El enorme desafío que tenemos hoy quienes ocupamos un lugar en la vida pública es plantear la Argentina del día después, la Argentina de la pos pandemia. Indudablemente esta crisis mundial generada por el Covid-19 ha servido para desnudar las enormes desigualdades sociales, económicas y territoriales que atraviesan a nuestro país. Y esas desigualdades, que han impactado en todo el territorio, lo han hecho de manera particularmente brutal en la Ciudad Autónoma y en la provincia de Buenos Aires. Paradójicamente la ciudad y la provincia que aportan, entre ambas, el 50 por ciento de nuestro PBI, mientras que las diez provincias más pobres producen entre todas menos del 10 por ciento. Distritos ambos, donde habitan el 37 por ciento de la población del país en tan sólo el 1 por ciento del territorio.
Esta desigual distribución fue puesta en jaque por el Covid-19. Demás está decir que es esa enorme concentración, la que hace que Buenos Aires Ciudad y provincia tengan el 90 por ciento de los contagios y más del 90 por ciento de las muertes. Entonces, quien puede discutir que esta Argentina que hoy tenemos será inviable e insostenible aún luego de que esta pandemia se termine.
En esta situación aparecen como premonitorias las afirmaciones de ilustres próceres que contribuyeron a la consolidación de nuestra Patria. Justo José de Urquiza en su primer Mensaje al Congreso Nacional en la ciudad de Paraná afirmaba: “Nuestros disturbios pasados están fundados sobre esa inoportuna distribución de las poblaciones en la geografía argentina, nuestras futuras discordias vendrán de esa misma causa; y si alguna vez ha de desfallecer el espíritu nacional, de esa misma causa a de provenir tan gran mal”. Juan Bautista Alberdi hizo lo propio al sentenciar: “No son dos partidos, son dos países, no son unitarios y federales, son Buenos Aires y las provincias”.
Debemos replantear sin demora la necesidad de descentralización, de desconcentración de las instituciones a nivel nacional. Hay antecedentes de la necesidad de federalizar el poder político argentino desde 1812, sin embargo nunca pudimos lograrlo. Sólo a modo de ejemplo, en tres ocasiones (1868, 1869 y 1873), una ley de capitalización de la ciudad de Rosario fue sancionada por ambas Cámaras, siendo vetada por el Presidente Mitre casi al final de su mandato, y dos veces consecutivas por el entonces Presidente Domingo Faustino Sarmiento. Así quedaría sellada la grieta más importante de nuestro país.
Esa grieta puede comenzar a cerrarse hoy, a instancias de la más terrible pandemia que vivió nuestro país en los últimos ciento cincuenta años. Ese primer paso para la refederalización de la Argentina puede darse a través del traslado de la más democrática y federal de las instituciones, el Congreso Nacional. Y en mi carácter de diputado provincial de Santa Fe propuse hacerlo al Área Metropolitana de la ciudad de Rosario, entendiendo que la provincia de Santa Fe tiene historia y fundamentos para mercerlo, en un todo de acuerdo con lo establecido por el artículo tres de nuestra Constitución que desde el año 1860 ha planteado un sistema flexible donde le otorga al Congreso -previa cesión de las Legislaturas-, la posibilidad de fijar la capital fuera del ámbito de Buenos Aires, tal cual ocurre muchos otros países como Alemania, Chile y Bolivia, el desdoblamiento del poder central en pos de una Argentina más justa y equitativa. No es un dato menor que la ciudad de Rosario es la única ciudad importante del país que no es sede del gobierno provincial.
Como santafesino estoy convencido de que es desde esta provincia, que debemos aportar, a modo de ofrenda, el hito para la reedificación de la Argentina del día después.
*Abogado. Diputado provincial de Santa Fe. Presidente del Bloque Frente Renovador. Interbloque PJ.
