COLUMNISTAS
el caso astiz, el caso rucci y el caso kirchner

Torcidos humanos

Un día, cuando baje la espuma de las pasiones y los intereses políticos dejen de ser el eje de lo que se entiende oficialmente por derechos humanos, tal vez las combativas poesías de Paco Urondo pasen a ser apenas o sobre todo eso mismo, poesías, y no meras pistas policiales u homenajes aguerridos para aborrecer o endiosar.

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“Si ustedes lo permiten, prefiero seguir viviendo.”

Paco Urondo

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Un día, cuando baje la espuma de las pasiones y los intereses políticos dejen de ser el eje de lo que se entiende oficialmente por derechos humanos, tal vez las combativas poesías de Paco Urondo pasen a ser apenas o sobre todo eso mismo, poesías, y no meras pistas policiales u homenajes aguerridos para aborrecer o endiosar desde uno o el otro bando a aquel periodista que cambió la Remington por los fierros montoneros y se tragó una cápsula de cianuro justo cuando estaba por apresarlo una patrulla militar, en Mendoza, en la noche de 1976. Claro que, así como van las cosas, cuesta creer que ese día quede a la vuelta de una esquina.

La cuestión es que, de pronto, Paco Urondo se me metió en la cotidianidad profesional y hasta en el metabolismo, de alguna manera.

Lo del metabolismo viene a cuento de que el jueves pasado, mientras todas las cableras anunciaban la excarcelación de los chacales Astiz, Acosta & Cía., terminé cenando con amigos en el Urondo Bar. Se trata de un relajado y muy recomendable bistró ubicado en Beauchef y Estrada, allí donde Caballito se atrinchera en el Parque Chacabuco para distinguirse de Pompeya y más allá la inundación, y donde el hijo de Paco, Javier Urondo –un experto en la combinación de especias y suerte de antropólogo culinario– transforma la comida porteña en delicados poemas gastronómicos. Lo de la cotidianidad periodística viene por otro lado.

Me había pasado buena parte del jueves leyendo en Internet los reportes de la denominada Agencia Paco Urondo, vocera informativa de la agrupación La Cámpora, cuya conducción política e ideológica se adjudica a Máximo Kirchner, el hijo mayor de Néstor y Cristina. Se trata de un blog agresivamente oficialista, eje de una treintena de web sites desde donde los Jóvenes K entablan una especie de guerra de guerrillas virtual contra la “derecha” mediática y otras “derechas”. Me llamó la atención una encuesta on line, en la cual, según supongo, puede leerse en parte el pensamiento de esa militancia inalámbrica, vehemente y tardíamente setentista.

Título de la encuesta: “La muerte de Rucci”, un tema que el reciente libro de Ceferino Reato volvió a poner sobre el tapete.

Respuestas a la encuesta:

*Rucci se lo merecía, pero fue un error político (38%).

*Fue consecuencia de un tiempo de violencia generalizada (20%).

*Fue un ajusticiamiento por su participación en la masacre de Ezeiza (14%).

*Fue un asesinato de la clase media supuestamente revolucionaria (13%).

*Fue un asesinato de pibes idealistas que no entendían el peronismo (8%).

*Se explica por la conducta antidemocrática del peronismo (4%).

Más allá de que no se explica por qué las respuestas suman el 97% y no el 100%, puede inferirse que una abrumadora mayoría, 35 años después y con 25 de democracia encima, justifica aquel crimen por la sencilla razón de que Rucci “merecía” morir y porque ser “pibe” e “idealista” alcanza para minimizar ciertas cosas, amén de los “errores políticos” de quienes tomaban decisiones así para imponerse como factor de poder ante el mismísimo Perón.

Alfredo Astiz, por ejemplo, era joven en los 70. ¿Y?

Durante años, los militares sostuvieron que habían cometido “errores” y “excesos”, pero no una masacre. ¿Ah, sí?

Sería una verdadera animalada justificarlos por eso.

Desde la propia Corte Suprema que engalanó el vigoroso arranque de la Gestión K acaban de acusar al Congreso (es decir al propio kirchnerismo que controla el Congreso) de no haber movido un dedo para construir el andamiaje legal para que los jueces probos puedan encarcelar a los autores de crímenes de lesa humanidad y para que los jueces no tan probos se vean obligados por ley a hacer lo correcto. Mucho ruido y pocas nueces. Jarabe de pico, diría mi abuela. Derechos humanos torcidos. Retorcidos.

El discurso oficial de justificarlo todo por la acción del enemigo parece ir llegando a su techo. Ya no construye: desgaja al Gobierno y a un país que, si lo dejan, quiere seguir viviendo.