo formuló recientemente para combatir el flagelo de la mala praxis profesional, que no son cumplidos por medios importantes del país. El incumplimiento de los siete mencionados ayer obedece a la falta de honestidad intelectual o moral de algunos periodistas y sus conductores. Hoy continuamos con otro incumplimiento que obedece a la falta de voluntad:

– El periodista debe resguardar su independencia frente a (...) sus propias audiencias.

El párrafo completo incluye también la independencia frente a los gobiernos de turno, otros poderes y las empresas privadas, pero deseo subrayar la importancia de la independencia sobre las propias audiencias y las consecuencias que su incumplimiento genera en la sociedad promoviendo procíclicamente la polarización, que es otra forma de desinformación. En la época de la dictadura, la desinformación era resultado de la censura que imponía el poder de turno sobre las redacciones. En democracia la desinformación proviene de la autocensura de las redacciones en todo aquello que pueda molestar a la audiencia, por contradecir sus creencias, y cambie de canal.

La aprobación de los mandamientos de la Academia de Periodismo motiva a que se observen

No es casual que la mayor audiencia de los canales de noticias en su horario de mayor cantidad de televidentes durante el último mes, según informó Ibope, haya sido para los dos que polarizan con mayor éxito: La Nación + y C5N, dejando atrás a los restantes canales de noticias fundados varios años y hasta décadas antes, como es el caso de TN, entre otros.

Otras veces ya se citó en estas columnas que los medios más respetados del mundo cultivan el paladar de sus audiencias dándoles no solo aquello que prefieren consumir sino también aquello que precisan consumir para no oxidarse intelectualmente. Como toda cuestión de proporciones, lo que es virtud en exceso se convierte en defecto: enorgullece a cualquier medio del mundo contar con una numerosa audiencia hasta el punto a partir del cual, en lugar de padecer la dictadura de un gobierno autoritario, se vea sometido a la dictadura de su audiencia, que como en cualquier forma de hegemonía quien la sufre, en su proceso de adaptación para sobrevivir, se va acostumbrando, perdiendo conciencia de sí y sufriendo también una pérdida cognitiva que no percibe.

La foto que ilustra esta columna es un buen ejemplo de los cambios que se fueron produciendo en la profesión de periodista: acompaño al presidente de la Academia Nacional de Periodismo, Joaquín Mortales Solá, a otra homenajeada en el evento de la Biblioteca Nacional, Graciela Fernández Meijide, y a José Ignacio (Nacho) López, durante años verdadera alma máter de la Academia de Periodismo siendo su secretario y sostén.

Y la foto es un resumen de época porque, al agradecer la distinción que se le realizaba, Graciela Fernández Meijide contó que en los días más duras de la dictadura, Joaquín Morales Solá fue uno de los poquísimos periodistas que la recibían en su oficina del diario Clarín cada vez que ella precisaba informale sobre algo relevante de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, que integraba. Y José Ignacio López trabajando en un diario como La Nación, que simpatizaba con el gobierno de entonces, fue quien se atrevió a preguntar a Jorge Rafael Videla por los desaparecidos en una histórica conferencia de prensa en 1979, donde el dictador terminó balbuceando como todo rey desnudo. Lo que justifica varias propuestas de colegas para instaurar como día en que se conmemore el compromiso periodístico el 14 de diciembre, fecha en la que López le preguntó a Videla por los desaparecidos.

Joaquín Morales Solá recibiendo a Fernández Meijide en Clarín y José Ignacio López incomodando a Videla desde el diario La Nación, cada uno en su acto, no aceptaron ser dependientes de las preferencias de las audiencias o de la línea editorial de los medios en que trabajaban, colocando lo que su conciencia les indicaba por arriba de otras conveniencias.

De la censura de gobiernos autoritarios se pasó a la auto-censura por miedo a perder audiencia

Sin esa independencia del periodista de su audiencia, todo el edificio cultural del periodismo se desmoronaría. El doble estándar de realizar prácticas que no coinciden con las declamadas, como el defasaje entre el concepto manifiesto y el concepto operativo del ejercicio del periodismo, reclama la superación de esas dicotomías por lo menos en los medios con mayor cantidad de recursos y tradición.

Es una obligación y también un imperativo moral porque el periodismo es la forma cultural preeminente de nuestra era: ocupa más recursos en su producción y distribución que cualquier otra creación de contenidos, y es consumido rutinariamente por más gente en todo el mundo. Y ese estatus cultural privilegiado, que lo ubica en el centro de la vida pública, nos interpela doblemente a los periodistas y más aún a quienes tienen el privilegio de conducir redacciones.

Sin audiencia no hay mensaje pero el éxito no se consuma alcanzando llegar a ella solo a fuerza de las formas de seducción más fáciles. A largo plazo no hay éxito duradero sin aura y no hay aura sin nobleza porque, como decía el maestro de periodistas Ryszard Kapuscinski, “para ser buen periodista hay que ser buena persona”.