El gobierno de los Kirchner está potenciando el más formidable operativo para controlar los medios de comunicación que se tenga memoria, desde la restauración democrática en 1983. Es un plan sistemático y reservado que se viene perfeccionando desde que llegaron al poder y que no descarta ningún mecanismo de presión, castigos publicitarios, compras de empresas y campañas de hostigamiento a periodistas fogoneadas desde el poder. Néstor y Cristina sueñan con trasladar a todo el país la experiencia de Santa Cruz, que consiste en achicar a su mínima expresión las voces críticas y multiplicar la obsecuencia y los elogios.
En los últimos días aparecieron algunas puntas de este iceberg que parece un desprendimiento calafateño del glaciar Perito Moreno. El más escandaloso de los hechos, por lo grosero y violento, fue el piquete que intentó bloquear la salida de los diarios Clarín, Olé y La Nación, y que tambén afectó a revistas de Editorial Perfil. Si se analiza el accionar de esas patotas con lupa política, puede verse que ese camión que atropelló la libertad de prensa era conducido por Néstor Kirchner y que Hugo Moyano era apenas su copiloto. Estamos hablando de dos de los hombres con mayor poder y con más capacidad de daño de la Argentina. La excusa utilizada fue la de una reivindicación sindical, pero el verdadero objetivo del oficialismo es apropiarse o manipular la entidad que maneja la circulación y la distribución de los diarios y las revistas en todo el país. Kirchner comprendió hace tiempo que, como no puede controlar la totalidad de los contenidos de los medios impresos, tiene una importancia estratégica convertirse en el que abre y cierra el grifo de esos impresionantes vasos comunicantes con toda la sociedad que son los recorridos que acercan la prensa gráfica a los kioscos.
A eso se debió el silencio oficial frente a la salvajada de los muchachos de Moyano. No sólo porque el que calla otorga. También porque no se puede criticar lo que se comparte o se ordena. Los repudios de todo el universo político frente a un flagrante delito e intento de censura, dejaron en un desierto de aislamiento a los kirchneristas de todos los sectores. No hubo un solo funcionario o legislador que expresara ni media palabra de condena. Esta vez, la mordaza y la obediencia debida K funcionaron a la perfección. Néstor y Hugo estarán últimos en todas las tablas de imagen positiva de las consultoras más serias, pero conservan intacta la eficacia de su látigo castigador.
La obsesión enfermiza que tienen con los medios llevó a los Kirchner a poner en práctica una batería de medidas casi inéditas por su magnitud y variedad. En la gráfica se transformaron en traficantes de pautas publicitarias, entrevistas exclusivas y primicias informativas en un complejo mercadeo de toma y daca. Apelaron a grupos piqueteros para amedrentar y –en muchos casos– en boca del mismísimo matrimonio presidencial aparecieron críticas duras a periodistas con nombre y apellido sin tener en cuenta la brutal disparidad y falta de proporción que existe entre las consecuencias de la palabra de un jefe de Estado y de un cronista, por más conocido que éste sea.
Por conveniencia económica o convicciones ideológicas o una pragmática mezcla de ambos, algún diario se entregó mansamente y pasó a ser casi el boletín oficial. Y parieron nuevos medios o cambiaron de manos las acciones de otros que fueron alimentados por montañas de dinero desde el Estado, aunque sin conseguir la credibilidad necesaria para crecer en cantidad de lectores o instalar temas en la agenda periodística. Algunos no lograron convertirse ni siquiera en propagandistas exitosos.
Lento, pero seguro, ese esquema se fue trasladando a la radio casi con los mismos protagonistas a la hora de recibir los aportes del tesoro. La compra de Radio del Plata es un ejemplo concreto y habría proyectos similares en marcha para otras emisoras que pertenecen a un grupo mexicano obligado a vender que se sumarán a la radio que lidera cómodamente la audiencia y es el trabajo más eficiente que Daniel Hadad ofrendó a Kirchner. Deben registrarse los intentos casi mensuales de adquirir algunas emisoras que mantienen con mucho esfuerzo su independencia y profesionalidad.
En televisión, se hizo famosa la figura de Rudy Ulloa Igor ofreciendo sus billetes para quedarse con Telefé. Las apretadas para extirpar de la pantalla abierta casi todos los programas políticos o la presencia de comisarios kirchneristas para supervisar contenidos de América, y algunos canales de noticias que suelen viajar por el mundo con la Presidenta y que están al servicio del proyecto K.
Kirchner ya decidió que, además de gobernar de la mejor manera posible para evitar que la crisis económica se le vaya de las manos, tiene dos caminos estratégicos que recorrer de aquí hasta los comicios parlamentarios del año que viene. Por un lado, sembrar de obras públicas y subsidios a los intendentes del Conurbano para ver si con los votos bonaerenses puede amortiguar la paliza que va a recibir del resto de los distritos grandes; y, por el otro, apoderarse de la propiedad o de los mensajes informativos de la mayor cantidad de medios de comunicación.
Enmarcado en ese mismo diseño, hubo dos personas que representan dos anclajes internacionales antagónicos que se anotaron para darle como en bolsa a tres de los periodistas más respetados de la Argentina. El embajador en los Estados Unidos, Héctor Timerman, se encargó de decir que Joaquín Morales Solá sólo “ve la crisis desde su resentimiento y cree que debemos obedecer a los intereses de Wall Street y de ese sistema que él defiende, pero que ha fracasado”. El piquetero Luis D’Elía fue más provocador y amenazante con Magdalena Ruiz Guiñazú y Víctor Hugo Morales. Escribió que ambos tienen “cuantiosos contratos que superan en diez o doce veces la dieta de un diputado nacional sólo para estar al servicio de los intereses políticos y económicos del grupo PRISA, hoy feroz opositor a Rodríguez Zapatero”. D’Elía acusa a Magdalena de ser “operadora de prensa y amiga personal de ‘Joe’ Martínez de Hoz” y, entre otras barbaridades, la trató de “feroz opositora por plata y por pertenencia oligárquica”. A Víctor Hugo lo caracteriza como “un ex progresista encuadrado en la reacción opositora”, y manchó su honorabilidad arriesgando que fue desplazado de Canal 7 “no para limitar la libertad de prensa, sino para poner fin a los chivos que conspiraban contra la economía del canal público”.
Todos estos eslabones que intentan mutilar la diversidad de opiniones críticas responden a la cadena de mando de Néstor Kirchner, que le viene dando sustento argumental a esta suerte de sincericidio. La conferencia-arenga que pronunció en Chile en la reunión de partidos progresistas lo mostró en su verdadera dimensión, dejando con la boca abierta a los socialdemócratas trasandinos, más parecidos a Hermes Binner que a Hugo Chávez. “Que los medios se presenten a las elecciones si quieren gobernar. No hay que tenerles miedo”, dijo. Y sugirió que lo estaban presionando por la norma del triple play. Produjo una insólita proyección de sus intenciones, porque todo indica que es justamente al revés: es Kirchner quien quiere gobernar a los medios. Una vez más emparentó el ejercicio crítico del periodismo con actitudes golpistas: “Nos quieren destituir por medio del desprestigio y la acusación de corruptos, ese tipo de actitudes en estos tiempos son más inteligentes que la conspiración golpista”. Kirchner desplegó todo su arsenal y desnudó su pensamiento en este tema: “Los medios siempre van a estar aliados a los poderes concentrados para poder sojuzgarnos”. Esa misma lógica primitiva se hizo famosa en la Argentina de 1995, cuando Carlos Saúl Menem, apenas reelecto, sentenció con una copa en la mano: “Yo les gané a los medios”. Estaba convencido de que no había oposición política y que los únicos opositores eran los medios de comunicación y algunos periodistas –no todos– que hoy también son considerados opositores por el gobierno de turno.
Para los Kirchner es difícil de explicarle a su tropa cómo puede ser que quienes, entonces, tuvieron una mirada crítica y denunciaron corrupciones con la simpatía de los peronistas no menemistas hoy se hayan transformado en golpistas de derecha con la simpatía de los peronistas no kirchneristas. Muchos periodistas se dieron vuelta en el aire, es cierto. Como muchos políticos. Muchos modificaron su pensamiento con honestidad intelectual y otros, por negocios y negociados. Lo cierto es que muchos de los periodistas y los medios que mantenían su independencia frente al menemismo lo están haciendo ahora con el kirchnerismo. Y que eso irritó por igual a Menem y a Kirchner. Y que ambos recurrieron a remedios parecidos: inventar medios adictos. En 1998, la escena mediática estaba muy marcada por el poderoso CEI (Citi, quien te ha visto y quien te ve, ahora asistido por el Estado para no quebrar), un grupo que fue cambiando de socios, recorriendo tribunales y finalmente implosionó cuando a su padrino, Carlos Menem, le fue como le fue.
Es casi imposible que de la probeta del Estado nazcan medios de comunicación auténticos y respetables. Los oficialismos periodísticos se transforman en gendarmes ideológicos y trabajan para limpiar las deposiciones que hacen los funcionarios. Casi no hay ejemplos de diarios o radios chupamedias que tengan aceptación popular o influencia en la opinión pública. Es verdad que las empresas de medios tienen sus intereses económicos y los defienden, pero lo que venden y la gente compra es algo bastante parecido a la verdad. Ese es su principal motor. El mayor insumo de un gobierno no es la verdad y por eso suele apelar a las promesas y las ilusiones. La misión de un buen periodista es revelar aquello que los gobiernos quieren ocultar. Esas son las noticias más jugosas, las más leídas, las que más respeto le generan al medio y más desagradan a los gobernantes. Los medios son votados todos los días por un auditorio que los vigila y tiene a mano el control remoto o el dial para cambiar y la decisión de comprar otro diario u otra revista. El periodismo y la defensa de un gobierno están casi en las antípodas.
Según Albert Camus, el periodista debe ser abogado del hombre común y fiscal del poder. El oficialista debe defender hasta lo indefendible. Por eso los planes para controlar a los medios más temprano que tarde estallan en mil pedazos. Sólo un paternalismo enfermizo puede hacer creer a alguien que los medios hacen la historia. Todavía, por suerte, los cambios los hacen los pueblos. Las nuevas tecnologías cada vez horizontalizan, multiplican y democratizan más la información. Es inútil luchar contra eso.
¿De qué se han autoconvencido los Kirchner? ¿De que los medios eran buenos cuando criticaban a Menem y son malos cuando los critican a ellos? ¿Antes luchaban contra la corrupción y la frivolidad menemista y ahora son golpistas contra un gobierno popular? ¿O Cristina y Chacho Alvarez, por poner sólo dos ejemplos, no militaron en el territorio mediático hasta instalarse entre la población? Ese maniqueísmo simplista los lleva a sus peores experiencias: Alberto Fernández, hasta hace un par de meses, era un dios porque estaba con ellos y ahora es el diablo porque tuvo la osadía de opinar suavecito sobre los Kirchner. La política no es así, la vida no es así, la lógica democrática no es así. Porque así no se construye ciudadanía, sino un polvorín de mal humor, capaz de estallar ante la primera provocación.