De nadie se ha hablado tanto en los últimos días como de Abel Posse, el flamante y tal vez efímero ministro de Educación de Macri. Pero yo quería tener mi propia opinión del personaje, más allá de esa imagen de predicador pomposo y un poco truculento que da en televisión. De modo que recorrí las librerías del pueblo y en lo de Arenales, tras una breve búsqueda en las mesas de saldos, el librero reapareció con tres volúmenes: Los demonios ocultos (1987), El viajero de Agartha (1989) y El eclipse argentino (2003). Supuse que, dadas las simpatías de Arenales por el viejo régimen soviético, Posse no le caería simpático. Pero me sorprendió con esta frase: “Es un tipo raro. Una vez le preguntaron cómo veía Rusia después de los cambios y contestó que antes era un país ordenado, pero se había convertido era un caos lleno de prostitutas y mafiosos.”
Así que me lancé a la lectura de las obras de Posse disponibles en San Clemente. El eclipse argentino es una colección de ensayos más o menos periodísticos y las otras dos son novelas del género esoterismo nazi. En El viajero de Agartha, un científico llamado Werner parte hacia el Tibet por orden de Hitler con la misión de encontrar una ciudad sagrada y el arma espiritual que hará cambiar el curso de la guerra. Años más tarde y en la otra novela, Lorca, el hijo de Werner, busca a su padre y los refugiados nazis en la Argentina lo llevan hasta Martin Borman. Tras algunas peripecias, Lorca consigue engañar a las fuerzas del Mossad que tratan de capturar a Borman. Las novelas son entretenidas y están escritas en una prosa que oscila entre imitar a Borges y deslizarse hacia la cursilería (“En la tercera noche, la ballena de la muerte devoró al niño”). El autor está fascinado por el paganismo del régimen nazi que viene a enfrentar la decadencia judeocristiana, aunque toma distancia de sus políticas pasadas (errores), así como de la dictadura militar argentina. Pero se advierte que los enemigos manifiestos de Posse son “el perverso humanismo modernista” y el liberalismo anglosajón. “Lorca sintió que doña Flora tenía la misma moral cedida y cómoda de todo el liberalismo argentino: la moral de una putona emperifollada” escribe Posse, y esa frase representa bien al ensayista, nietzscheano caricatural, convencido de que “la palabra democracia carece de sentido profundo (sólo garantiza la alternancia en el poder-para-la-nada)”, que la división de poderes es “un delirio de Montesquieu”, que “nuestras democracias muertas sólo tuvieron pueblo con los caudillos” y propone, por lo tanto, “abandonar la querida y prestigiosa fábula republicana e igualitarista” y sancionar una constitución que refuerce el Ejecutivo y por la cual: “El poder legislativo deberá ser muy reducido. Actuará no como poder de gobierno, sino como plasmador de leyes para el gobierno.”
Intelectual pontificador de la Patria y el coraje, Posse es un enamorado de la guerra y acaso el capítulo más intragable de El eclipse argentino sea el que habla de las Malvinas (“defender lo que hicimos con la frente alta y júbilo de triunfadores”). Como sucede con su ya célebre apología de la represión, estas son cosas en las que mucha gente acuerda, igual que en su rechazo del garantismo, su indiferencia frente a las dictaduras, la defensa de las teorías de Carl Schmitt, el elogio a Chávez o a la batalla geopolítica contra el neoliberalismo que prometen los combatientes islámicos y la Unión Sudamericana, para la cual “ni la democracia ni la economía son necesarios.” Lo curioso es que, enfrentado coyunturalmente con el kirchnerismo, muchas de las ideas de Posse son las de sus adversarios y cuando se lee a Posse uno cree estar escuchando a Luis D’Elía o a Jorge Coscia. Es que acaso la verdadera transversalidad argentina pase por ese meridiano oscuro, antidemocrático y violento que hace tiempo que se fascina con los dictadores.