COLUMNISTAS

Tu también, ombudsman

Pensaba escribir otra nota que partía de una curiosa coincidencia. En el último número de adncultura hay dos artículos que mencionan a Felisberto Hernández. Uno es la entrevista a Luis Harss, supuesto creador del famoso boom latinoamericano. El otro es un texto de María Negroni sobre El afinador de terremotos, una película de los hermanos Quay que tiene un personaje escritor llamado Felisberto Fernández que presenta evidentes resonancias de su casi homónimo uruguayo.

Quintin150
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Pensaba escribir otra nota que partía de una curiosa coincidencia. En el último número de adncultura hay dos artículos que mencionan a Felisberto Hernández. Uno es la entrevista a Luis Harss, supuesto creador del famoso boom latinoamericano. El otro es un texto de María Negroni sobre El afinador de terremotos, una película de los hermanos Quay que tiene un personaje escritor llamado Felisberto Fernández que presenta evidentes resonancias de su casi homónimo uruguayo. Mientras veía El afinador de terremotos, me preguntaba dónde diablos habrían oído hablar de Felisberto Hernández estos cineastas experimentales angloamericanos. La respuesta está en el otro artículo, donde Harss cuenta que en 1993 publicó la traducción de los relatos de Felisberto al inglés bajo el título Piano Stories, título que también alude al oficio con el que el autor se ganaba la vida.
Meditaba sobre esta inesperada revelación (sin sacar ninguna conclusión memorable, debo reconocerlo) mientras hojeaba la edición de PERFIL del domingo pasado. Allí me di cuenta de que el artículo de Negroni podía servirme para un propósito distinto. En las páginas centrales del diario, había un recuadro firmado por el ombudsman Andrew Graham-Yooll en el que éste criticaba tres reseñas aparecidas el fin de semana del 19 y 20 de enero. A dos notas de televisión, Graham-Yool les señalaba ciertas incorrecciones políticas, pero para la reseña de El amor en los tiempos del cólera firmada por Juan Manuel Domínguez los argumentos eran de otro tipo: se resumían en las distintas opiniones que la película les había merecido al ombudsman y al crítico. Domínguez la había defenestrado, mientras que a Graham-Yooll le había gustado mucho.
Esto me hizo pensar que era hora de repetir una anécdota que le robé a Truffaut y que he narrado mil veces, incluso una decena por escrito (hasta es posible que ya lo haya hecho en esta misma columna). Es la historia del crítico de cine que llega a la redacción y se encuentra con el director del diario que le dice: “Usted será todo lo entendido que quiera, pero mi suegra fue a ver la película que recomendó el otro día y no le gustó nada”. Este relato edificante de los años cincuenta no ha perdido vigencia medio siglo más tarde. Es así. Los críticos de cine se enfrentan en su vida cotidiana con el cuestionamiento de las personas ajenas al medio, que oponen su parecer al del crítico bajo un pie de igualdad. La idea podrá ser democrática y ciudadana, pero no se aplica en otras disciplinas. No conozco ningún caso en el que un crítico de ópera se haga amonestar en público por haber evaluado erróneamente la actuación de la soprano. Es que se suele reconocer que la música o las artes plásticas son asuntos de especialistas, no así el cine. Con la literatura ocurre algo peculiar: es raro que los críticos literarios expresen sus opiniones de la manera contundente a la que están acostumbrados sus colegas cinematográficos. Como decía un amigo: seremos brutos, pero somos valientes.
Los críticos de cine, criaturas despreciadas y discriminadas, necesitan de la protección de un ombudsman propio que los defienda; si cabe, hasta del ombudsman universal. Y aquí puedo volver al principio para contar que El afinador de terremotos, film de un hermetismo implacable, es una de las películas que más irritó a sus espectadores desde la invención del cine. Sin embargo, los Quay pertenecen a la categoría de los cineastas-artistas, cuya obra interdisciplinaria los blinda frente a la opinión de los legos y, en cambio, son objeto de panegíricos como el de Negroni, poblados de nombres como Benjamin, Pasolini, Roussel, Max Ernst, Magritte, Poe, Constant y siguen las firmas. Quienes hablan de ellos en esos términos se blindan por contagio: quién habría de discutirles. Me temo que para los críticos de cine no queda más que una alternativa: estudiar Letras y volverse respetables.