La decisión de Donald Trump de trasladar a Jerusalén la embajada de Estados Unidos en Israel conlleva un peligro real. El mundo entero se avecina a un conflicto sin precedentes y las alarmas se encienden en todo el planeta: desde Rusia, China y el Vaticano; obviamente, Turquía, Arabia Saudita y el resto del mundo islámico; pero también la ONU, la Unión Europea y hasta Gran Bretaña, el aliado histórico de Washington. Solo el gobierno israelí saludó la “histórica” decisión de Trump.
La coincidencia de Israel con Estados Unidos puede ser una línea de análisis que permita entender las razones que guiaron a Trump para desoir todos los acuerdos internacionales que propugnan por una solución de dos estados y la indivisibilidad de Jerusalén, ciudad que es venerada por las tres principales religiones monoteístas.
En el Lobby israelí, publicado en 2006, se rastrea la simpatía entre Israel y Estados Unidos. El trabajo publicado por John Mearsheimer, profesor de ciencia política de la Universidad de Chicago, y Stephen Walt, profesor de relaciones internacionales en la Kennedy School of Government de la Universidad Harvard, conlleva un título que no deja dudas: "El lobby de Israel y la política exterior de los Estados Unidos".
La tesis central de la investigación académica sostiene que Estados Unidos ha dejado de lado su propia seguridad para promover los intereses de otro Estado, Israel. En ese marco, los autores aseguran que la política impulsada por Washington es "conducida principalmente por el lobby israelí", al que definen como una "coalición de personas y organizaciones que trabajan activamente para dirigir la política exterior de los Estados Unidos en favor de Israel".
Los autores afirman que el "núcleo del lobby" son los "judíos estadounidenses que hacen un esfuerzo significativo en su vida cotidiana para modificar la política exterior de Estados Unidos a fin de que apoye los intereses de Israel, pero aclaran que "no todos los judíos y el judaísmo en los Estados Unidos son parte del lobby" y agregan que un gran número de judío-estadounidenses critican las políticas pro Israel. Mearsheimer y Walt advierten que el lobby israelí no es diferente de otros grupos de interés que operan en Washington, pero lo que diferencia al lobby israelí es su "extraordinaria eficacia" porque tiene "significativa influencia” sobre la Casa Blanca y los principales medios de comunicación.
Más allá del poder fáctito que tenga el lobby israelí en Estados Unidos, lo cierto es que la decisión de Trump rompe con décadas de una tradición: desde la creación del Estado israelí en 1948, ningún gobierno de Estados Unidos aceptó ubicar su embajada en Jerusalén, porque en los hechos, esa decisión se convierte en una traba polítca para la concreción de un Estado palestino, que también reconoce a Jerusalén somo su capital. Lo que acaba de hacer Trump supera al patoterismo de Nixon-Kissinger, al neoconservadorismo de Reagan y al militaritarismo de Bush.
Ningún analista serio puede anticipar lo que vendrá en Medio Oriente. Pero todos coinciden en que será preocupante. Para entender la gravedad de lo que está sucediendo, quizá es bueno, como siempre, volver a la historia: la jugada de Trump sólo puede ser comparada con el asesinato de Francicso Fernado hace más de un siglo. Un hecho puntual, que podría haber sido evitado, pero que desató un espiral de violencia incontrolable. Tal como sucedió con la muerte del heredero del imperio austrohúngaro, que liberó los demonios de la Primera Guerra Mundial, la decision de Trumpo deja ahora al mundo muy cerca del abismo.