Un gran sociólogo y analista político argentino, entonces exiliado, conversaba con un colega italiano, que le dijo: “Tu país es digno de Polichinela”. No hablaban de la dictadura, sino del estilo caricaturesco y, a la vez, siniestro, de sus jefes. El argentino sintió el desprecio, y cambiaron de tema. Dos décadas después, el argentino podría haberse vengado mencionando a Berlusconi. A los italianos también les había llegado su gran actor de una moderna comedia del arte.
En estos días se detectaron algunas decenas de licencias truchas de docentes. Parece que, en algunos casos, los tramposos se fueron de vacaciones. Imagino la severidad con que Esteban Bullrich los habría juzgado cuando fue ministro de Educación de la Ciudad de Buenos Aires o en el gabinete nacional de Macri. Sin embargo, durante el período de sesiones, el ahora senador Esteban Bullrich se fue a Italia con su familia. Bullrich es católico ferviente y supongo que juzgará su escapada como un pecadito venial. Sin embargo, hizo rechinar los dientes de sus compañeros del PRO en el Senado, que consideraron que no era el momento más adecuado para tomarse unas vacaciones. En un escenario mediocre, el senador fue un Polichinela.
Se dirá que, con todo lo que está sucediendo, el detalle de las vacaciones europeas de la simpática familia Bullrich carece de importancia. Pero estas pequeñas transgresiones de torpeza omnipotente no deben olvidarse, se ejerzan con buenos o con malos modales. Para reparar el faltazo, Bullrich volvió y estuvo en la lista de oradores en el debate del miércoles pasado sobre el allanamiento de los departamentos de Cristina Kirchner.
Estas transgresiones refuerzan la idea de que acá se puede “hacer cualquiera” (o “cualquiero”, para decirlo en la neolengua de la ex presidenta). Las licencias indebidas o los faltazos a las sesiones del Senado son raras en los países que Bullrich seguramente admira, pero ¿por qué atenerse a las normas de países tan distintos al nuestro? Para un faltazo, todos somos igual de argentinos. No me imagino a un senador uruguayo cometiendo el mismo pecadito venial que Bullrich.
El gusto por las irregularidades le otorga a nuestro “ser nacional” rasgos de Tartufo, el famoso hipócrita, que podría haber respondido como respondió Bullrich: faltó porque el peronismo no iba a tratar el tema que, de todos modos, necesitaba su responsable presencia, junto a sus camaradas del PRO en las bancas del Senado.
Mundial. Según informaciones de la FIFA, los estadounidenses fueron los principales compradores de entradas al Mundial de Rusia: 97.439 boletos. Segundos figuran los brasileños, con 74.800; terceros, los alemanes, con 71.687; México y Colombia compraron más de 65 mil. La Argentina alcanzó el sexto lugar en este ranking, ya que puso en Rusia 61.100 asistentes. Pequeña aclaración, México tiene tres veces más habitantes que Argentina; Brasil, casi cinco veces; Alemania, casi el doble.
Los estadounidenses fueron los principales compradores de entradas al Mundial de Rusia: 97.439 boletos. La Argentina alcanzó el sexto lugar en este ranking, ya que puso en Rusia 61.100 asistentes. La AFIP no nos ha informado cuántos contribuyentes remisos o descuidados encontró entre los que compraron las entradas
El ingreso anual medio de Alemania está cerca de los 45 mil euros, sobre los que se pagan religiosamente impuestos (lo sabe quien haya trabajado en ese país). Durante una de nuestras crisis, una amiga, que había vivido más de tres décadas en Buenos Aires, me dijo: “Los alemanes no timbeamos con la plata ni la gastamos como ustedes”. ¿Ha habido escándalos en el país que gobierna Angela Merkel? Por cierto, los ha habido. Pero sus protagonistas no volvieron fácilmente. No podemos parecernos a Alemania por una razón sencilla: no aceptaríamos ni sus impuestos a los ingresos personales ni sus leyes rigurosamente aplicadas.
Acá es difícil saber cuál es el ingreso medio si tenemos la pretensión de descifrar el oscuro ovillo de los que pagan en las categorías más bajas del monotributo. La AFIP no nos ha informado cuántos contribuyentes remisos o descuidados encontró entre los que compraron las 61 mil entradas, ni cómo pagaron sus viajes esos compatriotas que agitaron la celeste y blanca en tierras rusas. País de Polichinela.
La comparación podría seguir con las oleadas de argentinos en Miami o Santiago de Chile, mientras los favoreció el cambio. Paseaban por galpones llenos de televisores y aparatos electrónicos. En el aeropuerto santiaguino un taxista, al reconocer mi acento rioplatense, me preguntó a cuál shopping debía llevarme. En los años 90, tropas argentinas hacían raids por los negocios de electrónica en Manhattan. Impresionaban por su dispendio y, sobre todo, por sus gritos.
Que devuelvan la plata. El martes a la noche marcharon miles de ciudadanos (más ciudadanas que ciudadanos) para presionar al Senado. El diario Clarín informa que esa concentración, convocada por las redes sociales, “surgió de militantes oficialistas y funcionarios cercanos al titular de medios Hernán Lombardi”. Agrega que el “rasgo distintivo fue el protagonismo de gente mayor de cincuenta años”. Yo agregaría (después de alguna experiencia en movilizaciones y escribir sobre ellas) que la composición social de quienes reclamaban contra la corrupción era similar a la de los cacerolazos con que se protestó contra el kirchnerismo el 14 de octubre de 2012, después de que cerró el mercado de dólares: capas medias con suficiente independencia socioeconómica para movilizarse sin necesidad de que se las transporte hasta los puntos de concentración. Entonces reclamaban contra “la inseguridad, la corrupción, el corte de libertades y las mentiras” (ver Noticias de esa semana). Algunos carteles de aquel 2012 se referían a una “dictadura de chorros”; otros, más implacables, denunciaban a quienes vivían sin trabajar cobrando planes sociales. Esa era la compleja textura ideológica.
Un camino difícil. La proliferación de actos corruptos tiene dimensiones de novela por entregas. Aunque solo se probara el 10% de los hechos que indican los cuadernos y vocea un coro de arrepentidos, los responsables serían inmorales e hipócritas que, al mismo tiempo, hablaban de los pobres y se convertían en millonarios. Sus actos criminales son argumento de un melodrama kitsch, donde gente sin principios usa a los pobres y al Estado, se enriquece y gasta esa plata con la prepotencia de un nuevo rico. Desde un punto de vista moral rige lo escrito hace siglos por un gran poeta: “No es posible absolver al que no se arrepiente y justifica la falta cometida”.
Una sola advertencia: en Italia, después del Mani Pulite que, con toda razón, reclamamos los argentinos, vino Berlusconi. Acá no somos tan grandiosos. Nos conformamos con que algún dirigente mencione a Tinelli como presidenciable y otros celebren los chistes de un humorista como si se tratara de las ideas que nos faltan y de los partidos que están borrados.
No todo debe olvidarse: inútiles fantasías alentaron las truncadas carreras de Palito Ortega, de Scioli y de Reutemann. Aceptamos que para ser un buen deportista son necesarios años de preparación. ¿Por qué aceptamos que, sin ese requisito, se puede ascender en política? ¿Solo porque muchos dirigentes son corruptos? A esto, sin vacilaciones, yo lo llamo crisis: separación de los ciudadanos de la política, en primer lugar, porque ha sido foco de corrupción. Pero sin política y sin nuevas organizaciones que reemplacen las que se corrompieron; sin políticos hábiles que no tengan solo objetivos sino la capacidad racional de avanzar hacia ellos, ¿cuál es el camino?