“No comprendo para qué es necesario calumniar. Si se quiere perjudicar a alguien lo único que hace falta es decir de él alguna verdad.”
“Fragmento póstumo” (1883), Friedrich Nietzsche (1844-1900)
¡Siempre lo supe, 99!, dice Maxwell Smart cada vez que resuelve algún truco de CAOS y también nosotros, que la tenemos re clara, no como los americanos que se tragaron durante años el patético Informe Warren sobre Oswald. Podemos hacernos los giles, mirar para otro lado si conviene, pero engañarnos no es tan fácil. Estamos entrenados. Lo de Bush y su hermano en Florida, durante las elecciones de 2000, fue un juego de niños comparado con las cosas que sabemos hacer en estas pampas. Somos unos vivos bárbaros.
Acá se tapa todo. ¿Pueden ser tan inútiles nuestras fuerzas del orden como para convertir un accidente de tránsito en “misterio nacional” y tardar 24 días en encontrar los cuerpos de dos adultos, dos niñas, un perro y un auto volcado a apenas veinte metros de una ruta? De ninguna manera. Algo raro hay. Una conspiración, o algo así, como la del fantasma antiaéreo que baleó a Carlitos Menem. Nos dirigen jueces sospechados, compran voluntades, voltean a los aspirantes molestos, falsean números, arman listas con candidatos que no asumen o se pasan de bando. Vulgares pantallas, como novia de chocolatero. Todo podrido.
Se me cayó un ídolo, muchachos. Ver a Falcioni con su cara de novela negra lloriqueando porque unos no le cobran ni los corners y otros dirigen muy seguido a sus rivales, fue desconsolador. Dicen que es solo una táctica: abrir el paraguas, para presionar. Así estamos. Lo mismo hacen los de Newell’s. Juran que a Banfield le cobran penales que no son y le dan goles en offside, como el último de Víctor López a Tigre. Encima, contra Arsenal, jugaron horrible. Y si algo les faltaba... Lunati. Ay.
Pablo Lunati es un árbitro excéntrico, con su extraño corte de pelo a mordiscones y un auto importado de 80 mil dólares que, a juicio del instructor mendocino Pedro Castellano, es imposible adquirir con un modesto sueldo de soplapito. Ojos desorbitados, brazos como aspas, gestualidad extrema, toqueteo incesante, el hombre es una rara mezcla de Alberto Sordi y un mimo de plaza con 220 volts al que le resulta imposible pasar inadvertido. En Rosario, enardeció a todos tomándose una vida para expulsar al lesionado Sánchez Prette y permitiendo que los de Arsenal hicieran tiempo con pasión digna de mejor causa. Cuando después fue designado para dirigir a Banfield, ardió Troya. Newell’s elevó una protesta, Grondona ordenó dar marcha atrás y ¡zás!, lo quitaron del medio sin la menor elegancia. ¡Ops! Otro papelón. Nada raro.
La máquina del rumor arde. Que Duhalde opera en la sombra, que el partido con Boca está “conversado”, que existen valijas, promesas de pases, guiños, canjes en Esperanto, cosas así. No hay caso: la sola posibilidad de que sea un imprevisto del juego y no una “opereta genial” lo que defina todo... podría deprimirnos fatalmente. Estamos demasiado acostumbrados a sacar ventaja, muchachos, a acomodarnos al lado del que corta el bacalao. ¡Argentina corazón!
Si el Huracán de Cappa fue la Primavera de Praga, Vélez el mejor del año y Estudiantes el dueño de América, el último semestre consagró a los dos que hoy juegan su lugar en la historia. Banfield y Newell’s, en ese orden.
El rostro de Falcioni parece tallado a hachazos, pero su Banfield funciona con el milimétrico equilibrio de un reloj suizo. Dos líneas de cuatro, volantes por afuera y arriba, Fernández y el pelado Silva, lo mejor. Una fórmula sencilla que se potencia con una virtud que parece importada de otro país: la paciencia. Su equipo maneja los tiempos como un japonés, desgasta física y mentalmente al rival y lo remata sin sutileza ni piedad, a lo Monzón. El título les calzaría justo.
Newell’s es otra cosa. Un buen equipo que todavía da la impresión de que necesita otro hervor. Eso sí: tiene a dos grandes: Schiavi y Boghossian, un obelisco nada torpe que mata por arriba, pero también toca, pivotea, gira, engancha y define. ¿Algo más? Sí. Una dirigencia seria, honesta, decidida a investigar el oscuro pasado reciente de su club. ¡Teléfono para Racing!
¿Quién gana hoy? Mmm… Qué terminen iguales, así lo definen mano a mano. Sería genial vivir un final de película y que el mejor de los dos se quede con la muchachita, como en aquellos musicales cursis de los cincuenta, cuando los buenos ganaban sin trampa, eran felices y comían perdices.
¿Podrá ser? Ojalá. Aunque sea sólo por esta vez, compatriotas, aflojemos un poco con tanto cuento de terror.