–¿Cómo pueden clausurar el bar? ¿Cuál es el motivo?
–Estoy shockeado, Rick: ¡he descubierto que aquí se practica el juego ilegal! (Un croupier le entrega a Renault un fajo de billetes)
–Sus ganancias, señor… –(susurra) Oh, muchas gracias.(y luego grita) ¡Afuera todos!
Bogart (Rick Blaine) discute con el capitán Renault (Claude Rains) en ‘Casablanca’ (1942), dirigida por Michael Curtiz
Mario Balottelli estrena ojos azules. El rumano Mutu enloquece, víctima del Síndrome Lothar Matthäus, y se ofrece para jugar en Racing. Cantero regresa a ese gimnasio que ya es como un patíbulo y aprueba, entre insultos –y, por suerte, ninguna silla voladora–, un aterrador balance con 400 millones en rojo. Angelici se adelanta a cualquier cambio de gobierno y ensaya su propio ajuste en Defensores de Macri mientras negocia –¡santo desencuentro, Batman!–, con jugadores que Bianchi nunca pidió. Y en River, como por arte de magia, descubren que la culpa de todo la tenían solo Aguilar y Passarella y por eso están todos felices, unidos como la familia Ingalls. Conmovedor.
Fin de año. Tiempo de aburridos balances y programas repetidos. Un plomo. Por suerte, pasan cosas que hacen que uno no pierda su capacidad de asombro. ¡¿Qué le pasó al Atlético Mineiro de Ronaldinho en Marrakech, por el amor de Dios?!
De pronto, algo me sobresaltó e interrumpió mi monólogo interior, mientras repasaba el cielorraso de la redacción. Un objeto cóncavo y no muy limpio había aterrizado sobre mi escritorio. Entonces lo vi, parado frente a mí. Un Bogart impecable con su saco blanco, moño, pantalones oscuros, el cigarrillo en la mano. Solo le faltaba, detrás, el cartel de su Rick’s Café American. Me dedicó esa media sonrisa que lo convirtió en mito, y dijo:
–Es la canillera de Ronaldinho. Un obsequio para usted, Asch. Se la quitaron mis chicos del Rajá Casablanca, donde soy presidente de honor. ¿Lo vio al 5, Moutouali? Un crack. Fue un trabajo fácil. Los humillamos y se quedaron sin su final contra el Bayern. El árbitro colaboró con ese penal ridículo y cuando terminó el partido, lo dejamos sin ropa a Dinho. Je. Fue una advertencia, una humorada. Lo más interesante sucederá en el Mundial. Ya verá.
–Muy amable de su parte, Bogart. ¿Lo ayudó Renault, ese colaboracionista francés que eligió para perderse en la niebla en lugar irse con Ingrid Bergman? ¡No tiene derecho! Cada vez que veo el final de Casablanca, tengo la ilusión de que un día cambie de idea. Mmm… Sé que ese flic todavía tiene contactos siniestros. Y en la FIFA, sobran, je. ¿Blatter?
Bogart me clavó la mirada. Asintió.
–Joseph Blatter –repitió, lacónico. Luego, para mi sorpresa, preguntó dónde estaba el baño de caballeros. Regresó luego de unos minutos, vestido con sombrero y su clásico piloto claro de solapas anchas.
–¿El Marlowe de The Big Sleep?
–No. El Sam Spade de El Halcón Maltés. No se puede vivir con un solo papel, Asch. Son tiempos duros.
–¿Qué necesita, Bogart?
–Información. Me llegaron rumores que aseguraban que Grondona tiene ganas de retirarse después del Mundial. ¿Es cierto?
Suspiré hondo antes de contestarle. Grondona está grande, es cierto, pero lleva más años en el poder que Juan Manuel de Rosas. Un hombre así, uno imagina, no se retira así nomás.
–No lo creo. Pero cuénteme: ¿de qué estamos hablando?
–Venganza. Poder. Grondona, con su red de alianzas fue clave para que Blatter fuese reelegido en 2002. Además maneja la Comisión de Finanzas, cuyas ganancias son siderales. Blatter necesita dos cosas. Una, que Grondona siga en su puesto al menos hasta 2015 y lo ayude a atornillarse en su sillón. La otra, ajustar cuentas con los brasileños, que le siguen haciendo la vida imposible.
–Romario…
–¡Exacto! Blatter está furioso con ese enano que ahora es diputado, lo trata de ladrón en los medios y llama chantajista, corrupto y caradura a su secretario general, Jerome Valcke. Sus críticas tensaron el ambiente, multiplicaron las protestas y afectan el negocio. Lo hartaron los problemas de infraestructura, el derrumbe en el Corinthians Arena, en fin. Que está arrepentido de haberles dado el Mundial y ahora planea algo grande en su contra.
–¿Cómo qué?
–Otro Maracanazo.
–Pero eso pasó en 1950 y es… irrepetible. No hay otro Obdulio Varela.
–Pero tienen a Messi, ¿no? ¡Un arma mortal! A ver, Asch: ¿por qué cree que a Argentina le tocó una serie con Bosnia, Irán y Nigeria? ¡Les podrían haber dado a Cambaceres, Flandria y Yupanqui, si era necesario! ¿Por qué eligieron Belo Horizonte como concentración, un mes antes del sorteo? ¿En serio cree en la buena suerte? ¡No sea ingenuo, hijo! La final será Brasil-Argentina solo para que sean ustedes los que arruinen la fiesta. Les dolerá mucho más que si pierden contra Alemania o España, y Blatter lo sabe.
–¡Pero eso de las bolillas calientes o frías es un viejo mito, Bogart! Platini, que hoy preside la UEFA, dijo: “Soy viejo y nunca vi nada raro en un sorteo”.
–Ah, eso es cierto: Platini está viejo. ¡Vamos! ¡Despabílese y averigüe si es cierta esa tontería de que la familia quiere que el viejo Julio se retire después del Mundial! Blatter lo necesita y si le entrega la copa, querrá asegurarse su apoyo para la reelección. Hágalo por mí, y tal vez le regale una botella de bourbon, a ver si se hace hombre de una vez.
Bogart apagó su enésimo cigarrillo en mi taza de café. Le pregunté por su amigo Renault y me confesó algo que intuía: “Está en Europa, operando para que le den el Balón de Oro a Ribéry”. Repitió la mueca de su media sonrisa como señal de despedida y, en un instante, se perdió rumbo a los ascensores, envuelto en una niebla blanca, misteriosa. Entonces lo escuché, previsible, dedicándome la última línea de Casablanca: “Asch, creo que éste es el comienzo de una hermosa amistad”.
Lo dice siempre, el muy maldito, y yo simulo créelo. Adoro a ese tipo