El gozo que me produce cada fin de domingo el éxito de Lanata me recordó el fracaso de mi ingenuo "Sin verso" de 1988. Por entonces probé un programa de tevé que como primera condición debía prescindir de mesas dalinianas, tulipanes de hojalata y fiorituras así. Puesta escenográfica zen: distancia austera entre invitado y entrevistador. Algunos, quizás, recuerden el experimento. Pablo Sirven lo destacó (lo que fue mucho) El programa se llamó “Sin Verso”, iba "en vivo" por Canal 7 los martes a las 22 y tuvo como asistente a un romántico con talento: Luis Diéguez. Sucedía 1988, y tras mis 20 años de errancia volvía al país. No bien pisé querencia, un infarto de miocardio se propasó conmigo. Quedé sin aire, sin perro y sin trabajo.
Fue caminando a diario para mimar el corazón que se me disparó la idea de apiñar a todos los argentinos (éramos 32 millones) en un estudio de TV. Objetivo: que desde allí ajusticiaran a gusto a gli cappi de tutti gli cappi de los rubros que fuesen. No era un programa de amor ni de ética. Nuestra administración más que afecta es adicta al género policial.
Pero ¿cómo llevar "eso" al estudio? Sonaba piola pero mucho más sonaba imbécil. Me chispeó la idea genial del engrudo: “meterlos” de modo simbólico en el set. Y eso hice. En mis amantes libretas de hule negro esbocé muñecos de edades y sexos diversos. Entusiasta, obré como un dios: a mi imagen y semejanza. Dispuse que los varones adultos midieran 2 metros. Una arquitecta los perfiló y aceptada la idea, los 32 ("millones") se fabricaron en poliuretano en un taller de Balvanera. Dispuestos en dos grupos de 16, pasillo libre al medio, el Personaje invitado se sentía turbado ante la fuerza blanca de tan impertativo Coro. Algunos por culpa "sabida", otros por “no sabemos porqué”. El sofocón les duraba la hora entera.
No solo ni mesa ni plantas. También volé al conductor “estrella” de su sitio "estrella" y me ubiqué en la "demografía" simbólica de los muñecos. ¿En cada bloque variaba de sector del hemiciclo y desde. allí (en off) iniciaba el programa con sintético retrato. Currículum breve y prontuario abundoso mechados por impiadosos primeros planos sobre caras, ojos, bocas, manos, rodillas y pies. Se trataba de una “ejecución” cívica. A mis preguntas Marat y repreguntas Dantón se sumaba a través de un monitor la inquietud de la calle. Alfonsín, Cafiero, Alsogaray, Menem y otros grossos capocómicos políticos pasaron por el “potro” televisivo de “Sin verso”. Con alto y evidente mal humor. Y así le fue al proyecto. Una gloriosa noche alcanzó un 7,6 de rating pero nunca ganó un peso. (ser “sin verso” es antieconómico aquí y en la China). Sin idea (ni idoneidad) para armar un sponsorato sólido y rehén de contrato trimestral (medio en negro, medio en blanco: nuestra ética) mi aventura renovadora sucumbió en dos años. Espadachines mediáticos de Angeloz primero, y de Menem después, me sacaron carpiendo de la tele. Mi alentador inicio con la gran Blackie de "Derecho a réplica" acabó en un sueño interrupto. Pero bien. Como Zorba, siempre todo bien.
En España citan “el desastre de Annual” cada vez que califican una pérdida mayor del país. Por extensión, lo usa la popular. A un romance venido abajo lo amplifican en la tasca diciendo “La Pepa fue mi Desastre de Annual”. Es como si un boquense dijera “Perder con River fue nuestra “Cancha Rayada”. La cita íbera recuerda la vez que Franco se creyó Napoleón, saltó con soldados regulares a las arenas de Africa y metió pa’lante sin tomar recaudo. Mejor se hubiera quedado en la península. Al Pequeñísimo lo esperaba un jeque con tropas ocultas tras las dunas y ese día hubo degollina de pavor: 23.000 ìberos. “Sin Verso” no fue ni siquiera un papelón. Sí, una quijotada. Cada vez que me veo con Dieguez nos sonreimos sonrrojándonos. Con el paso del tiempo tanto a él como a mí nos produce gozo recordar aquel fracaso. El jubiloso anecdotario nos hace reir.
Solo una vez, no reí. Fue una medianoche de los 90 cuando al peinar la pantalla del Canal 7 a medianoche mi mujer me dijo "¿Vos estás viendo lo que yo estoy viendo". Siete ("millones") de mis queridos compatriotas aparecían tendidos, medievales, en el piso surreal y cochambroso de un programa de Raúl Portal. Rotos, con bubas de leprosos, yacían (excluídos) en los galpones del atresso del 7. La simbólica demografía había vuelto a ser violada por la topadora de la "política".
De allí el placer profesional y cívico de mis novísimos domingos noche ante el sanitario trabajo de Lanata y su afiatado almácigo juvenil. Tozudo y componiendo lo que parece un médico forense humorista, destripa al país y expone el estado real de "nuestras" vísceras. Y cierra su programa no hastiado como el marido publicitario del aviso del Titanic. que grita "....No veo que llegue el iceberg y acabar con todo esto" sino que de un patético desenchufazo nos devuelve a la oscuridad natal donde persistimos suicidas en seguir mal conviviendo. Programa para probar ser Hamlet y preguntárselo todo. O energúmeno in progress, abrir un Kristal y brindar a coro con puteadas contra "el Gordo".
O pensar o dormir. En mi caso, ya lo dije, me insomnio de gozo. Didáctico, alimenticio, sustantivo y valiente. Una pasión por la dignidad que desborda de sí. Y crece. Lanata es Sísifo: no para. La oposición sigue parada. Inmóvil. Vayan madurando el próximo voto. No a "máximo". A "mínimo" A Lanato.
* Especial para Perfil.com