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graciela camao

Un alma gemela

El otro día me encontré con un alma gemela. Era la diputada Graciela Camaño, a la que Morales Solá entrevistaba en su programa de televisión. Hace seis meses yo no sospechaba que Camaño podía ser un alma gemela

Quintin150
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El otro día me encontré con un alma gemela. Era la diputada Graciela Camaño, a la que Morales Solá entrevistaba en su programa de televisión. Hace seis meses yo no sospechaba que Camaño podía ser un alma gemela. A pesar de su distinguida trayectoria política, no le conocía la cara y apenas sabía de ella que era la mujer de Luis Barrionuevo, un campeón de la picaresca política nacional. Pero cuando se trató la Ley de Medios, tuve la oportunidad de leer su intervención en la Cámara y me quedé asombrado frente al nivel de precisión y de profundidad de su discurso. Desde el jueves pasado hay más gente que la conoce, ya que fue una de las protagonistas de la sesión preparatoria que permitió la tan demorada victoria de la oposición sobre el oficialismo. Camaño no fue solamente una de las artífices de un acuerdo fina y largamente trabajado, sino también la dueña del momento heroico de la jornada, aquel en el que, para sorpresa de los televidentes (y aun de muchos de sus colegas) ocupó el estrado y dio por abierta la sesión que el kirchnerismo confiaba en posponer eternamente mediante la abducción del secretario parlamentario. Por eso, Morales Solá la entrevistaba en su programa y la trataba con respeto (y también con un poco de condescendencia): “Dicen que usted es una legisladora brillante. El primero que me lo mencionó fue Roberto Lavagna”, afirmaba el conductor y preguntaba luego: “¿Es verdad que le gusta la actividad parlamentaria?”. Entonces fue que me empecé a dar cuenta de que Camaño era un alma gemela, cuando contestó algo así: “Sí, siempre me sentí atraída por el Congreso. Es lo que representa más cabalmente la democracia. Tuvimos demasiadas dictaduras y en ellas había Poder Ejecutivo y Poder Judicial, pero el Poder Legislativo no existía. Por eso me parece tan importante”.
Flashback. Abril de 1973. Yo tenía entonces veintidós años. Desde que tenía uso de razón, la mayor parte de mi vida había transcurrido bajo gobiernos dictatoriales cuya primera medida había sido siempre disolver el Congreso. Pero el 11 de marzo, Héctor J. Cámpora venía de ser electo presidente y, con él, los nuevos legisladores. La vuelta de la actividad parlamentaria me parecía una especie de milagro. A la distancia parece raro, porque no eran tiempos de respetar demasiado eso que los jóvenes militantes llamábamos “democracia liberal”, “democracia burguesa” y menos aun la institución menos glamorosa para los apetitos revolucionarios. Sin embargo, me suscribí al Diario de Sesiones de ambas cámaras. Fue una decisión casi secreta y tenía miedo de que mis compañeros se burlaran de mí. Pero por unas monedas, cada semana (a veces todos los días) llegaba a mi casa la transcripción fiel de lo que ocurría en las sesiones. Me sentía un privilegiado. Recuerdo especialmente el primer envío de esos papeles impresos en un formato y estilo inconfundibles. Era el correspondiente a la sesión preparatoria de Diputados. Allí empecé a apreciar el protocolo parlamentario, sus reglas y sus muy civilizadas costumbres. Aprendí cosas tan diversas como que el inicio de esa sesión debía ser presidido por el diputado más viejo, que Diputados era mucho más entretenido que el Senado o que se podía jurar sin mencionar ni a Dios, ni a la Patria, ni a los Evangelios (aquella vez, un solo diputado electo juró “cumplir fielmente su cargo”). Pero nada es tan perfecto como las formas: me temo que ese día se eligió como presidente de la Cámara nada menos que a Raúl Alberto Lastiri.

Fin del flashback. Desde entonces pasaron muchas cosas en la política argentina. Pero el Congreso sigue allí, con su solemnidad, sus reglamentos y los representantes del pueblo, algunos dispuestos a honrar su cargo, otros a servirse de él. Muchos son idóneos para el trabajo que les encomendaron mientras que otros son torpes e indiferentes, se aburren en las bancas o son meros levantadores de mano, mandaderos, negociadores de prebendas, gente incapaz de dar un discurso en el recinto y, sobre todo, de entender el alcance de su tarea. Pero para alguien con talento y una visión política, ser diputado debe ser una bendición en la vida. Por eso envidio a Graciela Camaño.

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*Periodista y escritor.