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Ucrania y la compleja transición global

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Índice. Biden quiere enfocarse en China; Vladimir Putin quiere ser un actor global. | afp

El fárrago de reuniones, conversaciones y declaraciones –sin mencionar la cobertura mediática– en torno a la crisis de Ucrania en el transcurso de la última semana, se ha ido acentuando hasta niveles insospechados. La crisis conforma, sin duda, un capítulo crucial en la reconfiguración de las relaciones de poder y la transición que vive el orden mundial. Pese a que el juego decisivo es el que se desarrolla entre Rusia y Estados Unidos en torno a la estabilidad estratégica global, una miríada de actores se ha incorporado a esta pulseada con intereses diferenciados y eventualmente contradictorios. 

El intercambio de propuestas y respuestas por escrito entre los dos principales protagonistas, el eje principal de la escalada de tensiones, con sus resonancias mediáticas y con silencios no menos estridentes mantiene abiertos, sin embargo, los canales de comunicación entre Rusia y Estados Unidos y la posibilidad de que la diplomacia pueda resolver el impasse. Moscú ha expresado claramente sus demandas, pero ve con pesimismo la evolución de las conversaciones que puedan llevar a un acuerdo, mientras que prepara una respuesta a las propuestas que Blinken le ha hecho llegar a Lavrov en Ginebra. Washington, por su parte, anuncia sanciones y desplazamiento de tropas y promete asistencia frente a una eventual invasión rusa de Ucrania, explicitando sin embargo, que no se involucraría en un nuevo conflicto. 

Otros actores adquieren creciente protagonismo, como la OTAN, la UE y el gobierno de Ucrania. En juego está, por un lado, el destino de la OTAN que pese a su expansión no ha logrado reformular su misión después del fin de la Guerra Fría; las diferencias entre Washington y sus aliados europeos en el marco de la Alianza Atlántica afectada por las tensiones y fisuras que viene arrastrando desde la presidencia de Trump y la salida estadounidense de Afganistán; las divergencias entre los miembros de la Unión Europea en torno a la manera de lidiar con Rusia en el marco europeo, y sus posicionamientos frente a la situación de Ucrania afectados no solo por potenciales amenazas de un conflicto bélico sino también por los poderosos intereses geoeconómicos en juego –que marcan las diferencias entre Francia y Alemania, y los ex miembros del bloque oriental como Polonia o las ex repúblicas soviéticas del Báltico; las reverberaciones de la crisis en la OCDE y la fragilidad intrínseca del gobierno ucraniano no solo frente a un problema que lo atañe directamente, sino también en la rémora en avanzar con los acuerdos de Minsk, que implicarían concesiones y reformas políticas y que involucran a los sectores prorrusos del Donbass. Y esto solo sintetizando en forma muy apretada la complejidad de la situación en el ámbito europeo y atlántico frente a las incógnitas e incertidumbres, que despiertan los planteamientos de Putin y los despliegues militares en territorio ruso. 

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Pero también pesan las repercusiones de la crisis en otros espacios: los interrogantes que se abren frente al rol que pueda desempeñar la  Organización del Tratado de Seguridad Colectiva cuyos miembros –encabezados por Rusia– han intervenido en la reciente crisis de Kazajstán –un pacto militar sobre el cual poco se habla en Occidente; el futuro desempeño de la Organización de Cooperación de Shanghái formada por cuatro países con capacidades nucleares (China, Rusia, India y Pakistán) a la que se ha sumado recientemente Irán; las implicaciones para Europa del acuerdo de “armonización” entre la Ruta de la Seda impulsada por Beijing y la Unión Económica Euroasiática creada por iniciativa de Moscú y, principalmente, las futuras reacciones de China que ya ha expresado su respaldo a las “legítimas preocupaciones”  rusas con anticipación a la visita de Putin a Beijing para reunirse con Xi durante los próximos Juegos Olímpicos.

Mientras el foco de la atención occidental se concentra –no necesariamente de manera unánime– en la amenaza de un potencial conflicto en el este de Europa y en el impacto en la estructura de seguridad europea que pueda emerger de la crisis, el verdadero núcleo de tensión en el proceso de transición hacia un nuevo orden mundial sigue desplegándose en el Indo-Pacífico y, en especial, en el mar Meridional de China y en el estrecho de Taiwán donde Beijing afianza sistemáticamente su proyección y su capacidad militar.

Como dice un antiguo proverbio ruso “mientras tanto, el gato Vaska escucha y sigue comiendo”.

*Analista internacional y presidente de Cries.