Recién llegado del Chaco me topo con un posteo de Marcos López, un boceto de dibujo al que el artista puso por nombre y como anclaje simbólico “El Impenetrable”. En él, un fornido jinete con machete y motosierra monta a pelo y en pelotas sobre un caballo amarillo patito; dos serpientes enroscadas al cuello del jinete sostienen riendas y sierra eléctrica, sus sendas lenguas viperinas enredadas en un pacto. De fondo, el Chaco Impenetrable en inacabado blanco y negro ha quedado reducido a unas cañitas esporádicas. No sé si Marcos se tomará el breve trabajo de pintarlas. ¿Para qué? Esto ya está arrasado.
Nos lo habían avisado y pudimos confirmarlo en el largo camino de Resistencia hasta Gancedo, donde está Campo del Cielo, la mayor reserva de meteoritos del planeta, el motivo de este viaje para pensar el patrimonio como algo estrictamente político. El monte ha sido corrido por la soja. Las leyes se cumplen a medias. Los latifundistas encuentran la manera de subdividir los grandes campos en minifundios y mediante testaferros logran desmontar un 70% de su superficie.
El paisaje me hace pensar súbitamente en el modesto art decó en arquitectura, ese movimiento de bisagra entre el academicismo ortodoxo y palaciego y el racionalismo brutal y utilitario. Del art decó han bromeado los expertos que se trata de arquitecturas de 30 cm, dado que la planta del edificio puede ser ranciamente academicista, pero las fachadas (lo aparente) reemplazan volutas, columnas y estatuillas por figuras geométricas y líneas de yeso. Toda la novedad tiene 15 o 30 cm de profundidad: detrás de esas fachadas discretas y modernas hay todavía un edificio muy tradicional y muy simétrico. Como con las rutas en el Chaco: el monte tiene 30 metros de ancho; tras esa cortina, una ilusión para el viajante, está un desierto de loess polvoriento. Campos incendiados, llenos del rastrojo que dejó la última cosecha. A lo lejos, los silobolsas como templos de la era esperando que el precio dolarizado de la soja marque el momento ideal para vender.
El sentido de proteger los meteoritos (que además son traficados) quizá no sea otro que el de señalizar (mediante su caída accidental) el lugar donde sucede otra atroz vulneración del patrimonio. Es un Estado en guerra consigo mismo; un Estado que quiere proteger sus patrimonios y al mismo tiempo extraer del suelo todo lo que dé. ¿Cuánto tiempo puede durar esta contienda simbólica, esas dos serpientes que dibuja Marcos López, endemoniadas y terribles?