Días atrás, este diario registró la realización en Buenos Aires de un congreso global de tuneladoras, al ser la región latinoamericana que más emplea estas megamáquinas hoy en diferentes obras públicas. Amén de la curiosidad, acaso también pueda expresar una metáfora de lo que supura a la vista la política argentina, que durante años y décadas se mantuvo oculto, subterráneo.
Está claro que el Cuadernogate es el reflejo más obsceno de lo que circula por las cloacas del poder. Funcionarios nacionales del más alto nivel y empresarios de primera línea intercambiando multimillonarios favores con fondos públicos durante años. Muchos años. Con la participación necesaria (o imprescindible) de jueces, fiscales, legisladores, gobernadores, intendentes y personajes todo servicio: de secretarios privados, choferes y jardineros a agentes de inteligencia.
Para no ir sobre nombres ya transitados, reparemos en los de horas recientes. El ex intocable Sergio Szpolski, por ejemplo. El hombre que montó un imperio mediático con plata del Estado (al que además estafó al no pagar contribuciones de sus empleados) admitió que recibió bolsos de dinero, pero para imprimir boletas electorales. El implacable juez Bonadio mostró su costado sensible y lo dejó interrumpir su indagatoria con la excusa del Shabat, aunque faltaran seis horas para que se iniciara dicha celebración judía.
Tal vez en esa generosidad judicial algo haya tenido que ver el oficio del abogado de Szpolski, Santiago Blanco Bermúdez. Casualmente el mismo letrado que eligió Antonio “Jaime” Stiuso, el afamado ¿ex? hombre fuerte del espionaje vernáculo.
En Comodoro Py se asegura que Blanco Bermúdez no necesita golpear la puerta para ingresar a ciertos despachos de los tribunales federales. Algo parecido a lo que le ocurría a otro procesado de los cuadernos, el “auditor” Javier Fernández.
Nombres que dan vueltas: Szpolski, Stiuso, Gallea, Nosiglia, Angelici, Blanco, Seita...
Los embarrados vínculos de Szpolski alimentan el laberinto cloacal. Como el que lleva a su ex gerente y actual director de Finanzas de la AFI macrista, Juan José Gallea. Y a su actual superior, el amigo presidencial Gustavo Arribas. Y al presidente de Boca, Daniel Angelici. Y a otro boquense influyente, como Enrique “Coti” Nosiglia, que impulsa como presidenciable radical (¿dentro de Cambiemos?) a Martín Lousteau. Las ramas de este árbol podrían tapar un bosque.
De esos lodos no está exento el nuevo peronismo que creen encarnar "Los cuatro fantásticos" o "El club del helicóptero", según quién los defina. Los candidatos presidenciales Urtubey y Massa, el vicepresidenciable Pichetto y el aportador de estructura Schiaretti se mostraron juntos a lo Netflix en una de las oficinas del consulta-operador Guillermo Seita. No habría que descartar que a esa mesa se sumen otros dos amigos del dueño de casa, como Daniel Scioli y Marcelo Tinelli.
Con múltiples y rendidores emprendimientos siempre dentro del círculo rojo –incluidos algunos medios poderosos y dirigentes tanto oficialistas como opositores–, Seita agita en privado desde hace meses el fantasma de que a Macri se lo podría llevar puesto la crisis.
Hay quien puede calificar esta postura como la de un desestabilizador. Pero Seita elige verse como un hombre previsor. No se sabe a ciencia cierta si esa previsión la compartió con un viejo compañero de ruta, el asesor presidencial Carlos Grosso.