“Un buen negocio”, la corrupción aparece y desaparece de la agenda pública. ¿“Buen negocio” para quiénes? Para los agentes públicos impunes, para los políticos con aspiraciones a más, para los medios de comunicación sesgados, para las corporaciones siempre invisibles, para las ONG que promueven rankings, para los expertos que –con los quevedos en cuidado equilibrio sobre el tabique de sus narices– anegan periódicamente las primeras clases de los aviones, cuando sus saberes son requeridos aquí y allá.
Para el resto del mundo, una práctica ruinosa −uno de los motivos del fracaso económico en los países de la Eurozona− y un retroceso de la moral hacia edades tribales. Es curioso que algo tan sencillo de entender haga correr de tanto en tanto cantidades navegables de tinta: toda moral –decía Jean Piaget– es un sistema de reglas, y la esencia de toda moralidad consiste en la observancia de estas reglas; el niño las recibe de los adultos. ¿Será que los adultos muestran la hilacha al vigilar y castigar?
El secretario general del Consejo de Europa −Thorbjørn Jagland− declaró en 2013 que en Europa la corrupción era la mayor amenaza que pudieran ejercer los individuos sobre la democracia. (Si bien los sistemas electivos no evolucionados, como la Rusia de Putin, exhiben altos índices de corrupción –representa más del 20% del PBI; Gabriele Catania−, también hay ejemplos de sistemas autoritarios que redujeron significativamente la corrupción, como el de Singapur). Las economías más frágiles, como Portugal, Italia, Grecia y España han sido anfitrionas de escándalos de corrupción en un número y magnitud que hacen difícil no asociarlos con problemas económicos, como difícil es no caer en estereotipos y simplificaciones. Hasta se ha querido asociar a las religiones con la cultura clientelista y neopatrimonialista (el catolicismo sería más condescendiente que el protestantismo, y éste inclinado al racismo).
Los propios índices de “menos corruptos” y “más corruptos” han sido puestos en entredicho. En el de Transparency International 2013, se ha hecho notar que entre los 12 más “impolutos” figuran cuatro paraísos fiscales y entre los diez más “condenables”, demasiados antinorteamericanos para un gusto ecuánime: Venezuela, Corea del Norte, Irak.
En 2014, el Indice de Percepción de la Corrupción –publicado por Transparency International, basado en la opinión de expertos de todo el mundo, que mide cómo son percibidos los niveles de corrupción del sector público– estableció que ningún país alcanzó el máximo; en una escala de 0 (muy corrupto) y 100 (muy limpio), más de dos tercios no superaron el nivel de 50. Puntea Dinamarca (92; “fuerte imperio de la ley, respaldo para la sociedad civil y reglas claras para quienes se encuentran en posiciones públicas”) y cierran Corea del Norte y Somalia (demacradas 8 unidades).
Italia ha quedado para el mundo contemporáneo asociada a las expresiones Tangentopoli y Mani Pulite, conjunto de sucesos y etiquetas de comienzos de 1990. Vitaliano Brancati, autor de El bello Antonio, aquella inolvidable novela llevada al cine por Mauro Bolognini, Marcello Mastroianni y Claudia Cardinale, escribía en los años 50: “Las estatuas de la Virgen crecen en número, y la corrupción aumenta (…); basta encender la radio y oyes leer el Evangelio o recitar el rosario, y la corrupción aumenta (…); cada quince días la ciudad es cerrada al tráfico por cordones de tropas y una procesión la cruza de una basílica a otra, milagros de todo tipo, cuerpos de santos dentro de urnas de cristal, y la corrupción aumenta”.
Y aumentó hasta los eventos mencionados. Cayó y luego volvió a erguirse, invicta: ahora mismo la península discute la reforma a la legislación en la materia. El Senado italiano discutió el 25 de marzo un “paquete anticorrupción” con modificaciones al Código Civil propuestas por el Gobierno Renzi, una agravando la situación de los agentes que para obtener un beneficio ilícito alteren la apariencia económica de una empresa, y otra para los que oculten información que es obligatorio exhibir. Durante el debate se dijeron cosas notables.
El senador Lucio Malan (Forza Italia-Popolo della Libertà) recordó que, “más allá del gran spot electoral”, tanto la adulteración de los balances cuanto la corrupción y todos los delitos conexos ya son punibles dentro del ordenamiento italiano. Ese es un ardid que no sólo en Italia se consigue (y se conseguirá), porque generalmente los problemas de conducta llamados “corrupción” se corrigen más con la elevación de los valores ciudadanos que a golpe de inciso. Los sectores más humildes y postergados tienen una idea de la Justicia de la que carecen los ilustrados. Como bien dijo el senador Nicola Morra (Movimento 5 Stelle): “Enseñaba un cierto filósofo prusiano, que probablemente a ninguno de ustedes les interesa, el mismísimo Immanuel Kant: «Si desaparece la justicia, deja de tener importancia que vivan hombres sobre la tierra»”. Algo puede ser mordaz y acertado a un tiempo.
La senadora oficialista Nadia Ginetti (Partito Democratico) subrayó que las propuestas expresaban una clara voluntad política de lucha contra el fenómeno corruptivo… “elemento abrasivo que sustrae legalidad y potencialidad de crecimiento a nuestro país”. La senadora Elena Fattori (M5S), tras lamentar que el aula se hubiese quedado vacía, expresó que “la sacralidad del aula sustituirá la ausencia de tantas bellas personas”.
Es curioso. Frutos nuevos en un árbol viejo. Lo que para la mayoría es norma en sus vidas anónimas, es presentado por una minoría –para muchos de cuyos integrantes no es norma− como una novedad siempre escandalosa, insoportable. Las mismas caras vistas en las revistas alzando alegres copas de “rubio champán” aparecen por la televisión con sus amenazas de castigo, sus perentorias coerciones de fe ciega… en ellos. Lo malo de la comedia es que tiene un aire a entrega por capítulos. A cambio de sesenta minutos de programa, la promesa de un dolor físico para los impíos. Y tanto se nota que es una comedia que, por sus consecuencias, debería pertenecer al género de las tragedias.
E la nave va…