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Todo por dos pesos

Echaré de menos, cuando falte, el billete de dos: el de Bartolomé Mitre.

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Echaré de menos, cuando falte, el billete de dos: el de Bartolomé Mitre. Caducará en breve, y ya lo sabemos; de ahí el aire de despedida que, no sin melancolía, se me impone cada vez que lo doy o me lo dan. Alguna vez llegué a juntar literalmente un montón, bajo el impulso televisivo de Julián Weich; y alguna vez, con Fabio

Alberti y Capusotto, aprecié la medida exacta con que había que tasar el efecto kitsch. Le queda poco, se extinguirá. En su lugar habrá monedas.

Ya lo sé, ya lo sé: la Guerra del Paraguay fue nefasta; su versión de la Divina Comedia, ya lo sé, fue deficiente; la revuelta del 74, un dislate; en las páginas del diario que fundó se dicen a menudo cosas que no comparto; de las aulas del colegio que fundó emergen aires de soberbia que no apruebo. Pero confieso que me interpela la efigie proba del fundador de la nación argentina. Admiro su prosa, que es mucho decir. Sus historias colosales (la de Manuel Belgrano, primero; la de José de San Martín, después) me conmovieron, no diré que patrióticamente, pero sí literariamente; y en la ecuación convencional de literatura y vida me seduce la figura del que no supo hacer la guerra, pero sí supo narrarla.

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El otro día eché un vistazo al pasar a su estatua en Recoleta, empinado sobre Libertador. ¿Me parece a mí o la figura femenina que, a sus pies, alza el laurel, en vez de estar recta, quiebra un poco la cintura? Inyecta un toque de swing, si es que así puede decirse, a la rigidez general.