Lo que más abunda en el mundo, decía Frank Zappa, son el oxígeno y la estupidez. Mirar la entrega de los Martín Fierro es una prueba contundente de que, con respecto al segundo término de su frase, estaba en lo cierto. Es más, algunos ecologistas vaticinan que en breve habrá menos oxígeno, pero la estupidez sigue siendo un éxito.
La entrega de los Martín Fierro parece una alucinación salida de la mente de Derek Zoolander, ese modelo cabeza hueca creado por Ben Stiller. Y, hay que reconocerlo, es muy difícil lograr sobresalir entre tantas caras nuevas y viejas, famosos, glamour y vanidad a granel. Jorge Lanata lo consiguió: su discurso al recibir uno de los muchos gauchos que le dieron alcanzó las cimas de la estupidez: “Agradezco a Lázaro Báez, Cristina Fernández, Ricardo Jaime, Hebe de Bonafini… etc., etc”.
Está claro que a Lanata no lo preocupan la desocupación, el hambre y todos los flagelos que este gobierno no puede o no quiere combatir. Lo único que le preocupa es su vanidad. Es un barrabrava de sí mismo.
Víctor Hugo Morales, a quien podríamos llamar Víctor Ego, también anda por la misma senda. Me acuerdo cuando fue invitado a presentar El dueño, el libro de Luis Majul, y se dedicó a destruirlo.
Muchos periodistas hablaron de la valentía de Morales para decir lo que piensa, como si él hubiese sido Rodolfo Walsh y Majul encarnara a la Junta Militar. Yo creo que hay tantas cosas en la vida para hacer, que ponerle ganas e ir a cagarle la presentación a un tipo que te invitó habla de cierto nivel de vanidad casi insoportable. Lanata y Morales se ponen en veredas opuestas, pero a mí me parece que su enemistad es la de ese tipo que se da en el catch, donde los luchadores no son enemigos, actúan de enemigos.