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algo previsible

Todos los pasos

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En 2002, cuando “kirchnerismo” no quería decir nada, recibí un mail que decía exactamente esto: “Ponemos en su conocimiento la actual exposición de la muestra interdisciplinaria Basta de Zonceras Arturo Jauretche llega a la Rural”. Todo lo que pasó después, incluyendo los titulares actuales del diario La Nación, estaba contenido en esa frase. El oráculo analfabeto. Me pareció alarmante y se lo comenté a mis amigos argentinos, advirtiéndoles la posibilidad de un futuro aterrador. Todos me dijeron que estaba exagerando.

Poco después fusilaron en Cuba a tres jóvenes que habían querido escapar de la isla. Silvio Rodríguez, junto a otros veintiséis intelectuales célebres, apoyó el fusilamiento. Rafael Bielsa había asumido como canciller. Dijo: “No me atrevo a decir abiertamente que se violan los derechos humanos en Cuba. No tengo autoridad moral ni el cargo que me permita decir una cosa con tanta ligereza. Si yo tomo las cosas en términos formales, ha habido un juicio, ha habido una acusación, un abogado defensor, un fiscal. Se han cumplido todos los pasos”. Aníbal Ibarra, pre Cromañón, se sumó al sentido común progresista de la época explicando que Cuba era “mucho más que eso” y que no se debían simplificar las cosas. Mis amigos politizados de entonces –ya no hablo más con ninguno– volvieron a desestimar todo esto como un detalle menor. El 27 de mayo de 2003, resfriado y de bastante mal humor, les escribí lo siguiente: “Una ventaja de este intercambio por mail es que queda como archivo de apoyos inaceptables y racionalizaciones ridículas por parte de quienes se supone están del lado de uno. Si uno las va sumando, dan un panorama desalentador. Considerar este desastre como una suma de detalles folclóricos es una forma nada elegante de negar los problemas serios que tiene la izquierda, o el progresismo, o como quieran llamarlo. Incluso si fueran detalles (que no lo son), lo más jodido es que ustedes no se hagan cargo. (...) Supongamos que a partir de mañana decido limpiarme los mocos en la cabeza de la gente con la que interactúo todos los días. Será una actitud bastante cuestionable. Pero mucho peor será alegar en mi defensa que lo de los mocos ‘es un detalle’, que no me define como persona ni le da al damnificado por moco una idea clara de quién soy. Esto es lo que hacen Ibarra y Bielsa (y ustedes), con el agravante de que no se trata de mocos sino de la vida de personas. La paradoja además es que todos estos ‘detalles’ sólo podrían serlo en un mundo que fuera más parecido a lo que creíamos que era el mundo hace unos tres o cuatro años. Ninguna de estas posturas es cosmética, y todas colaboran en sugerir que no llegaremos a ver una Argentina más o menos habitable.”

El kirchnerismo era previsible, se cumplieron todos los pasos. Se habría podido evitar y todos sabemos cómo, pero nadie quiere pensar en eso, porque ya es tarde. Su caída, lenta y escandalosa, repite hoy las formas y los rituales que terminaron de hundir al menemismo. Denunciar la corrupción del Gobierno es mejor que nada –mejor que la obediencia muda a la que sigue apostando un sector importante de la sociedad–, pero ni alcanza ni es satisfactorio: sugiere, por omisión, que si fueran fascistas honestos estaría todo bien. En más de un sentido se parece al escándalo que envuelve a la Iglesia Católica cada vez que descubren a un cura pedófilo: el hecho es tan obviamente condenable que la ideología, el universo cultural y los motivos de todos sus colegas son revalidados en comparación.
Hoy, en el cumpleaños del kirchnerismo, quisiera recordar que no nació de un repollo. Y que no fuimos defraudados por una pareja de psicópatas provincianos sino por varias generaciones de progresismo cínico. Los padres y los hijos del kirchnerismo, todos cómplices, disfrazados de inocentes, ya están haciendo cola afuera para que los dejen entrar a denunciar, ellos también, lo que causaron. Yo no los dejaría.

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*Escritor y cineasta.