Parece claro (a la luz de paros, piquetes, cortes y la movilización del 1-A) que dos países conviven en el territorio nacional. Uno, aferrado a un reciente pasado violento, corrupto, clientelista y patoteril, sueña conque ese pasado sea futuro. Otro, que reniega de todo eso, pero aún no define de manera asertiva cómo es la sociedad a la que aspira, mientras tiene pendiente llenar de significado y contenido (a través de acciones y conductas) los términos que enarbola, como Democracia y República. Para este país el futuro es más un deseo que un proyecto. Y lo que hay entre ambos países se conoce como grieta.
La experiencia vivida durante los últimos años (o décadas) muestra que el primero de esos países es tuerto. En él solo se ve con el ojo que coincide con sus dogmas, sus consignas, su relato. No hay espacio para la diversidad, el diálogo o la divergencia. Quien no se alinea y repite fanáticamente las creencias es declarado enemigo. Y al enemigo ni justicia. Nada de abrir el otro ojo para ver el paisaje completo.
Hay un riesgo en el aire, y es que el segundo país devenga también tuerto a su manera. Que instale su propio relato, que coquetee con la revancha, que dé crédito a la voz del resentimiento. Que se auto asigne una novedosa pureza, que se crea sin historia, sin pecado concebido y que, jurando sobre el libro de la Democracia y la República (aunque sin leerlo entero, incluidas sus notas, llamadas y exigencias), desarrolle su propia intolerancia, su propia aversión a la diversidad.
En el primer país la palabra santa es “pueblo”. En el segundo país el vocablo sagrado es “juntos”. En ambos términos, desaparecen los sujetos, las personas, los ciudadanos y, con ellos, la responsabilidad, que es siempre individual. Cada uno espera su mesías. Muere, también, el pensamiento crítico (por no decir, simplemente, el pensamiento). Se ofrece pertenencia a cambio de fe. Y la oferta es tentadora. El pueblo manda o juntos podremos. Y el que no esté de acuerdo no tendrá lugar, para él agua y ajo.
Con la pretensión de ser una palabra inclusiva, “pueblo” resulta inexorablemente, en los hechos, excluyente y discriminadora, siempre tiene un dueño que decide a quién abarca y a quién excluye. A su vez, el supuesto poder convocante de “juntos” se diluye cuando no alcanza para responder preguntas como ¿juntos quiénes?, ¿cómo?, ¿para qué?, ¿con qué reglas? Puede ocurrir, y ocurre con bastante más frecuencia de lo que unos y otros admiten y soportan, que haya quienes no se sienten ni aspiran a ser parte del “pueblo” que se invoca, o que no acepten marchar “juntos” en una dirección difusa, en compañía de algunos que no demuestran tener los valores que supone el llamado. Si ambos países acentúan su condición de tuertos, nunca podrán ver a aquellos que aspiran a algo diferente del fanatismo intolerante o del optimismo pueril. Es decir, a un proyecto que no se base en chantajes ideológicos o emocionales, en mesianismos o en miedo.
En una sociedad agrietada casi hasta el centro de la Tierra, dos tuertos no hacen un vidente. Dos tuertos hacen un ciego. Luego esa sociedad anda a los tumbos y en la oscuridad. ¿De dónde podría provenir un rayo de luz? De la política. Este concepto exige que se le devuelva la dignidad y el sentido del cual lo despojaron tanto quienes la confundieron con apriete, prepotencia, latrocinio, fundamentalismo y corrupción como aquellos que la desprecian en nombre de un improbable eficientismo, de un managment de manual, o de una gestión de probeta, en la que las personas siempre pueden (deben) esperar. La política es la más bella de las artes, decía Aristóteles. Lo es cuando, haciendo honor a su génesis, sus herramientas y fundamentos se centran en los asuntos prioritarios y comunes de la sociedad en que se ejerce. En otras palabras, la práctica de ese noble arte solo resulta posible con ambos ojos abiertos, capaces de observar el conjunto y cada una de las partes del escenario humano en el cual se lo cultiva. La mala praxis de la política solo produce más grieta y más tuertos y deja sin opciones a los que quieren ver.
*Escritor y periodista.