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Tres apostasías

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Tengo cierta tendencia a la apostasía literaria. Últimamente –desde hace varios años, en realidad– vengo militando la apostasía de leer teatro en digital, lo que equivale a dos tabúes violados de una sola vez, porque el teatro debe verse en el teatro y los libros deben leerse en papel. A esas dos apostasías sumo una tercera: leí una obra de teatro en digital que bajé de ZLibrary, sin pagar un peso. 

No fue la primera vez, naturalmente, pero sí fue la primera vez que se conjugaron tres tabúes de una sola vez, y debo decir que la cosa agregó a la lectura un sabor insólito, desacostumbrado. Y fue insólito y desacostumbrado por otras varias razones: nunca había leído una obra de teatro de Friedrich Dürrenmatt. Había leído, sí, grandes libros como El desperfecto, o aquel réquiem de la novela policial llamado La promesa. Recuerdo haber leído El juez y su verdugo, La sospecha y Griego busca griega, de los que no recuerdo nada pero estoy seguro de que me gustaron, porque el nombre de Dürrenmatt lo asocio desde entonces a la inteligencia superior y a la admiración sin matices. Leí La promesa varias veces, es por esa razón que es su única obra que recuerdo a la perfección, pero nunca me había sentido atraído por su teatro. Así que vine, vi y bajé Los físicos, publicado en 1995 por Tusquets en la colección Marginales, con traducción del español Juan José del Solar. 

Los físicos fue publicado en 1961, y la fecha es importante. Estamos en plena Guerra Fría, y si se es suizo, como Dürrenmatt, es de creer que uno debería sentir que cualquiera que se sienta a nuestro lado en el banco de una apacible plaza de Zurich era un potencial espía. Quiero decir que la Guerra Fría debería vivirse de otro modo desde el escenario que desde la platea. La amenaza nuclear era entonces algo tan tangible como lo es hoy, solo que entonces la amenaza era inédita, y hoy ya tiene varias ediciones, lo que a fin de cuentas hizo que nos habituáramos a su presencia, a su nube de amenaza, como un puño sobre el bosque.

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La trama tiene lugar en un manicomio, perdón, en un sanatorio privado, Les Cerisiers, Las Cerezas, una clínica privada administrada por una tal Mathilde von Zahnd, en cuyas instalaciones acaba de tener lugar un homicidio. En realidad lo que tuvo lugar es un segundo homicidio, lo que hace pensar que el ambiente no es tan sofisticado y seguro como se podría creer.

El comisario Richard Voss, un agente del orden bastante experimentado en el tema, está desconsolado: no hay mucho que investigar cuando se conoce al culpable y cuando el culpable no solo es un loco sino que vive en una estructura contenedora. Como mucho, puede inculpar a la directora por no haber tomado las medidas de seguridad adecuadas, con enfermeras demasiado familiarizadas con los enfermos, que incluso tienen la osadía de enamorarse de ellos, al punto de terminar como víctimas (estar enamorado es ya ser una víctima). Claramente no es un asunto que pueda resolver un policía.

La particularidad de la sección donde se desarrolla la trama es que hospeda a tres físicos, Einstein, Newton y Möbius. Pero claro, no son ellos, están locos, aunque no tan locos. Por ejemplo, Newton sabe que no es Newton... porque está convencido de ser Einstein. Pero como es modesto y buen observador, le deja el papel a otro que a todas luces está más loco que él.

Dürrenmatt se divierte con algunas situaciones absurdas, pero después llega el drama, la historia policial, dado que los tres locos podrían no ser quienes dicen ser. Detrás hay otra cosa: los físicos sienten la enorme responsabilidad de haber dado armas letales a poderes que pueden utilizarlas de pésima manera. El mejor modo de desactivar un invento es hacer creer que ese invento es obra de un loco.

Por eso, cuando se tiene una idea peligrosa, lo mejor sigue siendo encerrarse en un manicomio. Perdón, en un sanatorio privado.